por  | 30 de Noviembre de 2012 | 12:07 am – 4 Comments

La resistencia está en todas partes

 

Al momento que escribo, cientos de miles de boricuas dejan atrás el proceso eleccionario y se preparan para celebrar dos tradiciones de nuevo cuño en la Isla.

La primera, es la celebración de eso que en Estados Unidos llaman “Thanksgiving Day” y que aquí celebramos comiendo pavochón con mofongo o fricasé de pavo y arroz con tocino. Después de todo, eso del pavo asado es aburridísimo para el paladar boricua acostumbrado a las morcillas, la gandinga, el mondongo y otras verdaderas delicias por las que doy gracias.

La segunda seudo festividad para la cual se preparan mis compatriotas es la orgía consumista conocida como “Viernes negro”. Es el día en que el comercio al detal supuestamente rebaja los precios en un número limitado de productos, por lo que decenas de miles de consumidores acampan fuera de los establecimientos para lograr ser uno de los afortunados que alcanzan comprar las baratijas que nos presentan como productos a precio especial.

La verdad es que al mirar esas “fiestas”, vemos que las mismas dramatizan cómo la falta de conciencia y criterio para establecer prioridades lleva a los puertorriqueños a darle importancia a la participación acrítica en esos “eventos”, que al fin y al cabo son embelecos creados por intereses comerciales o ideológicos con el fin de vendernos un artificial estilo de vida.

De esta manera, esas actividades se revelan como festividades cuyo único propósito aparente es que los que en ella participen gasten dinero para luego poder alardear de que estuvieron participando de ellas.

Mientras pienso sobre esos rituales, me surge una interrogante sobre los procesos electorales en la Isla. ¿Se pudiera decir que parte del electorado puertorriqueño participa del ritual político solo para decir que participó y como forma de sentirse ilusoriamente incluido en la sociedad?

Por décadas en Puerto Rico, los resultados apuntan a que en las elecciones los boricuas nos limitamos a escoger entre unos malos “hard liners” y otros malos “light”.

De esta manera alardeamos de ser democráticos y sentimos que participamos aún cuando el proceso y los propios gobiernos resultantes de esos procesos se proyecten cada vez menos representativos y, por lo tanto, menos legítimos.

En medio de esta maraña mental, me viene a la mente una frase que hace una semana nos dijo en Chicago el sociólogo y criminólogo Jock Young. “Resistances are everywhere. We just have to learn how to see it”, sentenció el viejo gurú ante un salón lleno de criminólogos .

Tomando esas palabras como punto de partida me surge una nueva pregunta como parte de mi esfuerzo por entender el resultado electoral.

¿Dónde está la resistencia en Puerto Rico? Es decir: ¿dónde están esos que se dan cuenta de que el sistema colonial-capitalista es la razón primaria para que sus hijos se estén matando en las calles, vivan solo para el consumo o enajenados en la aspiración de ser celebridades desechables?

Obviamente, la resistencia  no está en el proceso electoral descrito anteriormente.

Aún cuando dos movimientos contestatarios lograron llegar a las elecciones movilizando parte de ese ejército compuesto por aquellos que como Neo decidieron tomar la pastilla roja, el resultado del proceso electoral demostró que su esfuerzo, aunque  titánico y encomiable, no logró aglutinar  a los que  sufren la explotación y manipulación que da vida al sistema económico y político que domina al País.

Según busco respuestas, la ya familiar voz de Carlos Gallisá detalla, durante el programa Fuego Cruzado, cómo el abstencionismo electoral va creciendo en la Isla.

Si escuché bien, el veterano abogado apuntó que sobre medio millón de puertorriqueños y puertorriqueñas en edad para votar se quedaron sus casas. Bueno, tal vez se fueron a la playa, pero el punto es que no votaron.

De igual forma, me parece que la resistencia tampoco se encuentra en el clandestinaje político, sector que respeto enormemente, pero que aparenta, por lo menos a nivel palpable para mí, estar siendo inefectivo en lograr que esa masa de explotados y manipulados se identifique con ellos.

¿Dónde, entonces, está la resistencia en Puerto Rico?

Asumo que parte de esa resistencia, compuesta por aquellas y aquellos que tienen más conciencia y conocimientos de organización, está trabajando en sus comunidades, en sus centros de trabajo o en grupos contestatarios que luchan desde sus bicicletas, colectivos de arte urbano, etc. Tal vez esos y esas fueron los que respondieron y votaron por el MUS o el PPT.

Por bien que me haga sentir el pensar que la resistencia se encuentra en esos espacios antes señalados, el cinismo que domina mi pensamiento me apunta en otra dirección.

La resistencia está allí frente a mis narices, pero al mismo tiempo, está lejos de mi discurso político, académico o intelectualoide, como quiera que usted lo quiera definir.

Si acepto el reto que nos lanza Young, tal vez sea posible ver dónde está esa resistencia.

Tal vez está en cada joven que, sabiendo cuáles son los verdaderos valores que cuentan en el país, se niega a ocupar el lugar de explotado económico impuesto por la sociedad consumista y busca en el ilegalizado negocio de las drogas su oportunidad de alcanzar el “American Dream”, pero “Portorrican style”.

¿Será que, de alguna manera, la resistencia está en aquellos que saben que la única forma de disfrutar de los productos con que la cultura cibernética define nuestra sociedad es “robándose” el cable tv o la señal de internet?

¿Serán parte de la resistencia esos empresarios silvestres que se roban estas señales para luego venderlas a sus vecinos, o para “bajar” a DVD las películas o videojuegos que luego venderán en el pulguero más cercano?

Si se mira bien, esta aparenta ser la forma en que nuestro pueblo construye su resistencia y la forma en que contesta a la marginación y explotación impuesta por el sistema.

Bien sea vendiendo carteras o zapatos copiados sin autorización en China, recortando pelo en la marquesina, arreglando las uñas o haciéndole trenzas a sus amistades sin tener licencias ni pagar arbitrios o IVU, nuestro pueblo resiste.

De igual forma, encarnando a los legendarios Juan Bobo o Trespatines, resisten haciéndose los “pendejos” para “buscárselas y sobrevivir”.

Claro está, usted que me lee debe estar pensando que al hacer estas acciones y ocupar esos espacios, lejos de resistir, nuestro pueblo termina reproduciendo paralelamente los mismos males que les agobian.

¿Acaso al criminalizarse, no acaba el “bichote” reproduciendo las estructuras de explotación del sistema capitalista? Peor aún, ¿no acaba asumiendo la etiqueta que el sistema le impone por ser pobre y emprendedor?

La contestación probablemente es “sí”. Los sectores que resisten de esas maneras probablemente terminen reproduciendo las propias estructuras que los marginan. De igual forma, pueden terminar interpretando el papel asignado a ellos por el poder y desplegando la etiqueta a la que, por pobres, ese poder les impone.

Ahora bien, ¿acaso no se pudiera decir lo mismo de las revoluciones políticas de los pasados siglos?

¿No fueron estas en un principio discursos contestatarios que terminaron en opresoras burocracias, públicas o privadas, al servicio de los poderosos?

Confieso no tener respuesta para estas preguntas. En ese sentido este escrito realmente no pretende ser una contestación; más bien es una invitación a comenzar a vernos desde la perspectiva planteada por Young. Es decir, este escrito solo pretende ser una invitación a mirarnos sabiendo que la resistencia sí está en todas partes, pues, para muchos de nuestros compatriotas, sobrevivir cada día como se pueda es su forma de resistir.