#Análisis | Sin frenos la criminalidad en Puerto Rico… Policía no logra detener a los sicarios que infunden el terror en las vías más transitadas. Escuche las expresiones del criminólogo
Curso SOCI 4101 Criminología
Recinto Universitario de Mayagüez
Profesor: Dr. Michael González-Cruz
Introducción
EL libro “Exclusión y Violencia” es escrito por un profesor criminólogo llamado Gary Gutiérrez. Citando el libro, el mismo reúne en tres secciones la propuesta del autor para mirar la violencia y la criminalidad presente en Puerto Rico a partir de la segunda década del siglo veintiuno desde la mirada alternativa que posibilita la ‘nueva criminología’, entiéndase la criminología critica, que pretende cuestionar a la criminología tradicional desde la manera de ver al delincuente, hasta los mecanismos de control social (Gutiérrez-Renta, 2014). Como parte del curso de criminología SOCI 4101 el lector de este ensayo podrá apreciar algunos puntos importantes que Gary Gutiérrez presenta en su libro. El ensayo se estará estructurando por unas preguntas que los estudiantes, al igual que el profesor escogieron para llevar a cabo el ensayo. Las preguntas de referencia que se escogieron para este ensayo son las siguientes:
- ¿Qué premisas se tomaron en consideración para elaborar la sociología del conflicto? P. 32
¿Cuáles son los propósitos principales de la ley según Kropotkin? Explica. P. 23 - Según Máximo Pavarini, ¿en que día empiezan las angustias serias para el criminólogo?
- ¿Cuál era el pensamiento o la visión de los conservadores y de qué manera consideraban la solución al acto criminal? Explique de qué manera los mismo veían a los humanos.
Ensayo
Gary Gutiérrez nos muestra un libro fascinante que nos permite entender desde un punto de vista social cómo es la criminología. Cada detalle del libro nos hace reflexionar acerca de la criminalidad, y en momento nos brinda la oportunidad de tener en mente una solución hacia este comportamiento. Por tanto, me gustaría empezar con una frase de Gary escrita en el libro; “Al fin y al cabo, se debe asumir que, como en la naturaleza, en la sociedad todo lo que se mantiene es porque para alguien le funcion”. Esta frase se repetía varias veces en mi mente cada vez que pasaba las páginas del libro, porque me hizo ver lo injusto y el abuso que tiene el gobierno con nosotros, manipulándonos mediante la criminalización. Por tanto, es increíble que el estado que tiene un poder incalculable puede utilizar este comportamiento como una ventaja para obtener más poder. Poder que se convierte en un conflicto social que parten de tres premisas que apuntan a que; la sociedad no es estática y siempre está en cambio y que en toda sociedad habrá sectores que promuevan ese cambio, la segunda premisa; que el conflicto, la falta de consenso, es intrínseco a todos los sistemas sociales, (no hay sociedades, o relaciones personales que no experimenten conflictos). Finalmente, y probablemente lo más importante para efectos de este trabajo, la coerción resultante de que unos individuos tengan más poder social que otros es un elemento siempre presente.
Tomando como referencia la última premisa, en donde el poder social tiene la oportunidad de obtener más que otros individuos, me refiero a la clase pobre. Ayuda a entender por qué la criminalidad verdaderamente funciona. Cuando tuve la oportunidad de ir a la conferencia de Gary en el RUM, acerca del libro “Exclusión y Violencia” aclaré esta gran pregunta escuchándolo con una mente abierta. Una de las partes de la conferencia él menciona y abunda más sobre los que son los propósitos principales de Kropotkin, lo mencionó de una manera diferente. El primer propósito es proteger la propiedad privada, y hago un alto este primer propósito porque Gary nos menciona que es el propósito más importante y el que empezó la implementación de un proceso de seguridad. Hace mucho tiempo atrás los policías no eran parte de un gobierno, los famosos policías solamente protegían los bienes de los ricos. Al ver el estado esto tan importante ellos optan por hacerlo parte de un plan gubernamental. Aquí es donde llega el segundo propósito de Kropotkin, proteger el estado y al rico. “Las leyes del estado lo que protegen son las estructuras que legitimen -no criminalizado- las acciones de quienes se benefician del trabajo y la producción de otros”. Pero como había mencionado anteriormente el estado no solo tiene una protección, sino que también crea una manipulación. El estado muestra el tercer propósito como modelo de voto, y es “proteger a la persona”, hacerla sentirse segura porque andamos con miedo de que la criminalidad nos arrope.
Abarcando más sobre los oficiales de seguridad (policías) me impresiono mucho como Gary los describe con una Visión Conservadora Cristiana en donde el individuo es un ser pasional que “no tiene control por herencia del pecado original”. La alternativa ante el crimen es la vigilancia, la mano dura, y el castigo severo y humillante para que se controle. Esta visión se basa en el respeto a los valores, la autoridad y la religión. (Jimenez, 2015) Después de Gary describirme a los oficiales de esta manera pude entender porque algunos policías tratan a las personas marginadas con arrogancia y comportamiento agresivo.
Durante todo este estudio de la criminología con el estado, los criminólogos entendieron que la sociedad no es producto de consensos o procesos democráticos. Aquí fue el día en que el criminólogo tuvo que rendirse a la evidencia de que las definiciones legales de criminalidad y de desviación no coinciden con la opinión mayoritaria de los que debe ser justo y de lo que debe entenderse injusto. (Pavarini, 2003) Es de aquí que Pavarini entiende que la criminología comienza a cuestionarse en su rol en la sociedad burguesa productora de la modernidad, así como la forma en la legitima el estatus quo. Este proceso llevo a estos criminólogos a un dilema.
Gary mostró tener un conocimiento invaluable que habla desde un punto de vista bien estudiado socialmente. Leer su libro es una manera de entender el mundo represivo en que vivimos hoy en día. Puerto Rico más que todo debería tener este tipo de lectura a la mano para así entender muchas cosas que a veces somos ciegos y no nos damos cuenta. “Exclusión y Violencia”, abrió mis ojos vendados de cosas que uno pensaría como correctas o normales.
Citas
Gutierrez-Renta, G. (2014). Exclusión y Violencia. Ponce, PR: Marian Editores
Jimenez, R. E. (2015, Enero 31). Presentacion del libro Exclusión y Violencia. Retrieved from Scrib: https://www.scribd.com/document/254356443/Presentacion-del-Libro-Exclusion-y-Violencia
Pavarini, M. (2003). Control y Dominación: Teorias criminológicas bruguesas y el proyecto hegemónico. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
El poder de la oración y de la meditación de corte positivo y no punitivo está probado, no solo por los religiosos o por quienes cultivan la espiritualidad, ha sido confirmado a través de la ciencia, esa que según el diccionario de la Real Academia Española se define como “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente”.
No es casualidad que las investigaciones al respecto comenzaran a duplicarse en décadas recientes, incluso para analizar su efecto en la conducta de persona confinadas en sistemas carcelarios. Por ejemplo, estudios apuntan que quienes practican la oración, la meditación y actividades similares pueden llegar a vivir hasta siente años más en promedio que quienes no lo hacen.
Tan reciente como a finales de 2015 un estudio realizado en el hospital General de Massachusetts, afiliado a la Universidad de Harvard, reveló que técnicas de relajación como la oración, la meditación y el yoga pueden llegar a reducir la necesidad de cuidados médicos en hasta un 43%, ahorrando decenas de miles de dólares por paciente al año.
El estudio titulado “Entrenamiento para la respuesta a la relajación y la resiliencia y su efecto en el uso de recursos de cuidado de salud”, llega incluso a recomendar que debido a sus beneficios sustanciales y bajo costo las llamadas “intervenciones de mente y cuerpo” se “instituyan a manera de cuidado preventivo como las vacunas o las clases de conducir”.
Hay instituciones carcelarias que ya lo han hecho, obteniendo buenos resultados. El criminólogo Gary Gutiérrez señala que “ha habido algunos programas de meditación en las cárceles en Estados Unidos y han funcionado excelentemente, sobre todo para bajar los niveles de violencia dentro de la cárcel”.
“Ha pasado, no solo con meditación asiática como la budista sino que en sitios donde, sobre todo afroamericanos, entran en comunidades religiosas musulmanas dentro de las prisiones y son honestos, ayuda a bajar los niveles de violencia. Escuché hace unos años en una conferencia de la Asociación de Criminología de Estados Unidos que había administradores de cárceles fomentando este tipo de actividad porque les ayudaba al manejo de la institución: (los reclusos) son mucho más limpios, más ordenados por toda la disciplina que les enseña la meditación impulsada, no por la fuerza sino por su proceso”, recuerda.
