La prohibición
¿Seguimos durmiendo o despertamos a ver la profundidad de la madriguera?
Gary Gutiérrez
Presentado ante los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
24 de Marzo 2015
En el magistral clásico de ciencia ficción “The Matrix”, el personaje principal Neo se enfrenta al dilema de escoger qué “verdad” quiere vivir. Para el la disyuntiva se presenta en la forma de dos pastillas. Una azul que le hará olvidar que existe otra forma de ver el mundo y una roja que le abrirá las puertas a la verdadera realidad.
Como académicos del siglo XXI, cuando viene a las leyes antidrogas, ustedes enfrentan el mismo dilema.

Escoger la ignorancia, encarnada en la pastilla azul, para seguir pensando que las políticas prohibicionistas funcionan protegiendo la sociedad de terribles males que nos esclavizan porque somos espíritus débiles y pecaminosos. Que estas oscurantistas leyes son estatutos erigidos como muro de contención que mantiene a raya al demonio que se encarnan en unas sustancias psicoativadoras que por su naturaleza llevaran a humanidad a la depravación y la decadencia. Por otro lado, como académicos y académicas en formación, pueden elegir tomar la pastilla roja y mirar como la absurda prohibición provoca más problemas y muertes que las causadas por las sustancias que por más de cuarenta años ha intentado fallidamente controlar.
Por más de cuarenta años y a un costo de miles de millardos de dólares, como sociedad hemos tomado la pastilla azul que nos lleva a la absurda lógica que apunta a que el llamado problema de las drogas es uno moral y médico cuya solución está en las cárceles y el castigo y no en la medicina. Es hora de considerar tomar la pastilla roja que nos permita ver que los problemas sociales que vinculamos a las drogas, son el producto esperado de su absurda prohibición y no el resultado del consumo de una u otra sustancia.
Por tanto, tras decidirme por la pastilla roja, me presento ante ustedes para invitarles y colaborar en un ejercicio de análisis que surja de la anárquica aspiración de un pensamiento crítico alejado de viejos referentes que todavía hoy simulan manejar esa llamada problemática de la droga. Partiendo de lo anterior, me niego entonces a enfocar esta alocución desde perspectivas médicas, terapéuticas y morales que regularmente dominan este debate. El yo entrar en la discusión médica o terapéutica sería faltarle el respeto a los salubristas que pasan su vida manejando ese fenómeno llamado “droga”. Mientras que, hablar desde la dimensión moral de esta discusión definitivamente sería un acto de cinismo, pues admito que no creo ser la mejor persona para hablar sobre la moralidad de nada.
Ahora bien, académicamente hablando, la principal razón para negarme a discutir el llamado problema de las drogas desde las perspectivas médico o moral, es que estas dimensiones realmente son irrelevante al verdadero problema generador de una violencia que en nuestro país equivalente a una guerra civil (Villa-Rodriguez y Gutiérrez-Rentas 2013; Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M (2012.
Con esto no digo que esos aspectos médicos y morales del consumo de psicoativadoras no son importante. Lo que quiero dejar claro es que lo que debemos estar discutiendo los criminólogos y criminólogas, es si las fracasadas políticas que criminalizan las sustancias son la mejor alternativa para controlar la violencia y para crear las condiciones que permitan que los salubristas hagan su trabajo. Le que si debemos discutir es si meter gente presa por ejercer su derecho a consumir lo que ellos escojan es una política a adecuada o no. Igualmente obligado es preguntarnos si el botar miles de billones de dólares encarcelando a ciudadanos por vender o facilitar los productos que unos adultos consintientes quieren comprar es realmente adecuado.
¡DE ESO ES QUE SE TRATA! ¿Le vamos a reconocer al Estado autoridad legítima para decidir sobre lo que nosotros como seres libres decidimos consumir?
Por tanto lo que hoy propongo es tomar la píldora roja y romper con los viejos discursos entendiendo que son las propias leyes que criminalizan la posesión y el mercado de sustancias la causa de la violencia social que arropa al país y que al mismo tiempo son el mayor impedimento para manejar el problema de abusos de sustancias desde una perspectiva salubrista (Villa-Rodriguez y Gutiérrez-Rentas 2013; Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M (2012).
Pero por supuesto entender que eso es lo que debemos discutir no es tarea fácil. En un país como el nuestro, donde el simplismo domina los medios de comunicación y donde el trabajo de los políticos es servir a quienes les pagan las campañas y le buscan los votos, se termina siempre discutiendo lo que no es (Fonseca, 2013).
Por ejemplo, la radicación hace dos años de sendos proyectos de ley encaminados a liberalizar las leyes prohibicionistas despenalizando la posesión de pequeñas cantidades de marihuana por un lado, y permitiendo el uso de esta planta como tratamiento médico por el otro, desató una cruzada tipo “guerra santa” por parte de “empresarios morales” conservadores que insisten en tomar la píldora azur y mantener el tributo de sangre que la actual ley antidrogas impone a los puertorriqueños(Goode y Ben-Yehuda 2009). Por lo visto en la prensa y en las redes sociales, inmediatamente tras la radicación de los proyectos salieron los sospechosos habituales montados en miedos apocalípticos y cabalgando sobre viejos y trillados discursos moralistas, asegurando que liberar las leyes que controlan el consumo de marihuana traerá la destrucción de la fibra moral que, según ellos, mantiene coherente la sociedad puertorriqueña.
¿Cómo si la prohibición lograra mantener fibra alguna?
Digo los sospechosos habituales, porque por un lado están algunos sectores terapista que viven de la adicción (Riggs 2012), y por otro, los sectores conservadores cristianos de derecha que desde el siglo diecinueve vienen usando el miedo y la insensatez para mantener o impulsar leyes que eliminen la separación de iglesia y estado, mientras pretenden usar la propia ley para imponer su moralidad al resto (Foster, 2002; Goldbert 2007; Hedges, 2006; Manjó-Cabeza, 2012).
