
Si algo está claro en la gastronomía ponceña es que el sándwich es el principal referente de la Ciudad Señorial.
Por más de medio siglo, esta forma de ingerir proteínas como jamón, embutidos y quesos -junto algún tipo de vegetal- empaquetados en pan de agua, o en la masa frita que en Ponce llaman domplín y el resto llama arepa, es la forma preferida por los ponceños para saciar el hambre de los y las trabajadoras a media mañana.
Igualmente, la práctica de utilizar ese mismo pan como utensilio para sostener las carnes o mariscos a consumir, es un referente multigeneracional de los amantes de la parranda o el “jangueo” en la Ciudad Señorial.
Desde antes del 1950, negocios como La Vía, El Giraldó, La Sandwichera de Eric, El Pigil, Lagares, Las Estrellas del Sabor, Los Sándwiches de Max, La Cafetería de Tasio, La Cafetería Sanabria y Nazario en la calle Tricoche fueron refugios de esos amanecidos que pretendían bajar los efectos de la juerga.
Todavía es normal que los nietos -y alguno que otro biznieto- de aquellos ponceños recurran a un sándwich “con todo” como forma económica para aplacar esa hambre trasnochada que ellos llaman “monchis”.
Para los que no son ponceños, “con todo” significa con ensalada. Es decir que incluye, regularmente lechuga, tomate, cebollita finita, pepinillos y aderezo de aceite de ajo, mayonesa y kétchup, pero en cada negocio la receta es diferente.
Pero ninguna tradición es inmutable
“Cambia, todo cambia”, afirmó el chileno Julio Numhauser en su canción inmortalizada por Mercedes Sosa.
Así, con la llegada de esa cultura que los “millennials” llaman hípsters, el sándwich ponceño también parece mutar. Para estos jóvenes los “Coffee Shops” o “Espresso Bars” van reemplazado las tradicionales sandwicheras, cambiando así la referencia de esta delicia.
El sustancioso pan de agua es suplantado por sofisticados y panes artesanales “de dieta” o de granos. Las proteínas tradicionales como el bisté, el jamón ahumado, la mortadella, el pastrami o el salami son reemplazadas por pechuga de pavo o pollo en emparedados aderezados con sofisticadas guarniciones de mostazas, mieles, vinagres y hasta extractos de frutas.
Aun cuando la introducción de estas nuevas tendencias culinarias no puede ser vista como algo necesariamente malo, no es menos cierto que la preservación de lugares que te hacen sentir en el “hogar” es importante.
Y unos de esos es la sandwichera El Club Los Amigos de Freddie en la esquina de las calles Guadalupe y Unión en Ponce. De entrada, el comensal se siente recibido y sabe que allí cada sándwich es un tributo a décadas de hacer las cosas como “Dios”, bueno, por lo menos como los ponceños mandan.
Esa percepción no está equivocada en El Club Los Amigos de Freddie, donde la plancha lleva cuatro décadas prendida de 7:30 de la mañana a 1:00 de la madrugada, llueva truene o ventee.
Ni María los detuvo. A horas de las últimas ráfagas, quienes se aventuraron a llegar al pueblo encontraron la plancha de Freddie “al punto” y los emparedados desfilando como si nada.
Si bien a pocas horas de abrir la fila llegaba afuera, no es menos cierto que según pasaron los días el salón comedor, electrificado con generador, se tornó en el espacio dónde los vecinos venían a conectar sus máquinas para terapias o guardar los abastos de insulina y las fórmulas para los infantes.
Ciertamente, un lugar mágico
Lo anterior no le sorprende a nadie que haya visitado esta icónica sandwichera.
Acudir a Los Amigos Freddie en la calle Guadalupe no es solo visitar amigos o ir a comer. Es transportarse a un tiempo en el que la gente todavía se tomaba el tiempo de hacer comunidad.
Por eso, a cualquier hora no es difícil encontrarse con abogados, policías, obreros y desempleados disfrutando de las tradicionales delicias, junto a historias, cuentos y conversaciones.
Ahora bien: esté apercibido de que en Los Amigos de Freddie, como en las reuniones de familia, usted se corre el riesgo de que cualquiera que se le siente al lado intervenga en su conversación, como si le conociera de toda la vida. Sabe Dios si hasta le conviden a un palito.
Después de todo, este negocio es realmente la casa de Freddie, como todo el mundo conoce a Wilfredo Maldonado González. Ponceño de 67 años que hoy es el patriarca de una familia con tres hijas profesionales y un chiquito de nueve años.
Claro, como suele ocurrir, ser patriarca no significa que sea quien mande, pues la operación diaria del local está bajo la supervisión de su esposa, Neysa Serrano, y de su mamá, doña Juanita González: las mismas que se ocupan de que la operación corra como los clientes acostumbran.