En su recién publicado libro “Espiritualidad en la Clínica: Integrando la espiritualidad en la psicoterapia y la consejería”, el psicólogo Juan González Rivera analiza el resultado de estudios como estos.
“Ya nadie tiene duda de los beneficios que tiene”, afirma en entrevista con Por Dentro el profesor de la Universidad Carlos Albizu. Enumera algunos como reducción de la ansiedad (incluso por comer), sensación de relajación, sustento para personas depresivas y aumento en la actividad neuronal. También se ha encontrado que quienes acostumbrar orar o meditar tienden a fumar menos y a consumir menos alcohol.
“En cuanto al cerebro, ayuda para que la producción de neurotransmisores aumente a cualquier edad. Estudios longitudinales han demostrado que las personas espirituales y que practican la oración tienen un promedio de siete a diez años más de vida que personas que no lo practican”, indica.
¿Es lo mismo orar que meditar? De acuerdo con González Rivera, “la oración es un tipo de comunicación con lo sagrado, con lo trascendental, con lo divino”. “El tipo de oración que la persona haga va a depender de su cultura, su religión, de su bagaje, pero prácticamente buscan lo mismo: el católico va a buscar comunicarse con lo que entiende es Dios, el musulmán también, el ateo, al no tener esa concepción de lo sagrado o divino, busca una concepción espiritual de conexión con la naturaleza, etcétera; lo que va a buscar es conectar con eso que define como mundo espiritual”, elabora.
Mientras, meditación es una práctica espiritual y mental que generalmente involucra la atención plena y la tranquilidad. Científicos le atribuyen, entre otras cosas, relajar la mente y cuerpo reduciendo la presión arterial, adiestrar y fortalecer los grados de conciencia, ayudar a enfocar y estabilizar el ‘Yo’, liberar estrés, reducir síntomas de ansiedad y regular el estado de ánimo.
“La mayoría de los autores convergen en que el propósito de la meditación consiste es conocerse a sí mismo, alcanzar serenidad mental y disminuir el impacto del dolor, es decir, ayudar al crecimiento consciente del ser humano”, apunta González Rivera. Dice que puede incorporarse a las creencias individuales independientemente de la religión que practique la persona.
“Lo que las personas ateas o agnósticas hacen es meditación”, aclara el entrevistado.
No hay una sola manera de orar o de meditar, y no todas son igual de efectivas. Entre los principales tipos de oración el profesor menciona: oración meditativa, ritualista, de petición, de intercesión y coloquial. La primera se centra en el deseo de una experiencia de comunicación con un ser superior, lo que muchos llaman “estar en la presencia de Dios”. “En este tipo de oración se encuentran las distintas modalidades de adoración y la lectura espiritual reflexiva”, expone.
Mientras, la oración ritualista se caracteriza por una estructura ordenada, repetitiva y de aspecto ceremonial. En esta categoría entran los rosarios, las misas, los cultos devocionales, la lectura de libros de oraciones y de oraciones prediseñadas, mantras, entre otros.
González Rivera apunta que la oración de petición es la más usada y “se caracteriza por pedir a Dios las cosas que se necesitan o se desean”. Además, está la de intercesión, que solicita para otra persona o población. Y está la coloquial, que es más una conversacióny puede incluir otros tipos de plegarias como la confesión y la acción de gracias.
Sin embargo, el estudioso de la conducta humana advierte que para quienes tiene una imagen de un Dios castigador la oración, no importa de qué tipo sea, puede resultar contraproducente, tóxica y provocar conductas producto de una espiritualidad poco saludable.
“La persona podría orar mucho, pero si la imagen de Dios no es correcta toda esta explosión de beneficios quizá nunca la vea. Tanto pastores, como sacerdotes, directores espirituales, consejeros y psicólogos podemos trabajar eso en terapia, generar una imagen correcta, positiva y no una imagen tóxica. Una imagen tóxica de Dios genera actitudes tóxicas como fanatismo, dogmatismo, rigidez, falta de tolerancia. Eso es uno de los primeros indicadores de una espiritualidad tóxica”, ilustra.
El psicólogo adelanta que en su próximo libro, que titulará “Espiritualidad en la psicoterapia y la consejería: Del debate a la integración”, el psicólogo y pastor Marcos García expondrá manifestaciones de una espiritualidad tóxica. Menciona, por ejemplo, la falta de capacidad para tolerar las diferencias en los demás y de practicar la bondad con quienes piensan distinto. En cuanto a los tipos de meditación identifica la meditación sentada, el conteo de pensamientos, la atención a un pensamiento repetitivo o enfocarse en un estímulo interno o externo.
Vidas transformadas
Sean cuales sean las prácticas de oración y meditación elegidas, las mismas pueden cambiar vidas. De ello da testimonio el propio Gutiérrez, quien por muchos años se desempeñó como periodista y documentaba particularmente escenas de violencia. “Estuve como cinco años meditando diariamente y aunque ya no medito uno adquiere unos principios de vida que los transporta más allá de la cuestión religiosa. Para mí era importante porque me ayudaba a manejar la ansiedad y la hostilidad por la que uno vivía como reportero. Y es un buen recurso para manejar, por ejemplo, la ansiedad de la gente que está viviendo si un hogar seguro, de vivir en la calle”, comenta, haciendo referencia además al programa de ayuda implantado hace más de 15 años por la organización Amor que Sana.
“La oración nos da una seguridad de que estamos cuidados, de que nos están protegiendo, de que somos criaturas protegidas y amadas y que para eso estamos en este mundo”, plantea, por su parte, el doctor Juan Panelli Ramery, fundador de Amor que Sana junto a su familia hace 20 años.
Contrasta, sin embargo, la oración de petición con la de intercesión. “Estamos acostumbrados a orar para pedir a Dios por mí, por mis cosas, por mi familia, por mi salud, y Dios nos ha enseñado a pedir por los demás. Cuando le pedimos por lo demás y le damos a los demás, Dios nos recompensa a nosotros y nos da a nosotros. Esa oración es la que me ha mantenido a mí por más de 20 años ayudando a esta población”, expone.
De otra parte, el resultado en quienes inspiran la oración es igualmente poderoso según describe. “La gente que está en la calle se siente que son animales y cuando piden en la calle lo están haciendo sintiéndose como animales. En el momento en que los sacas de eso y le demuestras que somos iguales, la cosa cambia. Jesús es amor que sana. La humanidad se muere sola y vacía, buscando dinero, cosas materiales que no te llenan el corazón ni las necesidades. Estamos tratando de llenar corazones, de que vuelvan a tener sentimientos con la oración y con el servicio”, afirma.
Tipos de oración
Meditativa
Ritualista
De petición
De intercesión
Coloquial
Tipos de meditación
Sentada
De conteo de pensamientos
Atención a un pensamiento repetitivo
Enfoque en un estímulo interno
Enfoque en un estímulo externo
Sus beneficios
Reducción de indicadores como ansiedad, cáncer, enfermedades del corazón, hipertensión, depresión, violencia, fumar y consumo de alcohol.
Puede prolongar la vida por hasta siete años.
Puede llegar a reducir la necesidad de cuidados médicos en hasta un 43%, ahorrando decenas de miles de dólares por paciente al año.
Personas hospitalizadas que no la practican pueden permanecer hasta tres veces más tiempo internadas que quienes lo hacen regularmente.
Pacientes cardíacos que no practicaban ninguna religión mostraron 14 veces más riesgo de morir luego de cirugía en estudios científicos.
Ancianos que nunca o casi nunca asistían a iglesias mostraron el doble de incidencia de ataques que quienes asistían regularmente.
Gary Gutiérrez; presentado antes los estudiantes de la Universidad Interamericana en Ponce.

El que las instituciones de Puerto Rico estén al servicio de los intereses del gran capital y como esto incide en la situación socio-económica de la isla, es el tema de La gran Falacia, documental producido por el puertorriqueño Paco Vázquez.
Empaquetado en un discurso que algunos pudieran llamar planfletero y a veces simplista, cosa que a mi juicio era innecesario y le resta credibilidad, el filme encarna muy bien las preocupaciones de criminólogos como Loïc Wacquant y de periodistas como Naomi Klein explicando cómo los gobiernos neoliberales, en este caso el de Puerto Rico bajo Luis Foturño, lejos de representar al pueblo, se enfrenta al mismo para garantizar el espacio a los grandes intereses económicos. Claro, el que el documental se enfocara en el gobierno abiertamente fascistoide de Fortuño, no quiere decir que lo que se presenta no aplique igualmente a administraciones más sutiles, pero igualmente serviles al capital, como la de Alejandro García Padilla.