Desconfiando del uso de hierbas y brebajes como parte de rituales para la sanación del cuerpo y el alma, desde finales del siglo diecinueve estos grupos conservadores y religiosos vienen empujando legislación para que las leyes reflejen e impongan a todos y todas, un estilo de vida cristiano, puritano, virtuoso y de fuerte control frente a los placeres. Por supuesto, este pensamiento religioso fue solo el comienzo del proceso.
Ese discurso prohibicionista logró ser exitoso, pues el mismo resultó muy cónsono con la visión de mundo de los llamados “WAPS” -White Anglosaxon & Protestan-, quienes controlaban y controlan la vida pública estadounidense. Estos grupos de base racistas y xenofóbica, ven el uso de hierbas y plantas como la marihuana, la coca y el opio, como costumbres de razas inferiores que dañan las “buenas costumbres de la cultura civilizada” que para ellos es hablar de la eurocéntrica cultura del blanco, varón, propietario, heterosexual y cristiano que surge durante la modernidad. Para ese grupo, la prohibición de “las drogas” resultó un discurso muy conveniente, pues le sirvió y le sirve, de excusa para legalmente controlar y reprimir las minorías mediante la prohibición y criminalización de sus costumbres (Courtwright, 2002; Davis, 2005; Escohotado, 2003; Ferrell, Hayward y Joung 2008, Foster, Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999; Villa y Gutiérrez, 2013). Este empuje prohibicionistas de los cristianos conservadores, respaldado por los WAPS, tomo más fuerza cuando algunas empresas lo vieron como una oportunidad de adelantar sus intereses comerciales y económicos. A modo de ejemplo se puede mencionar cómo, tanto los intereses del sector industrial algodonero en el sur de Estados Unidos, así como los de la familia de industriales Dupont, se percataron de que prohibir la marihuana tendría como efecto la destrucción de la industria del cáñamo, derivado de la planta del cannabis y principal complejo industrial en el mercado de textiles y sogas en aquel momento histórico. Es así como ambas industrias se montaron en el discurso e invirtieron recursos para empujar la ilegalización de la marihuana (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Además de estos intereses económicos que pudiéramos ver como “legítimos”, hay que dejar claro que a mediados de la década del 1930, hubo otros intereses un poco más siniestros o solapados que también empujaron y apoyaron la prohibición de las drogas a nivel federal en Estados Unidos. Primero, los agentes del Buró de Alcohol y segundo, los carteles o sindicatos del crimen organizado que surgieron y se fortalecieron como resultado no intencionado de la prohibición del alcohol. Ambos sectores, perseguidos y perseguidores, se quedaron sin campo de acción y sin ingresos al legalizar el consumo de licores, por lo que ambos vieron en la prohibición de otras sustancias una manera de mantener su pertinencia unos, y sus ganancias económicas los otros. (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012).
Por tanto, el que todavía hoy veamos a los mencionados sectores conservadores funcionado como una especie de mafia moralista tratando de imponer al resto sus valores y empujando el control de los individuos por parte del Estado, no debe sorprender a nadie. Tampoco debe sorprender a nadie que los poderosos en esta sociedad cierren filas con esa mafia moralista y la utilicen como quinta columna, pues son ellos los que verdaderamente se benefician de las ganancias económicas del mercado negro, del control social y de la cultura de encerrar y castigar a cualquiera que no represente, se comporte o por lo menos respete como superiores a los intereses y al estilo de vida del blanco, varón, propietario, de apariencia heterosexual y cristiana (Villa y Gutiérrez, 2013).
Además de los factores ya detallados, hay quienes miran otras perspectivas y complican más el análisis entendiendo que la prohibición de las drogas fue solo un peón más en el tablero por el control social entre dos facciones del poder económico en un Estados Unidos que pasaba de ser una sociedad agrícola a una industrial. Al igual que con la Guerra Civil estadounidense, que no se trató de liberar los esclavos, sino que fue un enfrentamiento de dos visiones de ordenamiento económico; la lucha por la prohibición de las drogas se puede analizar como otro campo de batalla entre el viejo capital agrícola con una cosmovisión rural y conservadora, y el capital industrial con una mirada urbana, cosmopolita y libertina.
Partiendo de autores como Courtwright (2002), Escohotado (2003), Foster (2002), Gusfield (1983) Manjó-Cabeza (2012), Musto (1999) queda más que claro que la prohibición de “las drogas” no tuvo nada que ver con los usos, efectos o peligro de las mismas, sino que fue un intento para que el desvalorizado capital agrícola conservador mantuviera un poco de prestigio social frente al impulso arrollador de los capitales industriales libertinos y corruptos que construían una nueva nación en la que Dios y lo viejos valores agrícolas no tenía un espacio prominente
En resumen y partiendo de la llamada criminología crítica entonces, cuyo enfoque es el estudio del orden social como productor y constructor de la desviación (Baratta, 2002), se puede entiende que estas leyes prohibicionistas se aprobaron como parte de luchas de poder social u económico en medio del cambio social que vivió Estados Unidos al comienzo del siglo veinte cuando mutó de un país agrícola a una potencia industrial y no por la preocupación de los efectos o peligros de las sustancias prohibidas. (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Partiendo de lo antes expuesto entonces, es fácil entender que tan pronto alguien trata de discutir y evaluar críticamente cuán efectiva es la prohibición para controlar y reglamentar el uso de una u otras sustancias, para evitar que los niños tengan acceso a las mismas, o para controlar la violencia producto del trasiego ilegalizado, estos grupos respondan con una cruzada mediática simplista sobre los peligros o daños que dependiendo de a quién usted consulte, se relacionan con el consumo de las drogas.
