Lo he dicho antes y me reafirmo, las fondas criollas se miden por el arroz y habichuelas.
Si bien esta máxima define El Paraiso Fonda Criolla y Bar como una fonda por derecho propio, no es menos cierto que este local cumple con la segunda regla de un fonda. Los chicharrones de pollo tienen hueso, cuerito, y ¡no se empanan!
Si el cielo existe, probablemente tiene estos chicharrones en su menú… Tiernos y húmedos trozos de caderas y muslos fritos hasta lograr el perfecto balance entre la crocante piel del ave y la ternura de su carne sabrosamente condimentada al gusto criollo.
Los míos que salgan con papas fritas y una Medalla por favor…
La verdad que, mídase como se mida, El Paraiso Fonda Criolla y Bar, es una fonda por derecho propio…. ¡BRAVO!
Buen provecho….
Para los fonderos de mediados del siglo XX hay palabras que desatan especial emoción. Una de estas tiene que ser el “mingolo”.
Es decir el equivalente de una y media o dos tazas de pega’o de arroz blanco humedecido por un poco de habichuelas y su caldo , complementado por un poco de carne o pollo que sobrara del guiso.
No debe confundirse con el “floreaó” que es una fuente pequeña, también de más o menos taza y media, pero en este caso de arroz blando y no de arroz pega’o con igual porción de habichuelas y sin proteína alguna. Es decir eso que ahora le llaman un “side dish”.
Esta larga explicación se debe a que recientemente visité una de las fondas más respetadas y emblemática de la ciudad de Ponce.
Pero como tengo que controlar la diabetes, no pedí el servicio regular que es una cantidad obscena de comida por unos sietes u ochos dólares.
En su lugar pedí medio servicio, concepto que vale cuatro dólares y que parece comenzó en Puerto Rico con los negocios de comida china, que lo desarrollaron para mantener el mercado de trabajadores pobres que ya no pueden pagar ocho dólares por un almuerzo, no importa cuanta comida incluya el mismo.
El asunto es que algunos fonderos, entre ellos los Ramos en Ponce, adoptaron el concepto pues les permites ofrecer un almuerzo razonable a un costo que los y las trabajadoras de salario mínimo pueden pagar.
Así, ellos mueven el inventario y los comensales pueden disfrutar de un mejor y más nutritivo almuerzo que el ofrecido en los “combos” de “come y vete” americanos.
“Todo el mundo gana”.
Al ver el “medio servicio” de pegao, habichuelas y mollejas que me sirvió Sol en la Cafetería Ramos, dos cosas vinieron a mi mente.
Pensé en los “mingolos” y cómo sirvieron para que miles de trabajadores pudieran sobrevivir en la terrible economía del Puerto Rico de la primera parte del siglo XX.
Igualmente pensé como esos nuevos “mingolos”, ahora llamados “medios servicios”, vuelven a rescatar y sustentar una nueva generación de obreros y obreras que, al igual que sus bisabuelos, se levantan todos los días a trabajar, y que al igual que sus ancestros el fruto de su trabajo no les permite la dignidad de acceder a un servicio completo de alimento.
Si bien la reflexión me daño el almuerzo, tengo que confesar que “mingolo” o “medio servicio” de pega’o, las habichuelas y las mollejas en Ramos me reconfortaron el alma, y ese es el trabajo de una verdadera fonda.
Buen Provecho
Fotos y letras por Gary Gutiérrez
Pasada la una de la tarde, el estómago reciente las cuatro horas sin comer y dos horas de reuniones.
Siendo sábado, las alternativas vespertinas para comida criolla no son muchas. Sobre todo al este de la ciudad de Ponce, donde ubica el recinto de Ponce de la Universidad Interamericana, sede de las mencionadas reuniones.
Por suerte, como conspirador en la reunión se encontraba José Raúl Cepeda, chinchorrero probo y conocedor fondero de viejo cuño.
Precisamente gracias a que Cepeda recordó la recomendación de otro maestro chinchorrero, el amigo Tico Frontera, llegamos al local que por décadas albergó el Landing. Un negocio consagrado al colesterol nacional que ubica en la carretera número uno, frente al espacio donde antes estuvo el terminar del aeropuerto de Mercedita.
