
Tras levantar las restricciones de movimiento auto impuestas como medida personal ante la pandemia, llevo varios fines de semana aventurándome en la escena gastronómica de Ponce.
Así, a sugerencia de Sharon mi compañera, esta semana decidimos almorzar en Sancho’s Sushi Bar, que ubica en el campo de golf Costa Caribe y que es parte del complejo del HILTON PONCE GOLF & CASINO RESORT.
Lugar familiar para nosotros, nos pareció ideal para este tiempo de pandemia por su terraza al aire libre y abierta al mar.

De entrada, dos cervezas, edamames y camarones con vegetales en tempura sirvieron para abrir el estomago con su esperada frescura y simpleza. Si bien nada especial, su familiar sabor y textura fue como el abrazo de esa amistad que te encuentras tras mucho tiempo.

Ahora, la sorpresa de la tarde fue el sushi.
Aun cuando la calidad de la comida en Sancho’s siempre fue de un alto nivel, dicho por gente como mi cuñada quien desarrolló su paladar mientras vivió en Asia, en esta ocasión me llevé una sorpresa.
La paleta de sabores “enrolada” en el Emperor roll, el Spicy Tuna y el Roast roll me impresionó como el beso inesperado de un amor que nunca confesaste.
Robustos sabores que juegan y se complementan con sutiles trasuntos que surgen tras la primera impresión en la boca, demuestran el desarrollo del paladar de Estevan, el “Itamae” responsable de producir estos manjares por los pasados años. Definitivamente una propuesta madura y perfecta para uno dejarse cautivar. ¡BRAVA!

En Fin, que al parecer algo bueno trajo la pandemia. El desarrollo de la oferta de Sancho’s es algo digno de destacar y disfrutar.
¡Buen Provecho!
Armado con todos los refuerzos de las vacunas contra el COVID 19, y con números de contagios a la baja en todo el país, decidí regresar a la escena culinaria de la ciudad señorial.
Fue así que este sábado en la tarde me encontré sentado en el salón de la barra de Níspero. Restaurante que ubica en la calle Isabel, justo a la entrada del casco histórico de Ponce.
La vieja casona que alberga el restaurante me pareció, por su amplio espacio y terraza, un buen sitio para ir perdiendo la agorafobia que admitió desarrollé tras casi dos años de pandemia.
No estaba equivocado.
Tras solo unos minutos, la presencia de amigos y el amable, casual, pero eficiente servicio, relajaron mis miedos. Claro el vaso de Buffalo Trace que escogí como aperitivo también ayudó.
Para domesticar los efectos del elixir producción estadounidense decidí probar las croquetas de viandas y bacalao, destacadas en la carta como oferta de entrada.

Majado de viandas complementadas con bacalao y cubierto de empanado, realmente sabrosas. Ni seca, ni grasosa la firme consistencia del majado de vianda es complementado por un sutil sabor de bacalao que, sin opacar la complejidad de las viandas, deja un sabroso trasunto en el paladar. Perfectas para bajar el Buffalo Trail.
Tras la relajante primera impresión, decidí seguir por esa linea liviana y pedí un filete de rodaballo como quisiera la casa.

Minutos más tardes, y entrando en mi segundo Buffalo Trace, apareció Helen, la mesera, cargando la delicia en sus manos. Una tierna posta de pescado blanco aderezado con lo que asumo era una reducción de vino blanco, mantequilla y ajo.
Admitió que de primera intención, la idea de que el delicado sabor del pescado se perdiera bajo el robusto aromático, despertó preocupación en mi media adormecida consciencia.
Nada más lejos de la verdad, si delicado era el sabor del rodaballo, más delicada era la esencia de la salsa que, lejos de opacar el sabor del filete, lo complementó dándole más dimensión.
Como si lo anterior no fuera suficiente razón para, a la menor provocación volver a Níspero, la crocante textura de los tostones de mapén (pana dice la carta) que acompañaron el pescado fueron el “coup de grâce” de la tarde. Tostaditos por fuera y cremosos por dentro son verdadera provocación a la lujuria gastronómica. No recuerdo haber comido mejores.
En fin que la tarde del sábado experimentada en Nispero parece ser para mi, el comienzo de un paulatino regreso a la normalidad gastronómica ponceña.
Ya les contaré, ¡BUEN PROVECHO!