Por tanto la discusión pública no puede seguir siendo si la marihuana, o el resto de las sustancias, son buenas o malas, si hacen daño o no, si son adictivas o no. Esos supuestos daños y peligros se pudieran estipular, pues al fin y a la postre, lo que se tiene que discutir es cómo esa prohibición lleva casi cien años fracasando en la empresa de controlar el uso de unas sustancias independiente de la peligrosidad de las mismas. Nadie puede honestamente decir que la prohibición es exitosa. Lo único que estas leyes lograron tras casi un siglo de prohibición es criminaliza a millones de ciudadanos libres que, sin hacer daño a nadie, deciden ejerce su derecho a buscar la felicidad como ellos o ellas la entiendan. Igualmente, la discusión pública debe girar críticamente en cómo estas leyes hacen más difícil que aquellos para quienes el uso de estas sustancias representa un problema de salud puedan recibir las ayudas médicas necesarias sin el peligro de ir a la cárcel. Esa conversación en torno a estas políticas prohibicionistas debe también girar en cómo estas fracasadas prohibiciones alimentan económicamente a los carteles criminales internacionales y cómo durante los pasados cuarenta años, Estados Unidos viene regalando al complejo industrial correccional casi mil millardos de dólares sin tener un solo logro concreto que justifique ese gasto (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012 ). Más urgente aún, se debe discutir cómo las leyes que prohíben las sustancias triunfan fracasando pues, a pesar de no controlar el uso y trasiego de las mismas, sirven de excusa para la intervención y control en las comunidades marginales en Estados Unidos y Puerto Rico. De Igual manera es imprescindible analizar cómo estas prohibiciones se convirtieron además, en licencia de corzo que permiten a Estados Unidos intervenir como nación imperial en otros países so color de la llamada guerra contra la droga (Manjón-Cabeza 2012).
Eso es lo que tiene que estar discutiendo independientemente de lo que usted crea sobre los peligros y riesgos del uso de la marihuana y otras drogas.
Desde esta perspectiva, la pregunta es si los y las puertorriqueñas debemos seguir tomando la pastilla azul y mantener unas leyes que, no solo vienen fracasando desde el siglo pasado a pesar de su costo multibillonario, sino que sus únicos logros son el aumento de la población carcelaria, la criminalización innecesaria de cientos de miles de ciudadanos mayormente jóvenes pobres en su edad más productiva, la militarización de las fuerzas policíacas, así como el deterioro de las libertades constitucionales (Alexander, 2012; Balko, 2013; Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012;).
Esa es la discusión que se tiene que dar. Lo contrario es hacerles el juego a los mercaderes del templo. Estados Unidos y Puerto Rico llevan casi un siglo discutiendo las sustancias, ya es hora de tomar la pastilla roja y comenzar a discutir el verdadero problema: es decir “la prohibición”.
Referencias:
Baratta, A (2002) Criminología Crítica y Crítica al Derecho Penal. Buenos Aires, Siglo XXI
Courtwrght, D. (2012) Las Drogas y la Formación del Mundo Moderno: breve historia de las sustancias adictivas. Buenos Aires, Paidos Contextos.
Davis, A. (2005) Abolition Democracy: Beyond Empire, prisons and torture. New York, Seven Stories Press
Ferrell, J.; Hayward K.; Joung Y. (2008) Cultural Criminology: An Invitation. London, SAGE Publications Ltd.
Ferrell, J y Sanders C. R. (1995) Cultural Criminology. Boston, Northeastern University Press
Escohotado, A.(2003) Historia Elemental de las Drogas. Barcelona, Compactos Anagrama.
Foster, G. M. (2002) Moral Reconstruction: Christian lobbyists and the Federal Legislation of Morality. Chapel Hill, The University of North Carolina Press.
Fonseca, J (2013) Banquete Total: Cuando la corrupción dejó de ser ilegal. San Juan, Sinónimo
Grandin G, (2006) Empire’s Workshop: Latin America, the United States, and the Rise of the New Imperialism. New York, Metropolitan Books
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Goode, E., Ben-Yehuda, N. (2009) Moral Panics: The Social Construcion of Deviance. Oxford, Wiley-Blackwell
Gusfield J. R. (1983) Symbolic Crusade, Urbana, Univeristy of Illinois Press.
Manjó-Cabeza A. (2012) La Solución. Barcelona, Debate.
Musto, D. (1999) The American Disease: Origins of Narcotic Control. New York, Oxford University Press.
Riggs M (2012) 4 Industries Getting Rich Off the Drug War Reason.com Acedido el 24 de febrero de 2014 en http://reason.com/archives/2012/04/22/4-industries-getting-rich-off-the-drug-w/singlepage
Szasz T. (1992) Our Right to drugs, Syracuse, Syracuse University Press
Szasz T. (2003) Ceremonial Chemistry, Syracuse, Syracuse University Press
Villa-Rodríguez, J.A. y Gutiérrez-Renta G. (2013) Criminología Crítica y Aplicada. Ponce, Piano di Sorrento.
Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M. (2012) Geographic distribution of risk of death due to homicide in Puerto Rico
El problema no es la droga
Gary Gutiérrez
Presentado en UPR-Ponce
Antes de entrar en materia, quiero dejar claro que no me presento ante ustedes desde la perspectiva de un académico. Prefiero pensar que vengo a compartir lo aprendido como periodista, bloguero, observador, pero sobre todo como actor de reparto en esto que llamamos orden social. Por tanto estoy más cómodo pensando que me presento ante ustedes para colaborar en un ejercicio de análisis que, partiendo de la anárquica aspiración del pensador crítico, se aleje de esos viejos referentes que al fin y al cabo fueron los que crearon el llamado problema de las drogas, y que los que hoy simulan manejarlo.