De entrada, el comensal es recibido por una enorme pizarra donde se detallas las delicias gastronómicas disponibles. Por supuesto, según va pasando el día, van aumentando los espacios vacíos que atestiguan los manjares que se agotaron para el día.
A mano izquierda de la puerta, frente a un televisor con las carreras de caballos, se encuentra una barrita donde, como en el inolvidable Cheers de la televisión estadounidense, todos se conocen por el primer nombre y todos se alegran al verse.
Precisamente al final de ese mostrador guardado por los parroquianos habituales se encuentra el espacio “sacrosanto”, la mesa caliente coronada por bombillones.
Todavía a esa hora la mesa caliente cobijaba bandejas con arroz blanco, sabrosas habichuelas, arroz guisado, tostones y amarillos.
De igual manera este sagrario gastronómico acaudalaba pedazos de muslos con caderas al horno, tierno bisté encebollado a la criolla, costillas de cerdo glaseadas y unas “caderas salteadas” espectaculares.
Ahora, no se confunda por el nombre. Las llamadas caderas salteadas en realidad es una sabrosa reconstrucción criolla de un confitado de pollo con aromáticos como ajos, cebolla y pimiento criollo. Sabrosas y de textura impresionante.
Como si fuera poco un espectacular y espeso sopón de gandules que por el tiempo que lleva en la mesa caliente al momento que llegamos ya era un robusto plato que evoca el más sustancioso risotto coronaba la oferta del día.
En resumen, visitar La Nueva Ponceña fue como ir a comer un sábado a casa de abuela o de Tití Yolanda.
No solo por el sabroso balance en la comida, sino por el familiar y relajado ambiente del salón comedor donde un televisor compartía con los comensales la intrigas de la WWF y donde cada mesa custodia una botella plástica de mayu-ketshup y una de cristal con pique boricua, ambas preparadas en la casa.
¿Dígame si eso es o no una fonda “old school”?
Ahora, si usted es un chinchorrero de respeto en el sur de la isla o un fondero braga’o, tan pronto se pare frente a la sagrada vitrina que reguarda los alimentos usted reconocerá el verdadero secreto de La Nueva Ponceña, Doña Aidé. Una de las veteranas cocineras que se forjaron en las trincheras del desaparecido templo de la cocina criolla en Ponce, El Fogón de Yuya.
Con esa referencia que más se puede decir.
Solo que La Nueva Ponceña es un referente del ideal de la fonda criolla y una parada obligada para los chinchorreros sabatinos en el sur del País.
Buen provecho…
Orginalmente publicado en La Perla del Sur: El Glawi: dos décadas sazonando La Playa
Texto y fotos por Gary Gutiérrez
Con el perdón de los hispanoparlantes, estos sí son “The Real Thing”. Simple y llanamente no existe mejor forma para describir la fondita que por los pasados 20 años ha servido y alimentado a la clase trabajadora de La Playa de Ponce.
El emblemático paraje, situado justo entre la avenida Padre Noel y la calle Alfonso XII, se llama El Glawi Café, el mismo que religiosamente abre sus puertas a partir de las 5:00 de la mañana todos los días de semana y los sábados a las 7:00.
Como a diario comprueban sus fieles clientes, de entrada el comensal sabe que llegó a una fonda “como Dios manda” y no a un “come y vete” extranjero, insulso de carácter, sazón y personalidad.
Protegida por una reja que siempre está abierta, de entrada se topará con el mostrador donde se ordena y se recoge la comida, así como con la inmaculada vitrina que bajo dos bombillones despliega los mejores tesoros de la tradición frita de la cocina nacional.
Desde alcapurrias y empanadillas, hasta pollo frito, al horno y costillitas en trozos, estas delicias son preparadas en casa o por allegados a la familia.
Y como en las más genuinas fondas del planeta, en las paredes de El Glawi Café no solo se despliegan los orgullosos logros familiares. También se documentan y celebran a los héroes deportivos y sociales del barrio y la ciudad.