Utilizando como ejemplo el despido de decenas de miles de empleados gubernamentales bajo la ley siete de la administración Fortuño, el firme explica cómo el sistema utiliza supuestas crisis y miedos reales o fingidos, para imponer un estado de excepción que justifique medidas represivas a los derechos civiles, así como poner sobre los hombros de los trabajadores la responsabilidad por la salud fiscal gubernamental. De esta manera, explica como el llamado sistema de justicia criminal, surge como la respuesta judicial que impone el orden político la corporocracía a todo los que se no acepten disciplinadamente las imposiciones.
De igual forma, el documental expone al sistema electoral de Puerto Rico como uno corrupto al servicio de los partidos políticos, instituciones que a su vez sirven de herramienta el poder económico del País. Este sistema partidista, según la producción, está basado en un electorado clientelista que lejos de tomar decisiones informadas, se mueve partiendo de costosas campañas publicitarias y huecas promesas de futuros empleos y dádivas gubernamentales. Esta simulación de democracia participativa, que no deja de ser un concurso de simpatía tipo Mira Quien Baila, es usada por los administradores de turno para, no solo legitimar decretos como la ya mencionada Ley siete, sino para validar un control casi dictatorial de las instituciones de la Isla, eliminando así cualquier posibilidad de balance de poderes y del proceso de pesos y contra pesos. En ese sentido, La Gran Falacia también encarna la hipótesis expuesta por comentarista y abogado Jay Fonceca en su libro “Baquete Total: Cuando La Corrupción Dejo De Ser Ilegal”.

Por supuesto, todo lo anterior con el endoso y consenso de los medios de comunicación social, que en la isla son propiedad y representan los intereses del gran capital.
Es así entonces que La Gran Falacia surge como un retrato acusador a un sistema que bajo el manto de democracia participativa, esconde un sofisticado régimen de control social y corte tiránico. Un sistema que ve la población como una fuente de riqueza tanto por ser consumidores, como por ser mano de obra barata.
En ese sentido, el filme también encarna visiones criminológicas como el concepto de “Guerra Social” de Carlos Rivera Lugo y el proceso de “Carnavalización del Crimen” del británico Presdee. Es decir, cuando el gobierno es ilegítimo y desvaloriza las poblaciones empujándoles a consumir bienes que no pueden pagar u obligándoles a trabajar por salarios con los que no se puede sobrevivir, no hay razón para que los gobernados obedezcan o respeten.
Según Presdee, el ciudadano producto de procesos como el antes descrito será uno desvalorizado y de poca autoestima que pudiera ver en la violencia o en la criminalidad, sobre todo en la violencia como una forma de ilusoriamente sentirse empoderado. Algo así como la violencia horizontal del colonizado de la que nos hablaron Fanon y Memmi. A mediados del siglo pasado, estos pensadores explicaron como el que es abusado, busca o construye a uno como inferior contra quien desatar su violencia.
Por otro lado, ante esta violencia y criminalidad, las autoridades responderán con lo que Rivera Lugo llama la Racionalidad Adversataria. Entiéndase, violencia institucional que termina proyectando al sistema como menos legítimo y creando un espiral de violencia, tanto contestataria como institucional.
De esta manera, el documental va explicando la violencia y la criminalidad como una posible respuesta colectiva ante la ilegitimidad de un Estado no representativo. Ante esta situación la producción presenta un mapa para la liberación: la toma de consciencia, el entender que el orden no funciona, educarse, desconectarse de la Tv, tomar responsabilidad de nuestra salud, cambiar hábitos de consumo y de vida ya que las posibles respuestas a las crisis saldrá del pueblo. Sin embargo, lejos de estar en ese proceso y aceptando las premisas de este documental como ciertas, me parece cuesta arriba que es proceso se pueda dar sin un doloroso proceso de violencia política. Proceso que igualmente veo muy distante.
Es mi hipótesis entonces que el Puerto Rico de hoy responde a su situación afincando la misma. Como expongo en Violencia y Exclusión, Criminalidad Constestaria en el Puerto Rico del Siglo XXI un ensayo que próximamente publicará Mariana Editores, ante la ilegitimidad gubernamental descrita en este documental se pudiera identificar cuatro respuestas. No hacer nada, sobrevivir de las ayudas y esperar pacientemente e humildemente que nos caiga un trabajito y que cambie el gobierno. Quien logra recaudar un dinerito, abandonar el País en busca del ilusorio norte. Los y las que tienen más conciencia política, social u sindical, es decir los menos, buscara organizase políticamente para de alguna manera exigir sus espacios como vemos en ejemplos de las luchas sindicales o contra los gasoductos y las privatizaciones. Sin embargo para muchos sectores, sobre todo los más jóvenes, la única respuesta que pueden ver es “bregar como se puede”. Ese bregar incluye, recortar, hacer uñas o arreglar carros sin permisos o licencias, vender dvd pirateado o criminalizarse en el narcotráfico como forma de sobrevivencia.
De esta manera, todas esas terminan reafirmando o validando el sistema. Ya que aun los que protestan organizadamente, regularmente se limitan al tema en discusión y rara vez logran proyectar las problemáticas denunciadas como productos esperados del sistema económico imperante. Por lo que aún si se logra detener la amenaza inmediata como el en el caso del gasoducto, el capital mantiene sus ganancias y hegemonía.
En el caso de la violencia y la criminalidad, como bien señala el documental, gran parte de las mismas son producto esperado del sistema económico, que se beneficia del dinero que ellas producen y se beneficia con el dinero que se bota luchando contra el mismo. De esta manera, para mi es ilusorio enfrentarse y tratar de manejar esa violencia sin cambiar el orden social, político y económico que la produce, es pensar que la sal puede endulzar el café.
La criminalidad y la violencia que vivimos no es otra cosa que la naturaleza del orden que tenemos, por lo que no podemos cambiar uno, sin cambiar el otro.
“Lo que hay que discutir es el problema”, ponencia sobre ilegalidad de drogas presentado en la PUCPR

Foto por David Medina
Lo que hay que discutir es el problema
Gary Gutiérrez
Presentado ante los estudiantes de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
Antes que todo, quiero agradecer a esta institución, los compañeros profesores y profesaras, pero sobre todo a los y las estudiantes, por esta oportunidad de expresar mis ideas.
También, antes de entrar en materia, quiero dejar claro que no me presento ante ustedes desde la perspectiva de un académico. Prefiero pensar que vengo a compartir lo aprendido como periodista, bloguero, observador, pero sobre todo como actor de reparto en esto que llamamos orden social. Por tanto estoy más cómodo pensando que me presento ante ustedes para colaborar en un ejercicio de análisis que, partiendo de la anárquica aspiración del pensador crítico, se aleje de esos viejos referentes que al fin y al cabo fueron los que crearon los problemas y que hoy simulan manejarlos, pero que solo terminan reproduciendo y perpetuando los mismos.
Partiendo de lo antes estipulado, me niego a enfocar esta alocución sobre el llamado problema de las drogas en Puerto Rico desde perspectivas médicas, terapéuticas y mucho menos morales.
Primero, el yo entrar en la discusión médica sobre uso y tratamiento de sustancias, sería faltarle el respeto a las destacadas figuras que me acompañan en este panel. Segundo porque eso también sería menospreciar el saber de ustedes, los y las terapeutas profesionales o en formación. En el caso de la dimensión moral de esta discusión, definitivamente admito que no creo ser la mejor persona para hablar sobre la moralidad de nada.

Además de lo antes detallado, la principal razón para negarme a discutir el llamado problema de las drogas desde esas perspectivas médico y moral, es que estas dimensiones son irrelevante al verdadero problema generador de una violencia que en el país equivalente a guerra civil (Villa-Rodriguez y Gutiérrez-Rentas 2013; Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M (2012). Con esto no digo que esos aspectos medico morales no son importante. Lo que quiero decir y dejar claro es que lo que tenemos que discutir en Puerto Rico es si las fracasadas políticas de criminalización son la mejor alternativa para, primero controlar la mencionada violencia y segundo para crear las condiciones que les permitan a ustedes como terapistas atender, dar servicios y manejar los aspectos médicos y morales del uso y abuso de esas sustancias.