Me niego entonces a enfocar esta alocución desde perspectivas médicas, terapéuticas y mucho menos morales. Primero, el yo entrar en la discusión médica o terapéutica sobre el uso y el tratamiento de sustancias, sería faltarle el respeto a los salubristas como el Dr.Torruellas, quienes pasan su vida manejando ese aspecto del fenómeno llamado droga. En el caso de la dimensión moral de esta discusión, definitivamente admito que no creo ser la mejor persona para hablar sobre la moralidad de nada.
Además de lo antes detallado, la principal razón para negarme a discutir el llamado problema de las drogas desde esas perspectivas médico y moral, es que estas dimensiones realmente son irrelevante al verdadero problema generador de una violencia que en el país equivalente a una guerra civil (Villa-Rodriguez y Gutiérrez-Rentas 2013; Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M (2012).
Con esto no digo que esos aspectos medico morales no son importante. Lo que quiero decir y dejar claro es que lo que a mi juicio tenemos que discutir en Puerto Rico es si las fracasadas políticas de criminalización son la mejor alternativa para primero controlar la violencia, y segundo para crear las condiciones que permitan que los salubristas hagan su trabajo. Por tanto lo que hoy propongo es romper con los viejos discursos y entender que lo que crea la violencia y lo que hace más difícil el manejo social del uso y abuso de las sustancias, es la ley que criminaliza su posesión y su mercado.

No obstante y como era de esperarse, la radicación en la legislatura de Puerto Rico de sendos proyectos encaminados a liberalizar las leyes prohibicionistas despenalizando la posesión de pequeñas cantidades de marihuana uno y permitiendo el uso de esta planta como tratamiento médico, desató una cruzada tipo “guerra santa” por parte de los “empresarios morales” conservadores que insisten en mantener el tributo de sangre que la actual ley antidrogas impone a los puertorriqueños.
Por lo visto en la prensa y en las redes sociales tras las radicaciones de estos proyectos, de inmediato salieron los sospechosos habituales quienes, montados en miedos apocalípticos y cabalgando sobre viejos y trillados discursos moralistas, aseguran que de liberar las leyes que controlan el consumo de marihuana traerá la destrucción de la fibra moral que, según ellos, mantiene coherente la sociedad puertorriqueña. Digo los sospechosos habituales, por un lado están algunos sectores terapista que viven de la adicción (Riggs 2012), y por otro, los sectores cristianos conservadores de derecha que desde el siglo diecinueve vienen usando, en Estados Unidos y Puerto Rico, el miedo y la insensatez para mantener o impulsar leyes que disminuyan la separación de iglesia y estado. Estos son los mismos sectores políticos que en su momento se opusieron al voto de las mujeres, al consumo del alcohol y otras sustancias, a los matrimonios interraciales, a los derechos de las mujeres sobre su cuerpo, al libre disfrute de la sexualidad entre adultos y a cualquier otra ratificación de los derechos de la comunidad LGBTT. Sin mencionar que, estos también son los mismos que en Estados Unidos se oponen a que se enseñe la teoría de la evolución en las escuelas públicas, que piensan que Estados Unidos es un país descendiente de cristianos, por lo que no se necesita otra ley penal que no sea la Biblia y que la ley debe estar al servicio de, por la fuerza si fuera necesario, obligar a que todos fortalezcan el espíritu y la virtud moral (Foster, 2002; Goldbert 2007; Hedges, 2006; Manjó-Cabeza, 2012).
Desconfiando del uso de hierbas y brebajes como parte de rituales para la sanación del cuerpo y el alma, estos grupos vienen desde finales del siglo diecinueve, empujando prohibiciones para que las leyes de Estados Unidos reflejen e impongan el mencionado estilo de vida cristiano. Claro está, definiendo estilo de vida cristiano desde un punto de vista puritano, virtuoso y de fuerte control frente a los placeres. De ese secotr surgió un grupo de cabilderos llamado “Movimiento de Temperancia” quienes fueron los que lograron, en la década del 1930, prohibir en Estados Unidos y por ende en Puerto Rico el alcohol y las demás sustancias (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Por supuesto, el pensamiento religioso fue solo el comienzo del proceso, ese discurso prohibicionista logró ser exitoso, pues el mismo resultó muy cónsono con la visión de mundo de los llamados “WAPS” -White Anglosaxon & Protestan-, quienes controlaban y controlan la vida pública en esa nación. Estos grupos de base racistas y xenofóbica, veían el uso de la marihuana, la coca y el opio como costumbres de razas inferiores que dañaban las buenas costumbres de la cultura “civilizada”. Claro está, para ellos decir la “cultura civilizada” es hablar de la eurocéntrica cultura del blanco, varón, propietario, heterosexual y cristiano que surge durante la modernidad como ideal y representante de la naciente civilización industrial (Villa y Gutiérrez, 2013). Para ese grupo, la prohibición de “las drogas” resultó un discurso muy conveniente, pues le sirvió y le sirve, de excusa para legalmente controlar y reprimir las minorías mediante la prohibición y criminalización de sus costumbres (Courtwright, 2002; Davis, 2005; Ferrell, Hayward y Joung 2008; Escohotado, 2003; Foster, 2002).

