Por Gary Gutiérrez

De entrada, admito que hablar sobre víctimas me causa terror. Es un tema que no domino, que nunca estudié, y con el cual no tengo conexión alguna.

Sin embargo,  y convocado por la profesora Stella Irizarry, mujer que admiro desde que la conocí en su contestaria juventud, me paro ante ustedes para conversar sobre «víctimas y medios de comunicación».

Como ya dejé claro que no domino la victimología, y aun cuando por experiencia y estudios se pudiera decir que se algo de medios de comunicación, prefiero usar la llamada «criminología cultural» para adentrarme al tema. La criminología cultural mira lo criminal desde la cultura de los actores, es decir los que viven el proceso delictivo. Ese acercamiento al mundo de los desviados, la criminología cultural lo hace desde la etnografía o el estudio descriptivo de las costumbres y tradiciones de los pueblos y la gente. 

Para mí, este acercamiento implica el entrarse al mundo de lo estudiado sin juzgar, sin ideas, valores o moralidades preconcebidas. Tratando así de entender la forma en que el, o los sujetos de estudios, construyen o definen las realidades en que habitan.

Así las cosas, y para compensar por la falta de conocimiento y entrenamiento criminológico estipuladas al comienzo, hoy les hablaré desde mi experiencia como reportero y foto-periodista policiaco. Es decir, convertir esta reflexión en una auto-etnografía para que sean ustedes quienes lleguen a sus propias conclusiones. De paso, eso suena a una buena asignación

Para decir la verdad, las víctimas son un tema que he invisibilizado. No sé si fue que, como forma de preservación mental, cuando trabajé como foto-periodista y reportero radial aprendí a no mirar como humanos a las víctimas de esa violencia callejera que diariamente ocupaba mi oficio. Peor aún, ahora me pregunto si ese proceso de protección mental me llevó a deshumanizar o cosificar aquellos cuerpos inertes y los dolientes que les lloraban. Así, no eran José, Juan, María, fulano o perencejo. Eran solo, «el muertito del día», o el tecato para quién morir en la calle era parte de la cotidianidad, o el narcotraficante que cuando entró al negocio sabía que la muerte es parte de su quehacer.

De igual manera, los gritos y los llantos desesperados de las madres, padres, novias, amantes, hijos o compañeros eran solo una buena oportunidad para aumentar el dramatismo e impulsar la ya cotidiana noticia a una mejor ubicación en el periódico o el noticiero. Después de todo, con el pretexto de «humanizar» el noticiero, «if it bleed; it lead», si sangra, encabeza.

Por supuesto, hay que dejar claro que, en mis tiempos de foto-periodista independiente, cuando el salario de un obrero era de cinco dólares, yo recibía setenta cinco dólares por cada «muertito» publicado, cien si era portada. Afortunadamente para mí, y para la desgracia del resto, hubo semanas de sobre quinientos dólares en tragedias.

En fin, eso que ustedes llaman víctima, para mi eran muchas cosas, pero no eran humanos. Eran solo elementos visuales que, por alguna morbosa habilidad, y citando a una editora que prefiero no nombrar, yo «transformaba en trágica belleza».

Así las cosas, la invitación de la profesora Irizarry me abrió los ojos a la realidad de que nunca había mirado las víctimas y mucho menos a sus derechos o necesidades.

Claro al leer los documentos que la propia profesora me envió, también me doy cuenta de que, ni la institucionalidad gubernamental y jurídica, ni tampoco la prensa en general parecen darle mucha importancia a las necesidades y derechos de eso que llaman víctimas. Para comenzar no parece que esté realmente claro, y les recuerdo que no soy abogado, que significa y a quién le aplica ese concepto de «víctima».

Para comenzar la ley 77 del 1986 define víctima como, cualquier persona natural contra quien se haya cometido o se haya intentado cometer cualquier delito contemplado bajo las leyes del Estado Libre Asociado de Puerto Rico o bajo las leyes de los Estados Unidos de América. Suena legalmente razonable.