Por tanto lo que hoy propongo es romper con los viejos discursos y entender que lo que crea la violencia y lo que hace más difícil el manejo del uso y abuso de las sustancias, es la ley que criminaliza su posesión y su mercado. En vez de estar discutiendo si el uso de una u otra sustancia hace o no daño, si la misma es o no peligrosa, o si tiene o no riesgos; nuestro enfoque como sociedad debiera concentrarse en si la absurda prohibición es la mejor opción para evitar esos daños, peligros o riesgos. De paso, una prohibición que sin tener un solo logro en casi cincuenta años ha despilfarrado sobre setecientos cincuenta millardos de dólares. Lo que debiéramos estar discutiendo aquí es si seguiremos permitiendo que, mientras los que realmente están manejando efectivamente el problema, es decir gente como el amigo Panelli, solo reciben tres de cada diez dólares asignados a manejar el llamado problema de las drogas, botamos siete de esos diez dólares en fracasadas medidas represivas y en juguetes tecnológicos para la policía (Manjón-Cabeza 2012). Lo que debiéramos estar discutiendo es, si no es más lógico asignarle los diez dólares completos a mi compañero de Mesa y a los que como como él se dedican a dar servicio y manejan realmente esta epidemia.
Si usamos la criminología para transportarnos a la primera parte del siglo veinte, podemos ver que el proceso de ilegalización de estas sustancias tuvo y tiene su base en los prejuicios de clase, raza y religión y no los daños, los peligros o los riesgos asociados con su consumo. Incluso, si somos honestos, se puede afirmar que la criminalización del uso de estas sustancias es la criminalización de la naturaleza humana. Después de todo, nunca hubo sociedad alguna que no tuviera como costumbre el uso de alguna sustancia psicoativadoras. El uso de las mismas está con nosotros desde que aquella noble antepasada, pues estoy seguro fue una mujer, tomo conciencia de que tenía conciencia (Escohotado 2003; Manjón-Cabeza 2012; Szasz 1993, 2003). Más aun, hace un tiempo vi en televisión española un documental que aseguraba que cuando viene al consumo de frutas, algunos primates prefieren las que están fermentadas. Claro como no soy biólogo no me atrevo a repetir este dato como cierto.
Por otro lado, al estudiar el fenómeno llamado problema de las drogas desde la criminología, es también fácil percatarse que sobre cien años de prohibición de sustancias demuestran que lo único que se logra al prohibir acciones que no tienen víctimas, o que no le causan daño a otros, es el surgimiento de fuertes y lucrativos mercados clandestinos. Esos ilegalizados mercados a su vez tienen como resultado lógico el desarrollo de la violencia, criminalidad y la corrupción como mecanismos de protección por un lado y por el otro como forma de solucionar los conflictos inherentes a todo el quehacer humano. (Villa-Rodríguez y Gutiérrez G. 2013).
Para muestra, basta mirar el fracasado proceso de la prohibición del alcohol en Estados Unidos durante la década del 1920. Tras más de diez años, la prohibición del alcohol creó más problemas de los que se supone resolviera; sin mencionar que no resolvió los inconvenientes relacionados al abuso y la dependencia del licor. Esta prohibición del alcohol terminó produciendo males como la criminalización de miles de ciudadanos solo por consumir o proveer las bebidas que por siglos bebieron sus antepasados, el arresto de cientos de profesionales de la salud por no llevar los récords requeridos por la ley y la corrupción de sobre una tercera parte de los agentes del Estados encargados de perseguir el ilegalizado néctar. De igual manera, la absurda prohibición del alcohol dejó sobre cien mil muertes y 300 mil lacerados por ingerir alcohol de bañera. Como si lo anterior no fuera suficiente tragedia, la prohibición del alcohol además trajo el surgimiento de un costoso aparato administrativo que debía manejar la misma, así como el desarrollo de inmensas empresas criminales que duran hasta nuestros días, 80 años más tarde (Escohotado, 2003; Manjón-Cabeza 2012; Villa y Gutiérrez 2013).
Sin embargo, el legado más terrible de aquella prohibición aparenta ser que la misma dejó en nuestra memoria colectiva una cultura política que no tiene problemas aceptando que “el Estado” puede ejercer un “poder legítimo” para controlar lo que un ciudadano, como ser libre, decida o no consumir. (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012).
Si algo está claro tras el fallido intento prohibicionista con el alcohol, es que la violencia, el deterioro social y la corrupción que hubo en Estados Unidos en la década del 1920, parecida a la que se experimenta hoy en diversos lugares del mundo por el narcotráfico, no fue producto de la venta o el uso del alcohol. La raíz de esa violencia fue la propia política prohibicionista y los mercados ilegales que de ella se derivaron. Si se mira la historia, es fácil ver que antes de estas prohibiciones, los problemas causados por el consumo de alcohol, o drogas, eran “mínimos” en comparación con los que surgieron tras ilegalizar esos comercios (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012; Villa, Gutiérrez, 2013).
La incapacidad demostrada por la prohibición para manejar el uso de sustancias es tan clara, que aun aquellos que de buena fe la apoyan y defienden, no encuentran argumentos serios o ejemplos históricos para sustentar sus posturas. Los que defiende la política prohibicionista regularmente terminan desviando la discusión a los daños físicos, psicológicos y sociales que vinculan con el uso de estas sustancias psicoactivas. Los prohibicionistas, quienes han demostrado tener poder para hacer política pública, han partido de sus tabúes personales, religiosos o morales para trabajar con asuntos que merecen ser analizados de forma objetiva. Ante la falta de pruebas sobre la eficiencia de las políticas prohibicionista, sus abanderados usan argumentos salubristas sobre los peligros y efectos del uso de las sustancias para defender la ilegalización de las mismas. Una contradicción, pues si algo hace la prohibición es desincentivar, o por lo menos hacer más difícil y burocrático, el manejo salubrista de los posibles problemas derivados del consumo de sustancias.
Por tanto, es claro que lo que debe estar en discusión en esta mesa y en el País, es si tras cien años de aprobar y mantener leyes que convierten en criminales a las personas que libremente deciden vender, comprar, o poseer una u otra sustancias, es una estrategia efectiva para controlar, reducir o eliminas el uso, los daños y los peligros que se pueden relacionar con el mercado y el consumo de las mismas.
Otra razón para no desviar la atención de los resultados de la prohibición discutiendo si las drogas pueden hacer o no daño a los humanos, es el hecho de que ese argumento del “daño” nunca fue un factor en el proceso de prohibición e ilegalización de las sustancias en primer lugar. ¿Si fuera por causar daño, no sería más lógico que en Estados Unidos se prohibieran las comidas industrializadas, esas que llamamos “fast food” y que están llenas de azúcar, grasas y sal? Después de todo, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes relacionadas a la obesidad son las principales causas de muerte en ese país.
¿Si como se dijo antes, los peligros relacionado con el uso no son el factor real para justificar la prohibición de las llamadas drogas, cuál entonces es la razón para su ilegalidad?
Para contestar esta pregunta, se puede partir de la llamada “criminología crítica” desarrollada al final del siglo XX. A diferencia del “Derecho Positivo”, la también llamada “nueva criminología” no acepta eso de que la ley es instrumento de balance o protección social. Para estos criminólogos, la ley es solo una herramienta para que unos grupos sociales poderosos impongan su discurso ideológico. Desde este crisol, las prácticas prohibicionistas y las leyes que las imponen, surgen de las relaciones de poder y no de verdaderas necesidades sociales (Ferrell y Sanders 1995).
Tomando entonces la criminología crítica como punto de partida, se pudiera decir que las verdaderas razones para que plantas como la marihuana, la coca y el opio fueran ilegalizadas en la primera mitad del siglo XX fueron de índole religiosa, racial, económica y de luchas por prestigio social o político. Es decir, las sustancias, no se ilegalizaron por razones salubristas o médicas como se reproduce de la vieja práctica discursiva. Por tanto, en la práctica, estos estatutos se revelan como herramientas para controlar y no para proteger a los ciudadanos (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza 2012).
Mirando la historia, todo parece que comenzó durante la primera parte del siglo XIX con el surgimiento en Estados Unidos de movimientos de avivamiento en el sector cristiano conservador protestante. Ese resurgimiento se desarrolló como respuesta al orden secular y la división de Iglesia y Estado que medio siglo antes sirvieron de base para formalizar como un país independiente a Estados Unidos. Desconfiando del uso de hierbas y brebajes como parte de rituales para la sanación del cuerpo y el alma, estos grupos religiosos comenzaron a empujar, ya para fines de ese siglo XIX, el que las leyes de Estados Unidos reflejaran e impusieran un estilo de vida cristiano desde el punto de vista puritano protestante, de temperancia y de fuerte control frente a los placeres. De ahí surge el “Movimiento de Temperancia” que a principio del siglo XX, logró la prohibición del alcohol y más tarde la ilegalización de las drogas en Estados Unidos, y por ende en Puerto Rico (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Ese discurso prohibicionista fácilmente acaparó el respaldo de los poderosos en Estados Unidos, pues resultó muy cónsono con la racista visión de mundo de los llamados “WAPS” -White Anglosaxon & Protestan-, que controlaban la vida pública en Estados Unidos y para quienes el uso de la marihuana, la coca y el opio eran costumbres de razas inferiores que dañaban las buenas costumbres de la cultura “civilizada”. Claro está, decir la “cultura civilizada” es hablar de la cultura del blanco, varón, propietario, heterosexual y cristiano que surge durante la modernidad como ideal y referente de la naciente civilización industrial (Villa y Gutiérrez, 2013). Para ese poder, la prohibición de “las drogas” surgió como una excelente excusa que les permitía el control y la represión de las minorías mediante la prohibición y criminalización de sus costumbres (Courtwright, 2002; Davis, 2005; Ferrell, Hayward, Joung 2008; Escohotado, 2003; Foster, 2002). El pánico moral resultante disparó un proceso que terminó demonizado y culpando a las minoritarias sociales por los males inherentes a la naciente sociedad capitalista industrial. Aprovechándose del mencionado pánico, algunas empresas vieron en la prohibición una oportunidad para adelantar sus intereses comerciales. (Escohotado, 2003; Goode, Ben-Yehuda, 2009; Manjó-Cabeza, 2012).