Este empuje prohibicionistas de los cristianos conservadores, respaldado por los WAPS, tomo más fuerza cuando algunas empresas lo vieron como una oportunidad de adelantar sus intereses comerciales y económicos. A modo de ejemplo se puede mencionar cómo, tanto los intereses del sector industrial algodonero en el sur de Estados Unidos, así como los de la familia de industriales Dupont, se percataron de que prohibir la marihuana tendría como efecto la destrucción de la industria del cáñamo, derivado de la planta del cannabis y principal complejo industrial en el mercado de textiles y sogas en aquel momento histórico. Es así como ambas industrias se montaron en el discurso e invirtieron recursos para empujar la ilegalización de la marihuana (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Además de estos intereses económicos que podemos ver como “legítimos”, hay que dejar claro que a mediados de la década del 1930, hubo otros intereses un poco más siniestros o solapados que también empujaron y apoyaron la prohibición legal de las drogas a nivel federal en Estados Unidos. Primero, los agentes del Buró de Alcohol y segundo, los carteles o sindicatos del crimen organizado que surgieron y se fortalecieron como resultado no intencionado de la mencionada prohibición del alcohol. Ambos sectores, perseguidos y perseguidores, se quedaron sin campo de acción y sin ingresos al legalizar el consumo de licores, por lo que ambos vieron en la prohibición de otras sustancias una manera de mantener su pertinencia unos, y sus ganancias económicas los otros. (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012).
Por tanto, el que los mencionados sectores conservadores funcionen como una especie de mafia moralista imponiendo sus valores y empujando el control de los individuos por parte de un Estado dirigido por políticos que les temen y responden a su presión, no debe sorprender a nadie. Tampoco debe sorprender a nadie que los poderosos en esta sociedad cierren filas con esa mafia moralista y la utilicen como quinta columna, pues son ellos, los que verdaderamente se benefician del control social y de la cultura de encerrar y castigar a cualquiera que no represente, se comporte o por lo menos respete sus intereses y su estilo de vida. Entiéndase, como ya mencioné, los intereses y el estilo de vida del blanco, varón, propietario, de apariencia heterosexual y cristiana (Villa y Gutiérrez, 2013).
Además de los factores ya detallados, hay quienes complican más el análisis entendiendo que la prohibición de las drogas fue parte de una lucha por el control social entre dos facciones del poder económico en una nación que pasaba de ser una sociedad agrícola a una industrial.

Al igual que con la Guerra Civil estadounidense, que no se trató liberar los esclavos, sino que encarnó dos visiones de ordenamiento económico encontrados, la lucha por la prohibición de las drogas se puede analizar como otro campo de batalla para el control social entre el viejo capital agrícola con una cosmovisión rural y conservadora, y el capital industrial con una mirada urbana, cosmopolita y libertina. El punto es que el proceso de ilegalización de las sustancias psicoactivadoras aparenta así ser parte de esa lucha por el prestigio social. De esta manera hay quienes apuntan a que la prohibición de “las drogas” no tuvo nada que ver con los efectos o peligros de las mismas, sino que fue solo un intento por parte de ese capital agrícola para mantener un prestigio social que desaparecía por la pérdida de poder económico ante el impulso arrollador de los capitales industriales, que construían una nueva nación en la que Dios no tenía un espacio prominente (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
En resumen, todo apunta a que la prohibición de las drogas no tuvo nada que ver con las mismas, sus efectos o peligros. Partiendo de la llamada criminología crítica entonces, cuyo enfoque es el estudio del orden social como productor y constructor de la desviación, se debe entiende que estas leyes prohibicionistas se aprobaron como parte de luchas de poder en medio del cambio social que vivió Estados Unidos al comienzo del siglo veinte cuando mutó de un país agrícola a una potencia industrial (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Partiendo de lo antes expuesto entonces, es fácil entender que tan pronto alguien trata de discutir y estudiar cuán efectiva es la prohibición para controlar y reglamentar el uso de una u otras sustancias, para evitar que los niños tengan acceso a las mismas o para controlar la violencia producto de su trasiego, estos grupos responden con una cruzada mediática sobre los peligros o daños que, dependiendo de a quién usted consulte, se relacionan con el consumo de las mismas. Lo terrible del caso es que ante esa embestida mediática por parte de la mencionada mafia conservadora cristiana, parece como si algunos sectores más democráticos, progresistas, libertarios, conscientes y hasta anarquistas del país, inconscientemente le hacen el juego conservador, validando la discusión sobre si el consumo de una u otra sustancia hace o no hace daño.
Sin embargo, en este momento histórico, la discusión pública no puede seguir siendo si la marihuana es buena o mala, si hace daño o no, si es adictiva o no lo es. Entrar en esas discusiones es permitir que los mencionados sectores conservadores secuestren nuevamente la discusión pública con su discurso de miedo moral sobre “los daños” y “los peligros” de una u otra sustancia.
Esos supuestos daños y peligros se pudieran estipular, pues al fin y a la postre, lo que se tiene que discutir en este momento histórico es cómo esa prohibición lleva casi cien años fracasando en la empresa de controlar el uso sustancias, independiente de la peligrosidad de las mismas. Nadie puede mirar la historia y honestamente decir que la prohibición es exitosa. Lo único que estas leyes lograron tras casi un siglo de prohibición es criminaliza millones de ciudadanos libres que, sin hacer daño a nadie, deciden ejerce el derecho a buscar su felicidad como ellos o ellas la entienden. Igualmente, la discusión pública debe girar críticamente en cómo estas leyes hacen más difícil que aquellos para quienes el uso de estas sustancias representa un problema de salud puedan recibir, de aparte de amigos como Torruellas, las ayudas médicas necesarias para manejar sus adicciones. La conversación en torno a estas políticas prohibicionistas debe también girar en cómo esta fracasada prohibición alimenta económicamente a los carteles criminales internacionales y cómo durante los pasados cuarenta años Estados Unidos viene botando en la misma casi mil millardos de dólares sin tener un solo logro concreto que justifique ese gasto (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012 ).
