Por Gary Gutiérrez
Pocas cosas desaniman más a uno que el salir a comer para algún lugar y encontrar el mismo cerrado.
Recientemente, tras llevar a mi compañera al aeropuerto Luis Muñoz Marín se me antojó visitar La Cucina di Ivo. Maravilloso local en la calle Fortaleza de la vieja ciudad amurallada de San Juan.
El solo pensar en la tierna y jugosa Tagliata di filetto en crema di tartufo que Ivo prepara a la perfección provocaba en mí el sabroso cosquilleo de adolescente enamorado.
Además quería compartir la gustosa experiencia con mis acompañantes de viaje, mi hermano postizo José Raúl Cepeda y su hija Rosana, una comidista en formación que con la gracia de una bailarina clásica puede comer como un camionero.
Sin embargo, el destino nos tenía una jugada.
Al buscar en Google el teléfono de La Cucina di Ivo el mundo se vino abajo. ¡No abren los domingos!
Ante la crisis causada por la decepción, y en contra de mi mejor juicio pues no soy amante de lugares “trending” o “hípsters”, decidimos parar en la Placita de Santurce.
Por supuesto, como todo buen estratega, me di cuenta que, para lograr salir airoso de nuestra nueva escaramuza, aquel improvisto cambio de rumbo requería nueva información – inteligencia le dicen los militares-.
Así que siguiendo los consejos del Arte de la Guerra de Zun Tzu, antes de hacer nuestra incursión, contactamos el maestro del bajo mundo culinario nacional Cesar José Pérez Lizasuai.
Sin titubeos dijo dos nombres: La Tasca del Pescador y La Alcapurria Quemá. Acto seguido explicó que la última era “Hard Core”.
Tan pronto nos paramos en la puerta de La Alcapurria Quemá corroboramos que el perito no fallaba y que aquel antro era “real”.
Una honesta fonda boricua sin pretensiones, con una barrita bien surtida y atendida por una eficiente joven a la izquierda, y al final como lugar sacrosanto separada por un mostrador por donde salen las delicias, la cocina.
Igualmente, la presencia de comensales regulares que llegaban a recoger lo ordenado por teléfono, era una buena señal.
Tan pronto Lady, la joven a cargo de la barra y el salón, despachó uno de los regulares con su orden y dos más que iban para la misma dirección, nos señaló la pizarra y preguntó que deseábamos.
Tras examinar la pizarra escrita a mano pedimos tres alcapurrias como aperitivos, una de carne, otra de conbif y la mía de jueyes. Como plato fuerte, carne frita, chicarrones de pollo y masitas de dorado servidas con ceviche de cebolla y acompañados de arroz con tocino, habichuelas y tostones.
Por supuesto, diabetes o no, eso tenía que salir con cervezas.
Tanto las alcapurrias, que como eran de masa de viandas o verduras en Ponce llamaríamos hallacas pues acá las alcapurrias son las de masa de yuca, como los chicharrones, las masitas de dorado, así como la carne frita son un verdadero tributo al tradicional arte de freír.
La crocante capa exterior, así como el mullido y tierno interior de todas las frituras dan fe de una maestría culinaria desarrollada y heredara por generaciones.
Igualmente, impresionante son los guisos que rellenan las alcapurrias. Tanto el dulce sabor del juey como el robusto gusto del conbif y la carne, todos guisados con aromáticos tradicionales y sazonados al punto, son un complemento maravilloso para la masa frita que le sirve de comestible empaque.
¡Altamente recomendados!
En fin, que, que gracias al maestro fondero Cesar José, la decepción resultó ser una oportunidad para superar mis prejuicios y apreciar un lugar como La Alcapurria Quemá, donde diariamente y sin pretensiones la cocina sigue siendo una trinchera de resistencia y reafirmación para la gastronomía nacional.
Patria o Muerte cenaremos… Buen Provecho.