La prohibición
¿Seguimos durmiendo o despertamos a ver la profundidad de la madriguera?
Gary Gutiérrez
Presentado ante los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
24 de Marzo 2015
En el magistral clásico de ciencia ficción “The Matrix”, el personaje principal Neo se enfrenta al dilema de escoger qué “verdad” quiere vivir. Para el la disyuntiva se presenta en la forma de dos pastillas. Una azul que le hará olvidar que existe otra forma de ver el mundo y una roja que le abrirá las puertas a la verdadera realidad.
Como académicos del siglo XXI, cuando viene a las leyes antidrogas, ustedes enfrentan el mismo dilema.

Escoger la ignorancia, encarnada en la pastilla azul, para seguir pensando que las políticas prohibicionistas funcionan protegiendo la sociedad de terribles males que nos esclavizan porque somos espíritus débiles y pecaminosos. Que estas oscurantistas leyes son estatutos erigidos como muro de contención que mantiene a raya al demonio que se encarnan en unas sustancias psicoativadoras que por su naturaleza llevaran a humanidad a la depravación y la decadencia. Por otro lado, como académicos y académicas en formación, pueden elegir tomar la pastilla roja y mirar como la absurda prohibición provoca más problemas y muertes que las causadas por las sustancias que por más de cuarenta años ha intentado fallidamente controlar.
Por más de cuarenta años y a un costo de miles de millardos de dólares, como sociedad hemos tomado la pastilla azul que nos lleva a la absurda lógica que apunta a que el llamado problema de las drogas es uno moral y médico cuya solución está en las cárceles y el castigo y no en la medicina. Es hora de considerar tomar la pastilla roja que nos permita ver que los problemas sociales que vinculamos a las drogas, son el producto esperado de su absurda prohibición y no el resultado del consumo de una u otra sustancia.
Por tanto, tras decidirme por la pastilla roja, me presento ante ustedes para invitarles y colaborar en un ejercicio de análisis que surja de la anárquica aspiración de un pensamiento crítico alejado de viejos referentes que todavía hoy simulan manejar esa llamada problemática de la droga. Partiendo de lo anterior, me niego entonces a enfocar esta alocución desde perspectivas médicas, terapéuticas y morales que regularmente dominan este debate. El yo entrar en la discusión médica o terapéutica sería faltarle el respeto a los salubristas que pasan su vida manejando ese fenómeno llamado “droga”. Mientras que, hablar desde la dimensión moral de esta discusión definitivamente sería un acto de cinismo, pues admito que no creo ser la mejor persona para hablar sobre la moralidad de nada.
Ahora bien, académicamente hablando, la principal razón para negarme a discutir el llamado problema de las drogas desde las perspectivas médico o moral, es que estas dimensiones realmente son irrelevante al verdadero problema generador de una violencia que en nuestro país equivalente a una guerra civil (Villa-Rodriguez y Gutiérrez-Rentas 2013; Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M (2012.
Con esto no digo que esos aspectos médicos y morales del consumo de psicoativadoras no son importante. Lo que quiero dejar claro es que lo que debemos estar discutiendo los criminólogos y criminólogas, es si las fracasadas políticas que criminalizan las sustancias son la mejor alternativa para controlar la violencia y para crear las condiciones que permitan que los salubristas hagan su trabajo. Le que si debemos discutir es si meter gente presa por ejercer su derecho a consumir lo que ellos escojan es una política a adecuada o no. Igualmente obligado es preguntarnos si el botar miles de billones de dólares encarcelando a ciudadanos por vender o facilitar los productos que unos adultos consintientes quieren comprar es realmente adecuado.
¡DE ESO ES QUE SE TRATA! ¿Le vamos a reconocer al Estado autoridad legítima para decidir sobre lo que nosotros como seres libres decidimos consumir?
Por tanto lo que hoy propongo es tomar la píldora roja y romper con los viejos discursos entendiendo que son las propias leyes que criminalizan la posesión y el mercado de sustancias la causa de la violencia social que arropa al país y que al mismo tiempo son el mayor impedimento para manejar el problema de abusos de sustancias desde una perspectiva salubrista (Villa-Rodriguez y Gutiérrez-Rentas 2013; Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M (2012).
Pero por supuesto entender que eso es lo que debemos discutir no es tarea fácil. En un país como el nuestro, donde el simplismo domina los medios de comunicación y donde el trabajo de los políticos es servir a quienes les pagan las campañas y le buscan los votos, se termina siempre discutiendo lo que no es (Fonseca, 2013).