Más urgente aún es estudiar cómo las leyes que prohíben las sustancias triunfan fracasando pues, a pesar de no controlar el uso y trasiego de las sustancias, sirven de excusa para la intervención y control de las comunidades marginales en Estados Unidos. De Igual manera es imprescindible analizar cómo estas prohibiciones se convirtieron en licencia de corzo que permiten a Estados Unidos, como nación imperial, intervenir en otros países so color de la llamada guerra contra la droga (Manjón-Cabeza 2012).
Eso es lo que se tiene que nuestra generación tiene que discutir independientemente de lo qué usted crea sobre los peligros y riesgos del uso de la marihuana.
Desde esta perspectiva, la pregunta tendría que ser entonces, si los puertorriqueños debemos mantener unas leyes que, a pesar de su costo millonario no solo vienen fracasando desde la primera parte del siglo pasado, sino que sus únicos logros son el aumento de la población carcelaria, la criminalización innecesaria de cientos de miles de ciudadanos mayormente jóvenes pobres en su edad más productiva, la militarización de las fuerzas policíacas, el deterioro de las libertades constitucionales y como ya se dijo la expansión imperial de Estados Unidos (Alexander, 2012; Balko, 2013; Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012;).
Esa es la discusión que se tiene que dar. Lo contrario es hacerles el juego a los mercaderes del templo. Estados Unidos y Puerto Rico llevan casi un siglo discutiendo las sustancias, ya es hora de comenzar a discutir el verdadero problema: es decir la prohibición.
Referencias:
Courtwrght, D. (2012) Las Drogas y la Formación del Mundo Moderno: breve historia de las sustancias adictivas. Buenos Aires, Paidos Contextos.
Davis, A. (2005) Abolition Democracy: Beyond Empire, prisons and torture. New York, Seven Stories Press
Ferrell, J.; Hayward K.; Joung Y. (2008) Cultural Criminology: An Invitation. London, SAGE Publications Ltd.
Ferrell, J y Sanders C. R. (1995) Cultural Criminology. Boston, Northeastern University Press
Escohotado, A.(2003) Historia Elemental de las Drogas. Barcelona, Compactos Anagrama.
Foster, G. M. (2002) Moral Reconstruction: Christian lobbyists and the Federal Legislation of Morality. Chapel Hill, The University of North Carolina Press.
Grandin G, (2006) Empire’s Workshop: Latin America, the United States, and the Rise of the New Imperialism. New York, Metropolitan Books
Gray, J. P. (2001) Why Or Drug Laws Have Failed and What We Can Do About It. Philadelphia, Temple University Press.
Goode, E., Ben-Yehuda, N. (2009) Moral Panics: The Social Construcion of Deviance. Oxford, Wiley-Blackwell
Gusfield J. R. (1983) Symbolic Crusade, Urbana, Univeristy of Illinois Press.
Manjó-Cabeza A. (2012) La Solución. Barcelona, Debate.
Musto, D. (1999) The American Disease: Origins of Narcotic Control. New York, Oxford University Press.
Riggs M (2012) 4 Industries Getting Rich Off the Drug War Reason.com Acedido el 24 de febrero de 2014 en http://reason.com/archives/2012/04/22/4-industries-getting-rich-off-the-drug-w/singlepage
Szasz T. (1992) Our Right to drugs, Syracuse, Syracuse University Press
Szasz T. (2003) Ceremonial Chemistry, Syracuse, Syracuse University Press
Villa-Rodríguez, J.A. y Gutiérrez-Renta G. (2013) Criminología Crítica y Aplicada. Ponce, Piano di Sorrento.
Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M. (2012) Geographic distribution of risk of death due to homicide in Puerto Rico
Presentado ante estudiantes del Recinto de Bayamón de la Universidad de Puerto Rico.
Como era de esperarse, la radicación en la legislatura de Puerto Rico de sendos proyectos para despenalizar la posesión de pequeñas cantidades de marihuana uno y el otro para permitir el uso de esta planta como tratamiento médico para diversas dolencias, desató una cruzada tipo “guerra santa” por parte de los “empresarios morales” conservadores en Puerto Rico.
Por lo visto en la prensa y en las redes sociales, de inmediato salieron los sospechosos habituales montados en miedos apocalípticos y cabalgando sobre viejos y trillados discursos moralistas, asegurando que liberar las leyes que controlan el consumo de marihuana traerá la destrucción de la fibra moral que, según ellos, mantiene coherente la sociedad puertorriqueña. Digo los sospechosos habituales, pues son los mismos sectores cristianos conservadores de derecha que desde el siglo diecinueve vienen usando, en Estados Unidos y Puerto Rico, el miedo y la insensatez para mantener o impulsar leyes que disminuyan la separación de iglesia y estado. Estos son los mismos sectores políticos que en su momento se opusieron al voto de las mujeres, al consumo del alcohol y otras sustancias, a los matrimonios interraciales, a los derechos de las mujeres sobre su cuerpo, al libre disfrute de la sexualidad entre adultos y a cualquier ratificación de los derechos de la comunidad LGBTT. Sin mencionar que, estos también son los mismos que en Estados Unidos se oponen a que se enseñe la teoría de la evolución en las escuelas públicas, que piensan que Estados Unidos es un país descendiente de cristianos, por lo que no se necesita otra ley penal que no sea la Biblia y que la ley debe estar al servicio de, por la fuerza si fuera necesario, obligar a que todos fortalezcan el espíritu y la virtud moral (Foster, 2002; Goldbert 2007; Hedges, 2006; Manjó-Cabeza, 2012).
