Definitivamente hay comidas que, con sus olores y sabores, nos transportan a otras épocas. En ingles, los estadounidenses le llaman «confort food».
Olores y sabores que, como dijo Silvio en otro contexto, nos llevan a un «lugar donde habitan raíces y luceros».
Este fin de semana, como parte de la rutina dominguera de almorzar con mi madre, le caímos a El Turpial Boricua en la salida para Juana Díaz del Coto Laurel de Ponce.
El Turpial es uno de esos sitios que, aun cuando siempre ha están ahí, por alguna razón, que no puedo determinar, no es parte de mi rutina gastronómica.
Un sitio agradable, desde que nos abrieron la puerta se sintió tranquilo, con una barra que aparenta estar bien surtida, música latina a un volumen adecuado para la conversación, y unos meseros listos a complacer de forma cuidadosa pero no «estirada».
Como aperitivo pedimos unas alitas que estaban buenas, no extraordinarias, pero suficientemente buenas para acompañar agradablemente el wiskey de Tennessee que acostumbro para abrir el apetito.
Ahora bien, lo que puso las alas a otro nivel fue el aderezo de queso azul. No sé si es comercial o preparado en la casa, pero el cremosos aderezo es una excelente balance donde el sabor de crema domestica el fuerte queso azul para complementar agradablemente las alitas fritas. Ahora pienso que con cerveza debe ir de maravilla.
Sin embargo, la verdadera sorpresa fue la carne de res empanada que EL Turpial presenta con salsa roja italiana y queso mozzarella derretido.
Lejos de ser la «sábana» de fina carne, regularmente sobre cocinada, que en muchos lugares presentan bajo el nombre de «empanada de res», la de El Turpial es otra cosa.
Empacada en un sabroso rebosado, el grueso pero tierno bisté producto del machacado y el macerado en adobo criollo y vinagre es tan tierno que no se necesita cuchillo de carnes para cortarlo.
El trasunto del vinagre y el adobo fue un viaje en la nostalgia que me llevó a la cocina de doña Esther mi abuela abuela materna.
En fin y al cabo y para mi sorpresa, El Turpial Boricua en el Coto Laurel de Ponce resultó una inesperada, pero agradable experiencia de eso que en el norte llaman «confort food».
¡Buen provecho!
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