Por Gary Gutiérrez

Si bien la controversia en torno al uso de los vocablos pastelillos y empanadillas dividen el país, la discusión no se queda ahí.

Tratar de pedir una alcapurria o una hallaca en Puerto Rico, es realmente un salto al vació gastronómico. Nunca podrá predecir lo que le van a servir.

Si miramos al regente de la lengua española cuando habla de hallaca dice: 1. f. Ven. Pastel de harina de maíz, relleno de un guiso elaborado con varias clases de carne o de pescado en trozos pequeños y otros ingredientes, que, envuelto en hojas de plátano o cambur, se hace especial mente por Navidad.

Mientras que de alcapurria establece: 1. f. P. Rico. Fritura en forma de croqueta grande, hecha de yautía o plátano rallados, rellena de carne.

Sin embargo en Puerto Rico la cosa es más compleja. Pues cuando viene a estas maravillas heredadas del acervo gastronómico de nuestras madres negras, esas definiciones no son tan claras.

Según mi experiencia, en partes del norte, las alcapurria se preparan indistintamente con yuca o masa (es decir viandas, que llaman verduras, y/o plátanos) ralladas y rellenas de proteínas y fritas.

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Pero en el sur, la hallaca es la que se produce rellenando la masa (viandas y/o plátanos),  para luego freírla, mientras que las que son de yuca se les llaman alcapurria.

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Por tanto en el sur no hay alcapurrias de masa, esas son las hallacas.

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Si en vez de freírlas se hierven empaquetadas en hojas de plátanos son pasteles y si se asan a la braza o en el horno, las de yucas le llaman empanadas.

En fin, y lo más importante, si usted viaja por la carretera 14 de Ponce, entre el barrio Palmarejo y el Coto Laurel encontrará una guaguita (eso que ahora llaman Food Trucks) pintada de naranja y azul.

Párese allí, no se arrepentirá.

Tanto las alcapurrias (de yuca), como las hallacas son de otro nivel.

En ambos casos, fritas a la perfección,  la simpleza de la proteína es solo un complemento a la crocante corteza que sirve de empaque a la maravilloso textura empastelada del interior.

Experimentar estás delicias me transportaron a la década del 1990, cuando junto al fotoperiodista Eduardo Collazo (padre de Valeria),  recorría el sur de la isla recogiendo imágenes para venderlas a los medios de comunicación en la zona metropolitana.

En ocasiones, a media tarde sonaba el viejo celular Motorola, que era del tamaño de un ladrillo, y del altavoz salía la voz de  Idelisa Pérez (Doña Tita), madre de Collazo y abuela de Valeria para invitarnos a pasar por la casa porque había preparado hallacas.

No voy a decir que, por lo menos una docena de hallacas más tarde, se daba por terminada la casería de imágenes.

En resumen, la parada en la Cafetería de Jesy y Rey, en la carretera 14, no solo fue un viaje al callejero pasado de fotoperiodista de provincia. Sus sabrosas frituras me llevaron a la cocina de doña Tita, el sitio donde aprendí el referente de lo que es una buena hallaca.

¡Buen provecho!