Desconfiando del uso de hierbas y brebajes como parte de rituales para la sanación del cuerpo y el alma, estos grupos vienen desde finales del siglo diecinueve, empujando prohibiciones para que las leyes de Estados Unidos reflejen e impongan el mencionado estilo de vida cristiano. Claro está, definiendo estilo de vida cristiano desde un punto de vista puritano, virtuoso y de fuerte control frente a los placeres. De esos grupos surgió un grupo de cabilderos llamado “Movimiento de Temperancia” quienes fueron los que lograron, en la década del 1930, prohibir en Estados Unidos y por ende en Puerto Rico el alcohol y las demás sustancias (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Por supuesto, el pensamiento religioso fue solo el comienzo del proceso, ese discurso prohibicionista logró ser exitoso, pues el mismo es muy cónsono con la visión de mundo de los llamados “WAPS” -White Anglosaxon & Protestan-, quienes controlaban y controlan la vida pública en esa nación. Estos grupos de base racistas y xenofóbica, veían el uso de la marihuana, la coca y el opio como costumbres de razas inferiores que dañaban las buenas costumbres de la cultura “civilizada”. Claro está, para ellos decir la “cultura civilizada” es hablar de la eurocéntrica cultura del blanco, varón, propietario, heterosexual y cristiano que surge durante la modernidad como ideal y representante de la naciente civilización industrial eurocéntrica que define a Estados Unidos (Villa y Gutiérrez, 2013). Para ese grupo, la prohibición de “las drogas” resultó un discurso muy conveniente, pues le sirvió y le sirve, de excusa para legalmente controlar y reprimir las minorías mediante la prohibición y criminalización de sus costumbres (Courtwright, 2002; Davis, 2005; Ferrell, Hayward y Joung 2008; Escohotado, 2003; Foster, 2002).
Este empuje prohibicionistas de los cristianos conservadores, respaldado por los WAPS, tomo más fuerza cuando algunas empresas lo vieron como una oportunidad de adelantar sus intereses comerciales y económicos. A modo de ejemplo se puede mencionar cómo, tanto los intereses del sector industrial algodonero en el sur de Estados Unidos, así como los de la familia de industriales Dupont, se percataron de que prohibir la marihuana tendría como efecto la destrucción de la industria del cáñamo, derivado de la planta del cannabis y principal complejo industrial en el mercado de textiles y sogas en aquel momento histórico. La lógica era que con la destrucción del cáñamo, el algodón por un lado, y la novel fibra sintética desarrollada por Dupont y llamada “nilón” por el otro, acapararían el lucrativo mercado de los textiles, que por siglos dominaron los productores de cáñamo. Es así como ambas industrias se montaron en el discurso e invirtieron recursos para empujar la ilegalización de la marihuana (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Además de estos intereses económicos que podemos ver como “legítimos”, hay que dejar claro que a mediados de la década del 1930, hubo otros intereses un poco más siniestros o solapados que también empujaron y apoyaron la prohibición legal de las drogas a nivel federal en Estados Unidos. Primero, los agentes del Buró de Alcohol y segundo, los carteles o sindicatos del crimen organizado que surgieron y se fortalecieron como resultado no intencionado de la mencionada prohibición del alcohol. Ambos sectores, perseguidos y perseguidores, se quedaron sin campo de acción y sin ingresos al legalizar el consumo de licores, por lo que ambos vieron en la prohibición de otras sustancias una manera de mantener su pertinencia unos, y sus ganancias económicas los otros. (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012 ).
Por tanto, el que los mencionados sectores conservadores funcionen como una especie de mafia moralista insistiendo en seguir imponiendo sus valores y empujando el control de los individuos por parte de un Estado dirigido por políticos que les temen y responden a su presión, no debe sorprender a nadie. Tampoco debe sorprender a nadie que los poderosos en esta sociedad cierren filas con esa mafia moralista y la utilicen como quinta columna, pues son ellos, como poder, los que verdaderamente se benefician del control social y de la cultura de encerrar y castigar a cualquiera que no represente, se comporte o por lo menos respete sus intereses y su estilo de vida. Entiéndase, como ya mencioné, los intereses y el estilo de vida del blanco, varón, propietario, de apariencia heterosexual y cristiana (Villa y Gutiérrez, 2013). Después de todo, como se explicó antes, fue esa juntilla compuesta por sectores cristianos conservadores, blancos racistas, burócratas con miedo a perder sus trabajos y alguno que otro interés económico legal o ilegal, los que lograron pasar las prohibiciones contra el cannabis y otras sustancias durante la primera parte del siglo veinte, independientemente de los efectos, peligros o daños que pudieran o no causar las mismas.
Además de los factores ya detallados, hay quienes complican más el análisis entendiendo que la prohibición de las drogas fue parte de una lucha por el control social entre dos facciones del poder económico en una nación que pasaba de ser una sociedad agrícola a una industrial. Al igual que con la Guerra Civil estadounidense, que no se trató meramente de liberar los esclavos sino de dos visiones de ordenamiento económico encontrados, el sur agrícola y el norte industrial, la lucha por la prohibición de las drogas se puede analizar como un campo de batalla para el control social entre el viejo capital agrícola con una cosmovisión rural y conservadora, y el capital industrial con una mirada urbana, cosmopolita y libertina. El punto es que el proceso de ilegalización de las sustancias psicoactivadoras aparenta así ser parte de una lucha por el prestigio social que se desató entre el arquetipo del “ideal agrícola”, que se veía a sí mismo como pilar de las buenas costumbres cristianas, pero que perdía influencias en las esferas económicas del país frente a la nueva clase alta industrial, a quienes describían como hedonista, decadente o depravada. De esta manera hay quienes apuntan a que la prohibición de “las drogas” no tuvo nada que ver con los efectos o peligros de las mismas y que fue solo un intento por parte de ese capital agrícola para mantener un prestigio social que desaparecía por la pérdida de poder económico ante el impulso arrollador de los capitales industriales, que construían una nueva nación en la que Dios no tenía un espacio prominente (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
En resumen, todo apunta a que la prohibición de las drogas no tuvo nada que ver con las mismas, sus efectos o peligros. Partiendo de la llamada criminología crítica entonces, cuyo enfoque es el estudio del orden social como productor y constructor de la desviación, se debe entiende que estas leyes prohibicionistas se aprobaron como parte de luchas de poder en medio del cambio social que vivió Estados Unidos al comienzo del siglo veinte cuando mutó de un país agrícola a una potencia industrial (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Partiendo de lo antes expuesto entonces, es fácil entender que tan pronto alguien trata de discutir y estudiar cuán efectiva es la prohibición para controlar y reglamentar el uso de una u otras sustancias, para evitar que los niños tengan acceso a las mismas o para controlar la violencia producto de su trasiego, estos grupos responden con una cruzada mediática sobre los peligros o daños que, dependiendo de a quién usted consulte, se relacionan con el consumo de las mismas. Lo terrible del caso es que ante esa embestida mediática por parte de la mencionada mafia conservadora cristiana, parece como si algunos sectores más democráticos, progresistas, libertarios, conscientes y hasta anarquistas del país, inconscientemente le hacen el juego conservador, validando la discusión sobre si el consumo de una u otra sustancia hace o no hace daño.