Aquí abundan tanto los recuerdos de la familia, como imágenes que evocan a Ponce y el desaparecido Churumba, así como a Puerto Rico, la salsa como género musical y los Yankees de las Grandes Ligas.
Por supuesto, todo eso está bien chévere, ¿pero qué de la comida? Pues ahí es donde El Glawi se “ranquea”, como dicen los jóvenes.
Si es cierto que la culinaria de una fonda se mide por el arroz blanco y las habichuelas, entonces El Glawi Café ocupa una categoría por sí mismo. Si lo duda, entonces, pida un “floriaíto” cuando visite este tabernáculo de la cocina criolla.
Para quienes crecieron en la época de la comida chatarra y no conocen el lenguaje de las fondas, un “floriaíto” es un plato pequeño con un poco de arroz y habichuelas a caballo, al estilo de los que hoy llamarían un “side order”.
Si bien el arroz blanco es sabroso y tierno al punto, sin duda las habichuelas son las reinas de esta impecable cocina.
El espeso y rojizo caldo producto de los granos ablandados en la casa y sazonados con sofrito criollo, preparado fresco y licuado para que los nenes no vean las hierbitas, se termina con trozos de papa y calabaza: un verdadero tributo a las manos de nuestras madres y abuelas.
La calidad y la honestidad tradicional de esas habichuelas no son de extrañar, cuando se toma en cuenta que fue en el hogar de la familia donde don Carlos Ruiz De Jesús y doña Evelidys “Lilly” Andújar de Jesús, propietarios de El Glawi, aprendieron a cocinar.
“Aquí en 20 años solo hemos tenidos dos cocineros, Juan Gómez, que nos ayudó por un año mientras comenzábamos, y yo. En mi caso, cocino como a mí me gusta. Pruebo algo, lo preparo un par de veces en casa y si nos queda bien lo ponemos en el menú”, explicó Ruiz De Jesús, con una sonrisa de satisfacción casi pícara.
Mas si a lo anterior se suma que por las pasadas dos décadas el negocio sirvió de segundo hogar para Karla, Karylin y Karl, los hijos de la pareja, entonces nadie debe dudar por qué comer en El Glawi es, inequívocamente, compartir la mesa con la familia Ruiz Andújar.
Y en honor a la verdad, el menú de esta fondita no puede ser más criollo.
Para desayuno, además de los sándwiches y los bocadillos ponceños, la oferta incluye tres opciones de cereales calientes, incluyendo algunos con endulzantes artificiales para quienes cuidan su nivel de azúcar.
Entretanto, para los que buscan el “baratongo”, en El Glawi preparan un desayuno criollo de huevo, jamón, tostadas y cariño para todo el día, por menos de $3.75.
Hablando de desayuno, no se equivoque. El café de El Glawi es cola’o como le gusta a don Carlos, que llega todos los días a las 4:00 de la madrugada a prepararlo.
Por supuesto, siendo una fonda, el almuerzo ya está disponible a las 9:00 de la mañana y todavía una mixta comienza en menos de $6, con ensalada verde, agua o refresco incluido.
Las opciones regularmente abarcan variedad de carnes, pescados, mariscos, pollo y, claro, hasta antojitos como las mollejitas, las pastitas con pollo, el meatloaf en salsa y las ensaladitas de papa para los días de calor.
Ahora, no se equivoque. Para los que celebran algo especial o para los días de cobro, El Glawi Café también ofrece una carta que pudiera estar muy cómoda en cualquier restaurante de mantel blanco y servicio estirado.
Pa’ muestra con un botón basta. Solo tiene que probar el mofongo relleno de mariscos: el más tierno carrucho, salteado junto a un delicado pulpo y camarones en un mojo criollo, preparado con sofrito fresco que arropa uno de los mofongos más suaves y delicados de la región.
Tan sabroso y fresco que se nota de solo olerlo. Y, por supuesto, de más está decirlo, ese hay que bajarlo con una “friiiíta”.
