Mi encuentro con el libro Recetas contadas, la cocina de una periodista ocurrió en medio de la lectura del Hombre que amaba los perros del genial cubano Leonardo Padura.

No obstante, por fascinante que fuese la narrativa provocada por la historia de León Trotsky, mártir o traidor de los Soviets según se mire, la posibilidad de una conversación íntima con Titi Wilda, “nom de guerre” utilizado por la Peña de Ponce para referirse a la autora Wilda Rodríguez, fue una tentación que no pude resistir.

El libro, que un día antes habíamos presentado en el programa Temprano en la Tarde de WPAB 550 y que horas antes de su llegada a mis manos hizo su entrada triunfal a la librería El Candil de Ponce, es una especie de conversación o tertulia donde Wilda se desnuda para compartir su intimidad como cocinera, término que ella prefiere usar para auto definirse, en vez de chef.

Organizado con la lógica de quién por años dio forma al medio escrito de récord del país, así como a la siempre caótica mesa de redacción de la centenaria agencia de prensa estadounidense en Puerto Rico, la publicación de 180 páginas comienza con un escueto recuento de los eventos que precedieron la publicación. Esto a cargo de Graciela Rodríguez Martinó, conocida en la misma peña como Titi Chela, la catadora oficial de la cocina de Titi Wilda.

De ahí en adelante, y bajo el título de “MI COCINA”, el libro abraza una narrativa donde la autora, como buena amante, se va desarropando y revelando sus encantos. Es aquí donde la capacidad de síntesis te Wilda hace gala para explicar cómo eso que llama “mi cocina” es parte y resultado del proceso de “melting pot” que por cientos de años desarrolló una cocina de resistencia al carimbo colonizador del Caribe.

Este inciso se complementa con espacios donde la autora nos presenta a su abuela, Crucita y a doña Carola, seres que guiaron y formaron su visión culinaria.

Como buena maestra en este punto de la publicación, Wilda nos invita a integrarnos a la experiencia culinaria pues, al fin y al cabo, “como el sexo” todos y todas nacemos con las nociones básicas para dominarlo.

Es en este punto donde la autora muta de la coqueta enamorada que nos seduce con su narración para, “montando” el espíritu de Auguste Escoffier, dejar clara la importancia de la disciplina y organización en cualquier cocina, sin importar que sea una comercial o la de un apartamento de soltero.

Establecidas claramente las reglas del juego, y despojada ya de cualquier pudor o recato en torno a los secretos de su cocina, en el segundo capítulo Titi Wilda le regala al lector su intimidad y su acervo culinario: uno que resume generaciones de saberes y años de experiencia.

Por supuesto, comenzando por lo más básico, Wilda comienza con el sofrito y detalla lo que ella llama las salsas madres de su culinaria.  Estas son las bases para varias de las recetas que la autora puntualiza encabezadas por la Carne Guisada de Crucita, plato que encarna a la perfección el perfil de lo que debe ser un guiso puertorriqueño.

De más está explicar que esta delicia tiene que salir con arroz con tocino y tostones frescos. ¡Claro! Unas onzas del “mejor de los mejores” también son buena compañía.

Patitas de cerdo, funche y caldo santo son otros ejemplos que acompañan el guiso de la abuela Crucita en esta sección.

Ya en la mitad de su charla con el lector -página 73-, la publicación toma un giro inevitablemente nostálgico, al transportarnos a la inolvidable Casa de las Tías: aquel espacio donde el ancestral saber culinario sirvió de excusa para espontáneas tertulias literarias y discusiones políticas, orgánicas bohemias, encuentros de negocios y alguna que otra indiscreción romántica.

Desde las refrescantes ensaladas, perfectas para lidiar con el calor ponceño, a las sabrosas picaderas que, basadas en recetas tradicionales, Wilda elevaba a adictivas delicias con sus salsas y “mojaderas”, todas son compartidas sin reservas, solo por el hedonista proceso de compartirlas.

Igualmente, este cofre gastronómico incluye las recetas de las sopas y potajes, los risottos, los postres y demás expresiones culinarias que hicieron de aquella vieja casona en la calle Isabel de Ponce, el epicentro de las peregrinaciones y encuentros de cientos de “sobrinos” enamorados con el gusto de la cocina de Tití.

En fin, como se dijo al principio, este libro es un compartir íntimo con Wilda Rodríguez, con la eterna Titi Wilda. Leerlo fue como reencontrarse con un viejo amor y revivir las noches de pasión compartidas.

No obstante, es más que eso, este trabajo es un documento etnográfico que recoge para futuras generaciones expresiones culinarias que se forjaron hasta transformar y definir nuestra cultura.

Definitivamente, en estos tiempos en que las comidas industrializadas amenazan con relegar a un pasado olvidado la riqueza de nuestra culinaria, Recetas contadas, la cocina de una periodista es más que una colección de recetas. Es una trinchera de resistencia y reafirmación.

Titi Wilda, me debes un funche…

Entretanto, ¡buen provecho!

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Recetas contadas: una deliciosa tertulia sobrela riqueza de nuestra culinaria