A modo de ejemplo se puede mencionar cómo, tanto los intereses del sector industrial algodonero en el sur de Estados Unidos, así como los de la familia de industriales Dupont, se percataron de que la prohibición de la marihuana tendría como efecto la destrucción de la industria del cáñamo, derivado de la planta del cannabis y principal complejo industrial en el mercado de textiles y sogas en ese momento histórico. Su lógica fue que con la destrucción del cáñamo, el algodón por un lado, y la novel fibra sintética desarrollada por Dupont y llamada “nilón” por el otro, podrían acaparar y dividirse el lucrativo mercado de los textiles que por siglos dominaron los productores de cáñamo. Es así como ambas industrias invirtieron recursos económicos para empujar la ilegalización de la marihuana (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Además de estos intereses económicos “legítimos”, hay que dejar claro que a mediados de la década del 1930, hubo otros intereses un poco más siniestros o solapados que también empujaron y apoyaron la ilegalización de las drogas a nivel federal en Estados Unidos. Primero, los agentes del Buró de Alcohol y segundo, los tres principales carteles o sindicatos del crimen organizado que surgieron y se fortalecieron como resultado no intencionado de la mencionada prohibición del alcohol. Ambos sectores, perseguidos y perseguidores, se quedaron sin campo de acción y sin ingresos al legalizar el alcohol, por lo que ambos vieron en la prohibición de estas otras sustancias la forma de mantener su pertinencia unos y sus ganancias económicas los otros. (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012).
Incluso si vamos miramos el proceso de forma más crítica, la prohibición de las drogas surge como parte de una lucha por el control social entre dos facciones del poder económico en una nación que pasaba de ser una sociedad agrícola a una industrial. Al igual que con la Guerra Civil estadounidense, que no se trató meramente de liberar los esclavos sino de dos visiones de ordenamiento económico encontrados, el sur agrícola y el norte industrial, la prohibición de las drogas se puede analizar como otro campo de batalla para el control social entre el viejo capital agrícola con una cosmovisión rural y conservadora, y el capital industrial con una mirada urbana, cosmopolita y libertina. De esta manera, el proceso de ilegalización que nos ocupa, aparenta ser parte de una lucha por el prestigio social que se desató entre el arquetipo del “ideal agrícola”, que se veía a sí mismo como pilar de las buenas costumbres cristianas, y que perdía influencias en las esferas económicas del país frente a una nueva clase alta industrial, a quienes describían como hedonista, decadente o depravada. De esta manera hay quienes apuntan a que la prohibición de “las drogas” fue solo un intento por parte del capital agrícola para mantener un prestigio social que desaparecía ante el impulso arrollador de los capitales industriales que construían una nueva nación en la que Dios no tenía un espacio prominente. (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
En resumen, todo apunta a que la prohibición de las drogas no tiene nada que ver con las mismas, sus efectos o peligros. Partiendo de la criminología crítica, se entiende entonces que estas leyes se aprobaron como parte de luchas de poder en medio del cambio social que generó la nueva sociedad industrial.
Por otro lado, está visión criminológica entiende que hoy, a pesar de su fracaso manejando y controlando el uso de las sustancias, estas leyes se mantienen por dos razones principales. Primero porque las mismas legitiman la intromisión del Estado en la vida de personas que se supone sean ciudadanos y ciudadanas libres con derecho a la búsqueda de la felicidad como ellos o ellas la definan. Desde esta perspectiva política, se entiende también que estas prohibiciones se mantienen pues las mismas todavía funcionan como justificación legal para intervenir, controlar y criminalizar las minorías raciales y económicas. De igual forma y en segundo lugar, esos estatutos prohibicionistas sirven de excusa para que países poderosos, pero sobre todo Estados Unidos, mantengan una políticas intervencionistas desplegando agentes y fuerzas militares en todo el mundo, pero sobre todo en el “sur global” (Grandin 2006; Davis, 2005; Manjón-Cabeza, 2012).
Es apremiante entonces no permitir que la apremiante necesidad de revisar y redefinir la absurda y fallida política pública en torno a las sustancias psicoativadoras se desvíe a discusiones sobre el daño, los efectos o el peligro de sus usos o abusos. Esa discusión la desarrollan los salubristas desde sus disciplinas. Lo que si se tiene que discutir a nivel de toda la sociedad es si mantener la prohibición del cannabis, o de la sustancia que sea, hace más fácil o más difícil el manejo o el control de las mismas y sobre todo el tratamiento de aquellos usuarios para quienes el consumo se torne en problema.
Partiendo de lo anterior, y tras cien años de la fallida prohibición repito, no hay otra alternativa que no sea estar en favor de la derogación de estas leyes draconianas que en la práctica no solo terminan haciendo más difícil el manejo salubrista las mismas, sino que acaban costándonos la sangre de nuestros hijos en su edad más productiva.
Ya es hora de discutir el verdadero problema, es decir la prohibición.
Referencias:
Courtwrght, D. (2012) Las Drogas y la Formación del Mundo Moderno: breve historia de las sustancias adictivas. Buenos Aires, Paidos Contextos.
Davis, A. (2005) Abolition Democracy: Beyond Empire, prisons and torture. New York, Seven Stories Press
Ferrell, J.; Hayward K.; Joung Y. (2008) Cultural Criminology: An Invitation. London, SAGE Publications Ltd.
Ferrell, J y Sanders C. R. (1995) Cultural Criminology. Boston, Northeastern University Press
Escohotado, A.(2003) Historia Elemental de las Drogas. Barcelona, Compactos Anagrama.
Foster, G. M. (2002) Moral Reconstruction: Christian lobbyists and the Federal Legislation of Morality. Chapel Hill, The University of North Carolina Press.
Grandin G, (2006) Empire’s Workshop: Latin America, the United States, and the Rise of the New Imperialism. New York, Metropolitan Books
Gray, J. P. (2001) Why Or Drug Laws Have Failed and What We Can Do About It. Philadelphia, Temple University Press.
Goode, E., Ben-Yehuda, N. (2009) Moral Panics: The Social Construcion of Deviance. Oxford, Wiley-Blackwell
Gusfield J. R. (1983) Symbolic Crusade, Urbana, Univeristy of Illinois Press.
Manjó-Cabeza A. (2012) La Solución. Barcelona, Debate.
Musto, D. (1999) The American Disease: Origins of Narcotic Control. New York, Oxford University Press.
Szasz T. (1992) Our Right to drugs, Syracuse, Syracuse University Press
Szasz T. (2003) Ceremonial Chemistry, Syracuse, Syracuse University Press
Villa-Rodríguez, J.A. y Gutiérrez-Renta G. (2013) Criminología Crítica y Aplicada. Ponce, Piano di Sorrento.
Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M. (2012) Geographic distribution of risk of death due to homicide in Puerto Rico, 2001–2010. Rev Panam Salud Pública. 2012;32(5):321–9.
Se dispara el miedo colectivo al crimen
Temor polariza a la sociedad y genera exclusión social
Por Rut N. Tellado Domenech / rtellado@elnuevodia.com

El miedo hacia la percepción de un aumento en la criminalidad provoca que las personas tomen medidas que aumentan su sentido de seguridad. (GFR Media / Xavier García)
La población percibe el crimen como una amenaza social constante, por lo que desarrollan estrategias para proteger vida y propiedad.
Así lo afirmó Irma Serrano García, expresidenta de la Asociación de Psicología de Puerto Rico.