Pero al mirar la definición que nos provee la profesora Irizarry la cosa comienza a nublarse. Para los y las criminólogas como ella, y asumo que, para muchos activistas en favor de las víctimas, “[s]e conoce como víctima aquella persona que por consecuencia de un acto ilegal sufrió de daños físicos, psicológicos y económicos.”

Tómese un asesinato cualquiera. ¿Quién es o quiénes serían las víctimas? Al parecer, por la definición legal, para el estado la víctima es el occiso, la persona muerta. Sin embargo, para los o las criminólogas como Irizarry, los padres, los conyugues, los hijos y hasta los amigos, también deben considerarse víctimas del delito de asesinato.

Aquí es donde, desde mi cinismo producto de varias décadas de trabajo periodístico, se me complica la invitación a reflexionar sobre la relación víctima y prensa. Esto pues parto de la premisa de que, aun cuando el trabajo periodístico termina educando o mal educando a la sociedad, la realidad es que el rol de la prensa comercial en el siglo veintiuno no es educar, es informar y sobre todo entretener. Claro, y repito, el resultado es que, en la transferencia de información intencionadamente o no se termina educando o mal educando, como usted prefiera definirlo.

Igualmente se debe decir que, aun cuando sea un ideal, el trabajo de la prensa no es preservar o velar por los derechos de nadie. Ese se supone sea el trabajo del estado y sobre todo del tribunal. Que en el ejercicio consiente del periodismo se pudieran denunciar abusos y asegurar garantías para todos y todas, pudiera ser el resultado, pero para mí regularmente, es un resultado no intencionado.

Entonces cuando leo un artículo como: “Reclaman víctimas del crimen más sensibilidad por parte de la prensa” de Alex Figueroa Cancel de Primera Hora, mi cinismo me lleva a varias preguntas.

Por ejemplo, en la nota periodística se cita la maestra y amiga Lina Torres diciendo:

“Una pregunta inapropiada que se le haga al familiar de una víctima de asesinato o una cobertura de prensa imprecisa pueden causar un daño mayor a quien sufre las heridas de la violencia. Por eso, es la sensibilidad al tratar estos temas el principal el reclamo que hacen los sobrevivientes de delitos a los medios de comunicación”

Igualmente se detalla un reclamo para que “se divulgue más la Carta de Derechos de las Víctimas por parte de las autoridades”. Es decir que se eduque sobre los derechos a las víctimas garantizados por la Carta de Derechos de las Víctimas y Testigos del Crimen o Ley 22 de 1988.

Pero les recuerdo que los derechos de los ciudadanos son frente al estado y es esa institución quien tiene que respetarlos y hacerlos respetar. Esta ley estipula que:

“A tenor con este principio se aprobó la Ley Núm. 77 de 9 de julio de 1986 la cual declaró que es política pública del Estado Libre Asociado de Puerto Rico proveer protección y asistencia a las víctimas y testigos en los procesos judiciales que se ventilen en los tribunales, así como durante las investigaciones que se realicen para promover su cooperación y participación plena y libre de intimidación en esos procesos.

Bien, la pregunta entonces parecería ser si estas leyes, la 77 del 86 y la 22 del 88, obligan o aplican a la prensa y sus representantes los periodistas.

Pues en el artículo primero de la constitución de Estados Unidos dice:

“El Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente, o que coarte la libertad de palabra o de imprenta, el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente y para pedir al gobierno la reparación de agravios.”

Perece entonces que el gobierno no puede hacer una ley obligando a los medios a tratar de una u otra forma a las víctimas de delitos o a cualquier otra persona para esos efectos. Lo que si puede hacer el gobierno es autoimponerse unos parámetros de acción que pudieran servir de estándares al tribunal en caso de que una persona que se considere “víctima” reclame jurídicamente por un alegado abuso de un medio de comunicación. Tanto es así que el titular de la nota de prensa es: “Reclaman víctimas del crimen más sensibilidad por parte de la prensa” y no Exigen legalmente “víctimas del crimen más sensibilidad por parte de la prensa”.