Si bien es cierto que la calidad de los ingredientes y los productos es punto de partida para el éxito de este negocio que se mantiene fuerte, aún en los difíciles tiempos que se viven, no es menos cierto que la experiencia de Freddie es la otra parte de la receta.
Experiencia que comenzó en la década del 1960, cuando de adolescente comenzó a trabajar en Nazario de la calle Tricoche, una de esas legendarias sandwicheras tragadas por la historia.
De allí pasó a trabajar a lo que entonces se llamaba El Club Los Amigos, en el local donde hoy ubica su sandwichera. El trabajo duro, los ahorros y “la ayuda de Dios” le permitió eventualmente comprar la llave e incorporar lo aprendido en Nazario.
Allí nació la leyenda: los sándwiches de El Club Los Amigos de Freddie.
¡Y QUÉ CLASE DE EMPAREDADOS!
Su carta, desplegada orgullosamente en un cartel que da la bienvenida al salón comedor, incluye sobre 30 variedades o combinaciones de proteínas para escoger.
Cada sándwich es casi un tercio de libra de pan criollo, de agua, con por lo menos media libra de carrucho, pulpo, pernil, jamón ahumado, bistesitos, pastramis, pavo o pollo.
En el caso de los mariscos, son macerados en la vinagreta de la casa y en el de las carnes trozadas y salteadas al momento, para hacerlas más sabrosas y fáciles de consumir.
Aunque decir fácil de consumir es figurativo. Manejar media libra de carne en un tercio de libra de pan es una destreza de Ponceño. Por eso, vaya a la segura, con su sándwich pida también un tenedorcito pa’ recoger lo que se caiga al plato tras la explosión de sabores que empaca el primer bocado.
Esos pedacitos de carnes o mariscos son tan sabrosos que debieran ser pecado. Adobados unos y macerados otros, son la otra pata de la receta del éxito.
Entre todas las sandwicheras de la ciudad -que son muchas y maravillosas- pocas tienen el nivel de sazón criollo innato de los sándwiches de Freddie.
Sabor que se eleva a otro nivel con el aderezo secreto de la casa, el aceite cura’o con ajo. Sin aceite cura’o con ajo el sándwich no es ponceño. El aderezo de ajo de Freddie es uno de los mejores referentes, ¡simplemente MARAVILLOSO!
Y para acompañar esta variedad sándwiches, en El Club Los Amigos de Freddie lo más razonable es una friíta o un palito. Por eso, Freddie tiene una barra completa en el salón adjunto al comedor, donde está el billar.
No solo sándwiches
Si usted domina la gastronomía cotidiana ponceña, sabrá que las proteínas que rellenan los emblemáticos sándwiches salen también “al cono” o en ensalada. Una forma para que -aquellos que velan la dieta- no se sientan excluidos y disfruten de las delicias del menú, con menos costo calórico.
Los conos y las ensaladas de pulpo, carrucho o combinados en Freddie son de otro nivel.
Aderezados igual que los sándwiches, con mayonesa, kétchup, pepinillos, aceite de ajo y otros aromatizantes acompañados por tostadas, los conos y las ensaladas de Freddie son otro referente de la culinaria nocturna ponceña.
Definitivamente, se pueden acompañar con una “friíta pa’ bajarlos”, pero con un palito del “mejor de los mejores” es una epifanía.
Vienen de todo el mundo
Dos fenómenos, uno tecnológico social y otro social tecnológico le dan nuevos bríos a este legendario negocio.
El éxodo, la diáspora o exilio de boricuas que ahora se mantienen en tránsito entre el frío norte y la cálida patria, junto a las redes sociales donde se reproducen reseñas y recomendaciones de los mejores sitios para comer, han hecho de El Club Los Amigos de Freddie un lugar de peregrinaje para esos que regresan.
Este el caso de Daniel Colón, de Villa Elena en Ponce y ahora residente de Southbridge, Massachusetts -quien viajo a la ciudad para enterrar a su progenitora- no era posible regresar sin que sus hijos experimentaran los sabores de la legendaria sandwichera.
“Antes de salir, vi a Freddie en la página de Papito el Reportero y sabía que no podía regresar sin que los chamacos experimentaran El Club de Los Amigos de Freddie”, confesó Colón. La reacción de los chamacos al sándwich ponceño deja claro que, en unas décadas, ellos también traerán a sus hijos a iniciarse en la tradición.
En resumen, tras 40 años “sandwicheando”, El Club Los Amigos de Freddie se devela como un tributo a los mejores tiempos de la ciudad de Ponce y, sobre todo, a la mejor aportación de los ponceños a la culinaria nacional, ese sándwich de Ponce que se sirve “con todo”.
Lleve a sus nietos para que lo experimenten y aprendan de qué se trata la tradición, y por qué es valiosa cuidarla.
¡Buen provecho!

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