Con ella coincidió el criminólogo Gary Gutiérrez. “Aunque la criminalidad tiene sus altas y sus bajas, en Puerto Rico se construye la opinión pública desde el número de asesinatos. Esos números, sacados de proporción, disparan el miedo colectivo”, expuso.
“Entonces, los ricos se encierran en sus comunidades y a los pobres los encerramos en las suyas”, agregó en referencia a los controles de acceso que han proliferado en las urbanizaciones y a los que en la década de los años 90 se ubicaron en los residenciales públicos.
Explicó que la percepción de que la criminalidad está fuera de control provoca un proceso de pánico moral, en que la gente reacciona exageradamente a un asunto y se polariza la sociedad. “El resultado de ese pánico moral al crimen es el crecimiento de la industria de seguridad, lo que responde a una respuesta de sectores más adinerados que no se sienten protegidos por el gobierno y buscan proteger sus propiedades con alarmas y seguridad privada”.
Por su parte, la sicóloga sostuvo que “aunque la alarma no evita el crimen, sino que asusta al que intente entrar y se espera que no entre, es un gasto módico, más aceptable y con menos riesgo que comprar un arma de fuego”.
Añadió que la población se inclina a actuar aunque las acciones que realizan no necesariamente sean las más efectivas. “Cierran urbanizaciones aunque no se ha medido la efectividad de los controles de acceso”, observó. “Pero les da un sentido sicológico de seguridad que les permite dormir tranquilos y eso a la gente le hace falta”.
Ese temor al crimen puede tener otros efectos en la vida cotidiana. “La gente opta por minimizar el uso de los espacios públicos, ir menos a los parques, salir menos de noche, invitar a la gente a la casa en vez de salir a fiestas, usar menos la vía peatonal para ir de un lugar a otro o limitar las acciones y salidas de los hijos”, mencionó la catedrática jubilada.
El criminólogo Gutiérrez expuso otro efecto: “Esa percepción de la violencia nos divide como país y al otro lo vemos como enemigo. Al que no pertenece a nuestro sector se le ve como que tiene que permanecer fuera”.
“Lamentablemente, seguirnos separando con armas, alarmas y seguridad privada afirma más la división y la exclusión social, lo que termina generando más violencia”, concluyó el experto.
Presentación del Libro:
Criminología, Crítica y Aplicada
del Dr. Joel Villa Rodríguez y del Prof. Gary Gutiérrez Renta
Rolando Emmanuelli Jiménez, J.D., LL.M.
29 de octubre de 2013

En primer término quiero testimoniar el honor y halago de permitirme presentar el libro Criminología, Crítica y Aplicada, del Dr. Joel Villa Rodríguez y del Prof. Gary Gutiérrez Rentas. El haber estudiado este libro, ha representado la oportunidad de profundizar en el conocimiento y análisis más exigente y contemporáneo sobre el tema. Sin embargo, de lo que no estoy seguro, es de la sabiduría de los autores al escogerme para hablarles de este asunto.

En muchas ocasiones las personas que tienen la oportunidad de ser honradas por los autores para presentar un libro, se inclinan a la mera adulación indiscriminada. Creen que han sido llamados para hacer el favor de comentar brevemente la obra para exaltar sus logros y promover sus ventas. Recurren, entonces, a lenguaje festivo, grave o solemne, para no dejar dudas en la audiencia de que esto es lo mejor de lo mejor. Los más prudentes acuden a señalamientos mínimos y críticas inconsecuentes, para salvarse de la mirada que imputa la función de un mero artífice de la propaganda encomendada.
Otra debilidad en que incurren los que tienen la oportunidad de presentar un libro, a la manera de decir de los autores, intencionada o no intencionada, es la soberbia y grandilocuencia. Es decir, cuando comparecen ante un público selecto que tiene interés en algún libro, se esfuerzan por demostrar a la saciedad, lo mucho que saben. Se disparan largas verborreas bizantinas que a veces desatan mayor confusión que aclaración sobre lo que significa el texto.
Creo que esos no son los propósitos de mi comparecencia en el día de hoy, ni es el objetivo que tenían los queridos profesores y amigos cuando me invitaron a esta actividad. Sin embargo, aunque es difícil, dentro de mis limitaciones, haré el esfuerzo, de no defraudarlos.
Aunque por humanidad, no pueda desligarme totalmente de los yerros antes mencionados, para presentar este libro, prefiero un enfoque pragmático, humano, demasiado humano, e incurrir en una conducta, que los autores amigos, en broma, podrían llamar antisocial, al presentarme ante ustedes en un acto labrado por el mero egoísmo. Digo mero egoísmo, porque comentar un libro de la envergadura del texto de mis amigos, 448 páginas de minúscula tipografía, sin duda es un acto de gran esfuerzo y responsabilidad, del cual muchas personas se abstendrían, si no pudieran esperar algún provecho en ello.
En este caso, el texto me ha provocado, me ha retado. Me ha obligado a realizar una mirada interior para reflexionar sobre toda una serie de metarrelatos y mentiras que nos han enseñado, particularmente en la escuela de derecho y como parte del ejercicio de mi profesión, y que hemos repetido durante gran parte de nuestra vida sin hacer análisis ni síntesis críticas de esos supuestos saberes.
Esta mirada me provoca reflexión y aprendizaje de gran provecho y utilidad; pero a la vez, vergüenza… pudor.

Pero la información y el análisis del texto no es suficiente para justificar su valor. Este libro, además, me reta a actuar para desenmascarar y destronar al mentiroso.
En mi opinión, ese es el objetivo principal de presentar un libro de esta envergadura:
Mover a a la Acción.
En síntesis, presentar un libro valioso conlleva un honor para el presentador, pero, es indispensable, balancear todos los conflictos de intereses que pueden coincidir en este tipo de situación, para que el acto sea efectivo, y que mueva a la acción. A la transformación política, social y económica.
Pero, ¿qué es este trabajo? En primer término no es un mero libro de texto universitario. Aunque muy bien se puede utilizar para ello. Un libro de texto se supone que acumule los saberes esenciales de una materia. Es más que un libro de texto, porque constituye una reflexión crítica sobre la criminología y una presentación audaz de posibles soluciones especificas y concretas al problema de la violencia en Puerto Rico. Es la exposición más rigurosa y abarcadora sobre la descripción de las raíces de la criminalidad y la violencia, lo equivocadas, con o sin intención, de las políticas burguesas para controlarla, y las posibles alternativas de solución al problema. Es por eso que me provocan a la acción. Ese es el poder seductor de este texto. La expectativa, no ingenua, de que el cambio es posible.
En aras de la rigurosidad, es preciso citar los autores sobre su apreciación del contenido y propósitos del texto.
En la página 7, los autores se expresan sobre los propósitos de su libro:
Criminología crítica y aplicada es un análisis sociológico e histórico basado en una síntesis de acontecimientos de sumo interés criminológico, acompañado ello de las teorías más apropiadas para explicar y comprender como las estrategias políticas, económicas y criminológicas han llevado a la violencia y criminalidad experimentada en los Estados Unidos y con mayor crudeza dentro del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. El asunto estará acompañado del uso desmedido de la represión para controlar a las poblaciones marginadas o excedentes en ambos países. Es una amplia reflexión sobre los discursos políticos, económicos y represivos dominantes. Ello con énfasis en las prácticas prohibicionistas, su aplicación y el uso excesivo de la pena privativa de la libertad, seguido de la aquí entendida como poco ingenua, ilusionaría y hasta macabra idea de rehabilitar a sus respectivas poblaciones penales.

El propósito no es buscar una etiología del comportamiento delictivo. Será más bien observar los factores externos a los individuos, especialmente los aspectos de naturaleza social que controlan para bien o para mal la vida de las personas.
El libro explica cómo se han repetido las mismas estrategias criminológicas del pasado y lógicamente se han obtenido los mismos resultados: violencia y criminalidad. Enfatiza como se ha hecho política pública criminológica para mediáticamente simular que se está haciendo algo. Relata cómo las autoridades estatales absurdamente implementan las mismas estrategias represivas del pasado y abiertamente prometen cuatrienio tras cuatrienio, aplicarlas con mayor dureza. Lo último, por ser unos discursos y prácticas tan arriesgadas ciertamente genera sospecha y será algo digno de realizar con mayor detenimiento.
Luego de un extenso y fundamentado análisis que incluye los postulados básicos históricos, sociales y teóricos de la criminología, en la página 111, los autores exponen las preguntas que pretenden responder con su trabajo.