Sin embargo, en este momento histórico, la discusión pública no puede seguir siendo si la marihuana es buena o mala, si hace daño o no, si es adictiva o no lo es. Entrar en esas discusiones es permitir que los mencionados sectores conservadores secuestren nuevamente la discusión pública con su discurso de miedo moral sobre “los daños” y “los peligros” de una u otra sustancia.
Esos supuestos daños y peligros se pudieran estipular, pues al fin y a la postre, lo que se tiene que discutir en este momento histórico es cómo esa prohibición lleva casi cien años fracasando en la empresa de controlar el uso sustancias, independiente de la peligrosidad de las mismas. Nadie puede mirar la historia y honestamente decir que la prohibición es exitosa. Lo único que estas leyes lograron tras casi un siglo de prohibición es criminaliza millones de ciudadanos libres que, sin hacer daño a nadie, deciden ejerce el derecho a buscar su felicidad como ellos o ellas la entienden. Igualmente, la discusión pública debe girar críticamente en cómo estas leyes hacen más difícil que aquellos para quienes el uso de estas sustancias representa un problema de salud puedan recibir las ayudas médicas necesarias para manejar sus adicciones. La conversación en torno a estas políticas prohibicionistas debe también girar en cómo esta fracasada prohibición alimenta económicamente a los carteles criminales internacionales y cómo durante los pasados cuarenta años Estados Unidos a botado en la misma casi mil millardos de dólares sin tener un solo logro concreto que justifique ese gasto (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012 ).
Más urgente aún es estudiar como las leyes que prohíben las sustancias triunfan fracasando pues, a pesar de no controlar el uso y trasiego de las sustancias, sirven de excusa para la intervención y control de las comunidades marginales en Estados Unidos. De Igual manera es imprescindible analizar como estas prohibiciones tambien permite que Estados Unidos, como nación imperial, intervenga en otros países so color de la llamada guerra contra la droga (Manjón-Cabeza 2012).
Eso es lo que se tiene que nuestra generación tiene que discutir independientemente de lo que usted crea sobre los peligros y riesgos del uso de la marihuana.
Desde esta perspectiva, la pregunta tendría que ser si los puertorriqueños debemos mantener unas leyes que, a pesar de su costo millonario no solo vienen fracasando desde la primera parte del siglo pasado, sino que sus únicos logros son el aumento de la población carcelaria, la criminalización innecesaria de cientos de miles de ciudadanos mayormente jóvenes pobres en su edad más productiva, la militarización de las fuerzas policíacas, el deterioro de las libertades constitucionales y como ya se dijo la expansión imperial de Estados Unidos (Alexander, 2012; Balko, 2013; Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012;). Esa es la discusión que se tiene que dar. Lo contrario es hacerle el juego a los mercaderes del templo.
Estados Unidos y Puerto Rico llevan casi un siglo discutiendo las sustancias, ya es hora de comenzar a discutir el verdadero problema: es decir la prohibición.
Referencias:
Alexander, M. (2012) The New Jim Crow [Kindle Edition]. New York, Free Press
Balko, R. (2013) Rise of the Warrior Cop: The Militarization of America’s Police Forces [Kindle Edition]. New York, PublicAffairs
Courtwrght, D. (2012) Las Drogas y la Formación del Mundo Moderno: breve historia de las sustancias adictivas. Buenos Aires, Paidos Contextos.
Davis, A. (2005) Abolition Democracy: beyond empire, prisons and torture. New York, Seven Stories Press
Escohotado, A. (2003) Historia Elemental de las Drogas. Barcelona, Compactos Anagrama.
Foster, G. M. (2002) Moral Reconstruction: Christian lobbyists and the Federal Legislation of Morality. Chapel Hill, The University os North Carolina Press.
Ferrell, J.; Hayward K.; Joung Y. (2008) Cultural Criminology: An Invitation. London, SAGE Publications Ltd.
Gray, J. P. (2001) Why Or Drug Laws Have Failed and What We Can Do About It. Philadelphia, Temple University Press.
Goldberg, M. (2007) Kindom Coming: The rise of christian nationalism. New York/London, W.W. Norton & Company
Gusfield J. R. (1983) Symbolic Crusade, Urbana, Univeristy of Illinois Press.
Hedges, C. (2006) American Fascists: The christian right and the war in America. Ney York, Free Press
Manjó-Cabeza A.(2012) La Solución. Barcelona, Debate.
Musto, D. (1999) The American Disease: Origins of Narcotic Control. New York, Oxford University Press.
Villa-Rodríguez, J.A. y Gutiérrez-Renta G. (2013) Criminología Crítica y Aplicadad. Ponce, Piano di Sorrento.