Réquiem: más allá de El Tompy
Por Gary Gutiérrez
Sábado a las ocho de la mañana, la música del Miles Davis que sale del iPod llena el cuarto mientras trato de abrir los ojos a la luz del día.
El parpadeante indicador de mi teléfono celular, me indica que durante la noche alguien me envió un mensaje.
El número corresponde al de mi editor que, como todos los de su especie, ni duerme, ni toma libres los fines de semana.
“… llama, necesito ayuda con una nota” leí en el grillete electrónico que llamamos celular.
¿Qué pasó?, pregunté obviando las cortesías usuales y siguiendo la etiqueta de cualquier redacción en momentos que rompe una noticia.
“Cierra Tompy, no estoy en Ponce y necesito una nota para digital lo más pronto posible, ¿puedes?, dijo mi editor en el mismo y esperado tono descortés y directo antes descrito.
La noticia me afectó como si se tratara de que un viejo amigo partió a morar al mundo de Anubis.
Finalmente luego de recomponerme y tras varios mensajes de textos, gestiones telefónicas y búsqueda en mis archivos en pos de aquella nota del 2005 que documentó la emblemática cafetería, tenía a Tomás en el teléfono confirmando la noticia con su voz entrecortada por la mezcla de emociones.
Aun cuando en el oficio periodístico te desarrolla cuero duro, y en mi caso el cinismo, en esta ocasión no hubo forma. Con lágrimas en los ojos escribí la entrada –lead- a la nota.
“El Tompy, la iconográfica cafetería ponceña que por más de treinta años ocupó la esquina de las calles Mayor e Isabel cierra sus puertas para siempre”
Por décadas, fui testigo, vi y reporté cientos, tal vez miles de tragedias, accidentes, asesinatos, masacres, reyertas, incendios, cierres de fábricas y negocios, pero por alguna razón este caso era diferente.
Pasados los días, las múltiples reacciones a la noticia, mucho más que la cantidad usual, parecen atestiguar que no fui el único a quién se le aguaron los ojos y para quién el cierre de El Tompy era mucho más que el final de una empresa familiar.
Pensándolo bien, las tres décadas de historia de El Tompy encarnan la historia del Ponce de esa época.
En el momento que abrió sus puertas, apostando a un mejor futuro y dándole nueva vida al antiguo local que décadas antes albergó al legendario Giraldó, la ciudad también buscaba alternativas para superar el desastre económico producto de la caída de la industria petroquímica.
Unos años más tardes, tanto El Tompy y la ciudad sobrevivieron una verdadera prueba de fuego.
Es decir, el doloroso proceso de redecoración y de soterrado del tendido eléctrico de la ciudad que conocemos como “Ponce En Marcha”.
En aquella época, las luchas burocráticas y partidistas que resultaron en el atraso de los proyectos de remodelación, mantuvieron a expensas de la seguridad económica de los pequeños comerciantes como Tomas, las calles cerradas por meses algunas, por años otras.
Por otra parte, El Tompy también fue parte de lo que algunos llaman el resurgimiento del “orgullo ponceñista”.
Sobrevivido el calvario, durante la década del 1990, tanto El Tompy como la Ciudad auspiciaban, participaban o eran protagonistas de fiestas, carnavales, festivales, celebraciones de mañanitas y de cuanta actividad y festejo se es posible imaginar.
Sin embargo, a pesar de la ilusoria percepción de prosperidad y de los esfuerzos por rescatar un abolengo cultural que nunca existió realmente, la situación económica a la llegada del nuevo milenio obligaba a ser creativos.
Las cosas iban de mal a peor.
Es en ese momento que la ciudad se embarcó y apostó al desarrollo de un “mega-puerto” para el trasbordo y ensamblaje de mercancías.
Un poco más tarde, pero para la misma época, El Tompy le daba la bienvenida a su nueva propuesta, el remodelado Café Tomás. El mismo sabor, la misma calidad y el mismo cariño, en un remodelado escenario.
En fin que hoy en medio de la segunda década del siglo veintiuno, con otros protagonistas pero con las mismas luchas burocráticas y partidistas de siempre, la ciudad ve caerse por desuso la millonaria inversión portuaria mientras es testigo de la desaparición de El Tompy.
Mirado desde este punto de vista, es posible que el dolor no es solo sea por la pérdida de un espacio maravilloso que era de todos y todas.
Tal vez la verdadera pena es que en el fondo sabemos que el cierre de Tompy señala el camino por dónde realmente va la ciudad.
Espero equivocarme…
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