Después de todo el derecho a difundir información es garantizado por la constitución mientras que el derecho a las llamadas víctimas emana de una ley colonial. Digo llamadas víctimas pues el estatuto parece dejar fuera de ese término a gran parte de las personas que los y las criminólogas, así como los activistas, llaman víctima.

Pero como dije anteriormente, no soy abogado así que les dejo los supuestos antes detallado para que le pregunten a su letrado favorito.

Ahora bien, es muy fácil utilizar como chivo expiatorio a la prensa y pedirle “sensibilidad al tratar estos temas”. Pero en realidad, “los sobrevivientes de delitos” no están obligados a hablar con la prensa, mucho menos a recibirles en sus casas o en el funeral de su ser querido. Claro, antes de que me lo señalen aclaro que con esto no estoy culpando a las víctimas por someterse a la prensa.

En el modernidad tardía o posmodernidad en que se vive, parecería que muy pocas personas están conscientes de que no tienen ninguna obligación de recibir o hablar con los medios. Incluso, y me perdonan el cinismo, algunos pueden ver la presencia de los medios en su desgracia como una especie de morbosa inclusión o reconocimiento. Después de todo en esta época ser celebridad es una aspiración de muchos, y para algunos solo la desgracia le da esa oportunidad. Eso se debiera estudiar

Pero para ilustrar mejor mi punto permítanme compartir algo que me ocurrió varias veces durante mi carrera como foto-periodista. Si había una asignación que yo detestara era el cubrir enterramientos. Especialmente cuando la única notoriedad de la víctima fue morir en circunstancias poco usuales o morbosamente interesantes para el gran público como decía Luis Trelles. Como odiaba ese tipo de asignación que catalogaba como masturbación del morbo, lo primero que hacía al llegar a la funeraria era buscar al representante o portavoz de la familia y presentarme. Acto seguido le explicaba para que estaba allí, pero que ellos tenían derecho a la intimidad de su ritual y que si ellos lo pedían yo me marchaba, cosa que era mi intención realmente. En veinte años de oficio, solo una vez me pidieron que abandonara la funeraria.

En resumen, la cosa es complicada. Ya que la relación de la prensa y las víctimas se puede ver como una batalla de gigantes que lucha por su espacio. Por supuesto, una batalla desigual donde los medios de comunicación llevan todas las de ganar, mientras las víctimas ni siquiera cuentan con las garantías que se supone se les reconozca por ley. Digo se supone pues, como señalé antes, la propia ley ni siquiera parece incluir como víctimas a gran parte de los que así se consideran.

Igualmente es complicado pues la opción no puede ser que el gobierno imponga parámetros de cómo la prensa debe tratar las víctimas. Eso sería abrir la puerta para que la institucionalidad gubernamental decida como la prensa puede o no tratar a una población cualquiera. Por lo menos eso para mí, en una verdadera democracia, es inaceptable.

Así las cosas, me parece que lo único verdaderamente aceptable para limitar la prensa en la democracia es la educación. Por un lado, educar a las víctimas para que entiendan que no tienen que recibir, aceptar o responder a las preguntas de los medios de comunicación. Igualmente se debe educar a las audiencias a no respaldar a los medios que ellos entiendan no respetan a las víctimas.

Por supuesto, esta educación no parece que la harán los medios y mucho menos el estado. Eso, creo, le toca a los activistas y a usted como criminólogo o criminóloga…

Para terminar, les recuerdo que si bien los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, también tienen los medios de comunicación que toleran o permiten. Pues es realmente sencillo, yo no auspicio los medios que le dan importancia a cosas que no me interesan o que consideró irresponsables. No necesito que pasen una ley, solo necesito apagar la tele o no visitar sus páginas cibernéticas.

¿Sabe qué? Todos podemos hacer lo mismo.