
Armado con todos los refuerzos de las vacunas contra el COVID 19, y con números de contagios a la baja en todo el país, decidí regresar a la escena culinaria de la ciudad señorial.
Fue así que este sábado en la tarde me encontré sentado en el salón de la barra de Níspero. Restaurante que ubica en la calle Isabel, justo a la entrada del casco histórico de Ponce.
La vieja casona que alberga el restaurante me pareció, por su amplio espacio y terraza, un buen sitio para ir perdiendo la agorafobia que admitió desarrollé tras casi dos años de pandemia.
No estaba equivocado.
Tras solo unos minutos, la presencia de amigos y el amable, casual, pero eficiente servicio, relajaron mis miedos. Claro el vaso de Buffalo Trace que escogí como aperitivo también ayudó.
Para domesticar los efectos del elixir producción estadounidense decidí probar las croquetas de viandas y bacalao, destacadas en la carta como oferta de entrada.

Majado de viandas complementadas con bacalao y cubierto de empanado, realmente sabrosas. Ni seca, ni grasosa la firme consistencia del majado de vianda es complementado por un sutil sabor de bacalao que, sin opacar la complejidad de las viandas, deja un sabroso trasunto en el paladar. Perfectas para bajar el Buffalo Trail.
Tras la relajante primera impresión, decidí seguir por esa linea liviana y pedí un filete de rodaballo como quisiera la casa.

Minutos más tardes, y entrando en mi segundo Buffalo Trace, apareció Helen, la mesera, cargando la delicia en sus manos. Una tierna posta de pescado blanco aderezado con lo que asumo era una reducción de vino blanco, mantequilla y ajo.
Admitió que de primera intención, la idea de que el delicado sabor del pescado se perdiera bajo el robusto aromático, despertó preocupación en mi media adormecida consciencia.
Nada más lejos de la verdad, si delicado era el sabor del rodaballo, más delicada era la esencia de la salsa que, lejos de opacar el sabor del filete, lo complementó dándole más dimensión.
Como si lo anterior no fuera suficiente razón para, a la menor provocación volver a Níspero, la crocante textura de los tostones de mapén (pana dice la carta) que acompañaron el pescado fueron el “coup de grâce” de la tarde. Tostaditos por fuera y cremosos por dentro son verdadera provocación a la lujuria gastronómica. No recuerdo haber comido mejores.
En fin que la tarde del sábado experimentada en Nispero parece ser para mi, el comienzo de un paulatino regreso a la normalidad gastronómica ponceña.
Ya les contaré, ¡BUEN PROVECHO!
No es que odie el «mayuketchup«, pero en realidad, para mí no es la mejor acompañante para tostones.
Según mi recuerdo, el mayuketchup, que es una redefinición de la salsa «thousand island» o de la «salsa rusa«, se popularizó en Puerto Rico durante los años 70′ del siglo pasado. Tal vez, como la mayonesa y los pepinillos, se popularizó en la isla tras la llegada de loa cubanos que vinieron huyendo a la revolución. Pero la verdad es que no recuerdo haberla visto en mi niñez aun cuando ya en la adolescencia se aderezaban los sandwiches ponceñoa con mayonesa y ketchup.
En mi casa, para aderezar tostones se usaba un mojo de salsa de tomate, no ketchup. Según mi tradición doméstica, la receta de este aderezo la recibió mi padre del dueño de un restaurante en Salinas o Santa Isabel.

En un mortero, pilón para los puertorriqueños, machaque dos o tres dientes de ajos con sal a gusto. Recuerde que la sal le reduce la intensidad del ajo. Cuando tenga la textura de una «pasta», añada y mezcle con una cuchara la salsa de tomate y aceite de oliva liviano. La cantidad de salsa de tomate con relación a la pasta de ajo determinará la fuerza del sabor.
Para servirla, solo preséntela en una fuente al lado de los tostones. Igual sirve para chicharrones de pollo carne frita y sorullos de maíz
En mi caso, este aderezo es un viaje a la cocina de mi madre. Eso siempre es ganancia.
¡Buen Provecho!