Si por casualidad le queda espacio, pida el flan de la casa. ¡Qué caramelo más sabroso y qué textura tan cremosa!
Cuando termine, comprenderá mejor por qué Ponce tiene tanto prestigio como cuna de fondas emblemáticas, como la Cafetería Ramos y el Fogón de Yuya.
Pero con el respeto que todas se merecen y en honor a la verdad, 20 años de servicio “bregando” y velándole el bolsillo a la comunidad de La Playa de Ponce le garantizan a El Glawi Café un espacio distinguido en la liga de “las mejores” de la ciudad.
“Buen provecho” y reitero, disfruten el flan, ¡si les cabe!
8 de octubrede 2014
Por: Gary Gutiérrez
Recientemente, mientras visitabamos Cayey para participar en una reunión, un grupito de amigos decidimos salir a probar fortuna en la escena gastronómica local.
Siendo sábado en la tarde, la cosa resultó más difícil de lo que esperábamos pues todos los lugares conocidos por mis amistades estaban cerrados.
Así decidimos probar suerte a ver donde podíamos almorzar bueno, bonito y barato.
De pronto, mientras transitábamos por la carretera catorce casi llegando a la número uno, se nos reveló “la tierra prometida”.
Desde una vitrina de cristal en un pequeño edificio comercial, un rotulo de neón gritaba “open” en fluorescentes colores iluminados.

Aquel local, que pudiera pasar desapercibido para los que no saben que buscar, tenía todas las señales de una buena fonda local.
Primero, no solo estaba abierta sábado en la tarde, estaba llena de comensales de todas las edades incluyendo, familias, padres solo con hijos pequeños y personas mayores. Cosa que regularmente apunta a que allí se cocina tradicional pero saludable. Es decir velando el colesterol y esas cositas.
Segundo, este negocio está ubicado frente a una fabrica y dos de sus mesas estaban ocupadas por lo que a todas luces eran empleados de esa empresa vecina. Así que allí no solo se cocina con buen gusto, sino que las porciones son abundantes y la calidad constante. Después de todos son tus vecinos y los quieres de clientes diarios.
Finalmente y como señal definitiva de que allí se come bueno y barato, dos policías de servicio entraron al local para tomar su hora de almuerzo.
No había nada más que buscar.
Como si lo anterior no fuera razón para aventurarse a probar su oferta, los aromas que se escapan de la cocina inundaban el estacionamiento provocando en nosotros una verdadera lujuria gástrica.
En ese momento, ya estábamos “engancha’os” y minutos más tardes hicíamos fila mientras observábamos las delicias que eran servídas a los que estaban primeros en la fila.
Mofongos rellenos, filetes de pesca’o con tostones, bifté con papás, carnes fritas desfilaban frente a nosotros desde la cocina al mostrador como “top model” en pasarela.
Cual de todos más apetecibles y cada cual haciendo del proceso de selección uno más difícil.

Finalmente me tocó el turno de pedir y allí, como oráculo griego, un papel escrito a mano en marcador y pagado con “tape” al mostrador me mostraba el camino a seguir: Filete de salmón en ajo o salsa criolla con dos acompañantes y refresco: $10.00
Repetí lo escrito en el cartel a manera de orden y la joven en el mostrador me contestó, “en salsa criolla es que es bueno”.
De primera intención lo de salsa criolla o al mojo, como se le conoce por la costa sur a la guarnición de aromáticos en salsa de tomates, no me pareció buena ida para complementar el salmón, pero si “la nena lo recomienda”.
Fue de esta manera que terminé en una fonda cayeyana de nombre Moncho’s Café, disfrutando de un almuerzo memorable compuesto por un filetito de salmón bien preparado, con muy buena textura y complementado de una delicada versión del mojo isleño, tostones y ensaladas.
Definitivamente una fondita de nuevo cuño cuya oferta gastronómica, atenciones, limpieza y buen ambiente lo hacen sentir a uno como si estuviera almorzando en la casa de viejas amistades.
Si está por Cayey y es “fondero”, Moncho’s Café es una alternativa que vale la pena visitar…
Buen provecho.