En términos generales, y partiendo de lo antes dicho, este escrito intentará en su momento responder a los siguientes asuntos: 1) ¿Cómo se han constituido e intentado combatir “sujetos criminales” a raíz de la llamada “mano dura contra el crimen” y “guerra contra las drogas”?; 2) ¿Hasta qué punto se legitiman o se contienen mutuamente tanto las prácticas prohibicionistas, como el discurso dirigido a la supuesta rehabilitación de la población penal?; 3) ¿Es razonable hablar de rehabilitar a las personas que han transgredido las leyes, especialmente cuando son delitos sin víctima o se trata de un simulacro que lleva a un estado de hiperrealidad?; 4) ¿Existe un conocimiento que pueda observarse como verdadero tras dichas prácticas?; 5) ¿Cuáles han sido las consecuencias de dicho proceso?; 6) ¿Existe realmente una correlación entre las llamadas “drogas” y criminalidad, especialmente cuando se trata de homicidios o asesinatos?; 7) ¿La “mano dura contra el crimen” y “guerra contra las drogas” respondieron o responden a una realidad o se trató de una simulación como efecto de un saber/poder o ejercicio político de gobernabilidad que encubre los aspectos represivos e ideológicos estatales?; 8) ¿Hasta qué punto las personas forman parte de una estructura mayor de poder donde producen y reproducen una mentalidad de gobernar y autogobierno que les permite actuar, dependiendo de las circunstancias fortuitas de la vida, en virtud de someter a otras o asumir su rol como sometidas?; y 9) ¿Es posible establecer una política alterna, no reconocida por las autoridades estatales, para minimizar las nefastas consecuencias no intencionadas o intencionadas de las prácticas prohibicionistas en los Estados Unidos y Puerto Rico?
Los autores no solamente responden de manera extraordinaria esta serie de preguntas, sino que fundamentan y fortalecen una serie de postulados básicos requeridos por todo tipo de análisis histórico o social, sea ya en la criminología o en cualquier ciencia social, del cual se pueden extraer conclusiones que no solamente nos ayudan para la acción en el contexto criminológico, sino también en el plano político, económico y social. Esta serie de conclusiones podrían sintetizarse en las siguientes premisas:
1. La violencia dentro de un orden social burgués, se traduce en gobernabilidad. Es decir, la violencia y criminalidad son parte esencial del orden necesario para el mantenimiento del estado burgués.
2. El discurso sobre la criminalidad -y ahora con la guerra contra el terrorismo-es la herramienta más cruel y efectiva para el mantenimiento de la subyugación social y económica.
3. Burgueses y sujetos criminalizados o marginados por el estado burgués, son igualmente antisociales.
4. El capital es el responsable de la violencia y la clase política sostiene sus postulados e implantación.
5. Todos los participantes del orden burgués son responsables de la violencia, tanto dominantes como dominados o marginados.
Si todos somos responsables de la violencia y criminalidad, todos podríamos examinarnos críticamente para identificar cuál es el papel que hemos asumido, desde ser entes pasivos y acrílicos del proceso, hasta intermediarios, facilitadores, académicos o participantes activos, ya sea desde el capital, la clase política represiva, o el punto de drogas.
Pero este planteamiento de auto examen es ingenuo o hasta imposible, sin una exposición diáfana de los fundamentos teóricos. El texto de los autores, nos brinda esa oportunidad de confirmación o descubrimiento de cuál es nuestro papel en la violencia y la criminalidad.
Aplicando estos principios a mi papel como abogado en una sociedad capitalista subyugada por una situación colonial, el texto me obliga a concluir que también soy parte del problema de la violencia y la criminalidad. En los años que practiqué la profesión en el ámbito penal, en los que participé como profesor de las materias de Derecho Constitucional, Derecho Penal y Procesal Penal, fui exponiendo y justificando toda la normativa que reproduce el crimen y que como plantean los autores, hace que se triunfe fracasando. Al igual que la policía, los jueces, psicólogos, los trabajadores sociales, los consejeros de sustancias y toda la gama de obreros y profesionales vinculados al fenómeno de la violencia y el crimen, consiente o inconscientemente, de buena o mala fe, he sido parte del problema.
A lo largo de toda mi experiencia como abogado he vivido las principales conclusiones a las que llegan los autores sobre cómo el modelo prohibicionista, la marginación social, económica y las fallidas estrategias de represión de la criminalidad y la violencia, han sido las principales fuentes responsables del problema.
Todo esto porque el sistema capitalista colonial en que vivimos es violento. La aplicación violenta de política y normas para acrecentar la brecha entre ricos y pobres, es violencia. La violencia engendra la criminalidad, la criminalidad engendra la demanda por servicios profesionales, pertrechos militares, cárceles, armas, chalecos y balas; y la demanda alimenta el capital, todo en un ciclo infinito, como una serpiente que se muerde su rabo.
Las visiones prohibicionistas de las drogas nos permite ver este fenómeno claramente. Mientras más se golpea el tráfico y el punto, más escasea la droga y por ende, por las normas básicas de la oferta y la demanda, más caro se vuelve el producto. Al ser más caro, hace falta más dinero para conseguirlo, hay que hacer más esfuerzos y cometer más crímenes para conseguir el dinero de la cura. Por ende, es un círculo violento en el cual la misma política prohibicionistas y de persecución del crimen, crea las condiciones de mercado para el aumento de la criminalidad y la violencia.
El trabajo termina con la historia del Gabo, un ex estudiante de la Interamericana que vivió desde su niñez, el drama del narcotráfico en Puerto Rico. Aunque de carácter anecdótico, es un ejemplo alarmante y la confirmación de las causas y las consecuencias de este andamiaje torcido del estado burgués.
Pero al principio comenté que el texto me movía a la acción.
Si yo soy parte del problema, qué podría hacer para colaborar en las maneras de atenderlo, manejarlo y corregirlo. Evidentemente, no está al alcance de mis limitadas capacidades individuales. Pero tampoco puedo conformarme con sumirme en la oscuridad de la soledad y el cinismo.
La pregunta es si los autores tienen la esperanza de que gracias a su acopio de datos y excelente análisis y síntesis, pueda manejarse razonablemente el problema de la violencia en Puerto Rico. La pregunta es si solo se conforman con desenmascarar, dejando al devenir, el transformar.
La respuesta parece ser en la ambigua, pues en su texto en el capítulo denominado: La búsqueda del consenso, en la página 396, los autores sienten la soledad de su discurso y manifiestan su suspicacia a la generación de un consenso sobre estos temas para resolver el problema, como meramente un ejercicio de poder en el cual el pez grande se come al chiquito. Nos dicen lo siguiente:
La sociedad del consenso puede observarse como un gran teatro. Todo tiene un gran comienzo, desarrollo y final. Hablar de ello lleva a debates muy apasionados, muchos aplausos y hasta burlas. El guión es simple: simular no seguir la voluntad del poder. Sólo puede tratarse de un espectáculo porque los participantes son sus soportes simulando estar haciendo algo. Ya es tiempo de darse cuenta sobre cuánto se simula dentro y fuera del mundo académico. ¿Cuántas personas son se sienten ya cansados de observar tantas sillas vacías y las palabras que se las lleva el viento?
Este aparente pesimismo es la única reserva que tengo con el libro. Una cautela, no en el sentido sustantivo, de su contenido, sino en cómo el trabajo puede convertirse en una herramienta para la acción. No me cabe la menor duda de que el análisis histórico, social y científico que hacen los autores es de gran pertinencia e importancia para entender el problema de la violencia en Puerto Rico. No obstante, en vez de conformarnos con desenmascarar y quedarnos callados ante el ataque de que “por pesimistas como usted no mejoramos”, debemos recurrir al legado de Gramsci, que nos brinda la máxima de que debemos ampararnos en el balance del pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad.
Por supuesto que el intelectual tiene que ser pesimista. Es de la única manera en que puede abordar los problemas, porque le preocupan, pero conforme nos aclaró Gramsci, el intelectual tiene una función en la sociedad y en la solución de los problemas que nos asedian. Estos planteamientos no pueden ser meros cautivos de los pasillos y aulas universitarias. Los planteamientos que se hacen en el libro establecen una hoja de ruta para atenderlos de la manera más agresiva y efectiva, aunque sin duda, los enemigos sean formidables. Mi invitación es a seguirla.
Estoy firme en que ya no es suficiente el discurso y el debate académico sobre la forma en que deben resolverse los problemas. Es necesaria la acción, pero para esta acción, es indispensable tener aliados. Para tener aliados, tenemos que llegar a acuerdos. Para llegar a acuerdos, tenemos que negociar. Así que aun partiendo de la premisa de que la negociación es un ejercicio de poder de uno contra el otro, también es la ruta para que ambos sientan que han ganado algo. Por eso no descarto la utilidad y viabilidad del consenso para la acción.
La única manera de atender el problema de la violencia y la criminalidad es desgastando desde múltiples ámbitos y perspectivas, las bases del estado burgués que constituyen los orígenes de la desigualdad económica y la violencia. Aunque no necesariamente haya una correlación fuerte entre bonanza económica y ausencia de criminalidad, el bienestar económico es condición indispensable para manejar la violencia, aunque no sea suficiente. Es fundamental entonces, trabajar, entre otras agendas, en nuestro desarrollo económico y social desde perspectivas paralelas al capital, pero solidarias entre sí.
Por tanto, el intelectual tiene que salir de los muros de la universidad. Tiene que involucrase. Tiene que reunirse con los actores sociales y políticos. Debe despojarse del natural desprecio por la clase política. Debe, también, dialogar y retar a la clase de capital local y ausente.
Solamente enfrentando el estado burgués podremos manejar nuestro destino y aliviar sustancialmente el problema de la violencia y la criminalidad que nos asedia
Los autores han fundamentado impecablemente las bases teóricas del problema y los espacios de acción para las soluciones.
Queda de nuestra parte ocuparlos.

Ponencia presentada ante el panel Contemporary Approaches to Latin@ Criminology II de la reunión anual de la Sociedad Americana de Criminología 2012
From a Colonial Regime to the New “Law and Order” Society in Puerto Rico
If you have paid attention to the past four years in Puerto Rico, you will have to agree that the imposition of neoliberal policies and the growth of the social violence are its most notable facts.
Pick up any newspaper from 2009 to 2012, and you will find there have been around a thousand murders each year. Most of these violent incidents are drug related. In the same newspapers, you might read how during this period, Governor Luis Fortuño, a neoconservative rising star in the republican party, introduced to the island the neoliberal views of deregulation of the economy, fast privatization of government agencies and responsibilities, and the implementation of the zero tolerance policy to deal with social or criminal deviation.
Just to give you a little background, Puerto Rico became a US colony as a result of the Spanish-American War, in 1899. Since then, the Congress of the United States has total political control over the 100 x 35 mile Island in the Caribbean, where its inhabitants have been American citizens since 1917. Today, there are more than nine million Puerto Ricans, but less than 4 million of them are still living on the island. In 1942, in response to a growing nationalist movement led by Pedro Albizu Campos, and as an answer to international pressure, the US Congress allowed Puerto Rico some space for self government as long as this “privilege” did not deviate from the US public policy, its laws or interfere with American economic interests. Under this relation, that the US still calls “territorial”, every four years the American citizens living in Puerto Rico can elect a governor and a bicameral legislature. This arrangement also allows Puerto Ricans to have a local justice system that deal with controversies of local matters and with every day security issues.
It’s my hypothesis that the sum of the violent colonial reality and the imposition of these neoliberal economics policies may be seen as the leading factor producing the social and criminal violence we experiment on the Island.
As my fellow professor José Raúl Cepeda explained during his presentation on Tuesday, Puerto Rican culture is the result of over five hundred years of colonialism, “machismo” and capitalism, which are violent political, social and economic processes that may produce a violent society.
To this already violent environment, the administration of Luis Fortuño added, using Jock Young’s terms, the bulimic neoliberal economic views that include everybody in the consumption process, but exclude most of us from the legal means to produce or earn income to pay for that consumption. In Puerto Rico, during the past four years, the government cut over 30 thousand jobs, reduced employee benefits, eliminated workers and environmental protective laws, cuts taxes on the rich, and so on. Like in others part of the world, the implementation of these economics views destroyed the middle class and left huge sub proletarian sectors with no economic options to survive. The Puerto Rican scholar Carlos Rivera Lugo, argues that the neoliberals political and economic views, like the ones imposed by Fortuño’s administration, produced a social war which at the same time produced social or criminal violence. Under this neoliberal state, Rivera Lugo explains that, because of the perception of an illegitimate government, people will look for any means, legal or illegal, as a way to survive economically. To this response by the people, the administration reacts with repression and state violence that will foment the image of the government as an illegitimate one, and there for, generate more violence response by the people, creating a circle that will go on and on.
From Rivera Lugo’s thoughts, we could say that in this neoliberal state, those with political or syndical organizational knowhow will develop new political, community or labor organizations to deal with the new reality. For example, during the past four years Puerto Rico saw the development of community and student-based organizations like the committee to reduce the cost of education in the University of Puerto Rico or the front to stop “el gasoducto”, a proposed 92 mile long pipeline that was supposed to bring gas through the central rainforest to the power plants in the north coast. Another example of this process was the birth of two new political movements, strong enough to make it to the polls.
But not everybody has those organizational skills or political knowhow. Hundreds of thousands of Puerto Rican living in marginal communities probably respond unconsciously to the government policies. If the government is not giving them the space to survive economically, they will make it themselves in the informal economy. This means, doing work off the books, selling bootlegged merchandise o entering the illegal drug trade among other things. In the words of one of my students, “if I can’t get a legal job, and my mama needs to pay the electric bill, what I’m supposed to do? Well I go, talk to the “bichote”, the drug pimp, work some hours and pay my mama’s bill.” This same student explains in class that he doesn’t like doing that type of work, “it’s dangerous” he said. But the alternative is to spend weeks or months, invest money, gas, good clothes, medical tests, background checks and drug tests to, if you are lucky, get a part time job in Walmart. For most of the young Puerto Rican males, that is the real world. The economic system imposed on them the social necessity of consumption as means of self realization, while closing all economic spaces but the drug trade.
Illegal drug trade is the third economic sector in the Island, and it is the second in job creation. In most of Puerto Rico’s poor communities, the illegal drug trade is the only working institution. In these “barrios” o “caserios”, is the “bichote” the one that gives jobs to the young male, provides security, pays for festivities and sport events, helps old people with their bills, etc. Of course, it’s an illegal business; violence and violent culture come with the territory. Especially in an already violent society product of its colonial history, it’s “machista” ways and the unregulated competition of neoliberal capitalism. Back in the 1950’s, Frantz Fanon and Albert Memmi, talk about how colonialism produces a colonized society that is not able to direct its anger toward the imperial power that oppresses them. Instead the colonized will drive is violence toward themselves. So, in Puerto Rico, today we have the recipe for the perfect storm; a colonial system that produces violence and an economic system that pushes young males toward an illegal and violent trade.
While this is happening, for the past 40 years, the government had responded with a hard line, zero tolerance policy. Every year, thousands of people are arrested, condemned, put through the system only to go back to the trade a couple of years later, now with more skills and prestige than before. To this punitive discourse, governor Fortuño added the republican views of family values and “law & order” above any other consideration. In true fascist style, the Fortuño administration responded with police repression to any one that disturbed the social order. It didn’t matter if your were selling drugs, killing people or protesting the privatization process at the state University, they would “kick your ass” to jail, using the words of Marcos Rodríguez Ema, Chief of Staff to Puerto Rico Governor, Luis Fortuño. The “social fascism” under governor Fortuño went as far as to prohibit any act that “undermined the activities of a public office”. This means that under the new penal code of Puerto Rico you can be put in jail for up to three years for protesting on the university campus or in front of the local capitol building.
Of course, when it comes to the illegal drug traffic or the violence, these punitive alternatives have not being successful at all. In Puerto Rico, like in the USA, drugs are cheaper and more available than ever. But, even when nobody can present any data to backup the punitive approach, administrations and politicians from both principal political parties had come and gone and strategies remained the same: more policing of the “hot areas”, more equipment and military training for the police and more surveillance technologies like cameras and radars.
We have to ask then; why do they keep doing the same thing over and over, if they know it does not work. The answer is easy, these punitive policies may not reduce the drug trade, make our communities safer or reduce the violence, but it will get you elected. Two weeks ago, Puerto Ricans went to the polls, and voted Luis Fortuño and his hardliner neoliberal policies out. In this past election, the people of Puerto Rico elected Alejandro García Padilla, a moderate neoliberal that proposes the use the National Guard and a web of high-tech radars along the coastline to prevent the drugs from coming in. Looking at this process, it seems that Puerto Rico reproduce the same characteristic that Jonathan Simon attributes to the United States. The so-called Puerto Rican working poor, that see themselves as “middle” class, are suffering the consequences of the neoliberal policy by losing economic and social status. Instead of blaming the rich for there misfortunes, this so-called middle class, look at the sub-proletarian as the cause of there problems and to the government as the one called to protect them from those deviants. It looks like the people of Puerto Rico will rally for any means of social control as a way to have a false sense of security.
In doing so, which is my hypothesis, the Puerto Ricans seem to end up, reproducing as an answer to crime and violence, the same conditions that produced the crime and the violence in the first place.
GRACIAS.
Here some photos of the ASC Chicago experience