Por ejemplo, la radicación hace dos años de sendos proyectos de ley encaminados a liberalizar las leyes prohibicionistas despenalizando la posesión de pequeñas cantidades de marihuana por un lado, y permitiendo el uso de esta planta como tratamiento médico por el otro, desató una cruzada tipo “guerra santa” por parte de “empresarios morales” conservadores que insisten en tomar la píldora azur y mantener el tributo de sangre que la actual ley antidrogas impone a los puertorriqueños(Goode y Ben-Yehuda 2009). Por lo visto en la prensa y en las redes sociales, inmediatamente tras la radicación de los proyectos salieron los sospechosos habituales montados en miedos apocalípticos y cabalgando sobre viejos y trillados discursos moralistas, asegurando que liberar las leyes que controlan el consumo de marihuana traerá la destrucción de la fibra moral que, según ellos, mantiene coherente la sociedad puertorriqueña.
¿Cómo si la prohibición lograra mantener fibra alguna?
Digo los sospechosos habituales, porque por un lado están algunos sectores terapista que viven de la adicción (Riggs 2012), y por otro, los sectores conservadores cristianos de derecha que desde el siglo diecinueve vienen usando el miedo y la insensatez para mantener o impulsar leyes que eliminen la separación de iglesia y estado, mientras pretenden usar la propia ley para imponer su moralidad al resto (Foster, 2002; Goldbert 2007; Hedges, 2006; Manjó-Cabeza, 2012).
Desconfiando del uso de hierbas y brebajes como parte de rituales para la sanación del cuerpo y el alma, desde finales del siglo diecinueve estos grupos conservadores y religiosos vienen empujando legislación para que las leyes reflejen e impongan a todos y todas, un estilo de vida cristiano, puritano, virtuoso y de fuerte control frente a los placeres. Por supuesto, este pensamiento religioso fue solo el comienzo del proceso.
Ese discurso prohibicionista logró ser exitoso, pues el mismo resultó muy cónsono con la visión de mundo de los llamados “WAPS” -White Anglosaxon & Protestan-, quienes controlaban y controlan la vida pública estadounidense. Estos grupos de base racistas y xenofóbica, ven el uso de hierbas y plantas como la marihuana, la coca y el opio, como costumbres de razas inferiores que dañan las “buenas costumbres de la cultura civilizada” que para ellos es hablar de la eurocéntrica cultura del blanco, varón, propietario, heterosexual y cristiano que surge durante la modernidad. Para ese grupo, la prohibición de “las drogas” resultó un discurso muy conveniente, pues le sirvió y le sirve, de excusa para legalmente controlar y reprimir las minorías mediante la prohibición y criminalización de sus costumbres (Courtwright, 2002; Davis, 2005; Escohotado, 2003; Ferrell, Hayward y Joung 2008, Foster, Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999; Villa y Gutiérrez, 2013). Este empuje prohibicionistas de los cristianos conservadores, respaldado por los WAPS, tomo más fuerza cuando algunas empresas lo vieron como una oportunidad de adelantar sus intereses comerciales y económicos. A modo de ejemplo se puede mencionar cómo, tanto los intereses del sector industrial algodonero en el sur de Estados Unidos, así como los de la familia de industriales Dupont, se percataron de que prohibir la marihuana tendría como efecto la destrucción de la industria del cáñamo, derivado de la planta del cannabis y principal complejo industrial en el mercado de textiles y sogas en aquel momento histórico. Es así como ambas industrias se montaron en el discurso e invirtieron recursos para empujar la ilegalización de la marihuana (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Además de estos intereses económicos que pudiéramos ver como “legítimos”, hay que dejar claro que a mediados de la década del 1930, hubo otros intereses un poco más siniestros o solapados que también empujaron y apoyaron la prohibición de las drogas a nivel federal en Estados Unidos. Primero, los agentes del Buró de Alcohol y segundo, los carteles o sindicatos del crimen organizado que surgieron y se fortalecieron como resultado no intencionado de la prohibición del alcohol. Ambos sectores, perseguidos y perseguidores, se quedaron sin campo de acción y sin ingresos al legalizar el consumo de licores, por lo que ambos vieron en la prohibición de otras sustancias una manera de mantener su pertinencia unos, y sus ganancias económicas los otros. (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012).
Por tanto, el que todavía hoy veamos a los mencionados sectores conservadores funcionado como una especie de mafia moralista tratando de imponer al resto sus valores y empujando el control de los individuos por parte del Estado, no debe sorprender a nadie. Tampoco debe sorprender a nadie que los poderosos en esta sociedad cierren filas con esa mafia moralista y la utilicen como quinta columna, pues son ellos los que verdaderamente se benefician de las ganancias económicas del mercado negro, del control social y de la cultura de encerrar y castigar a cualquiera que no represente, se comporte o por lo menos respete como superiores a los intereses y al estilo de vida del blanco, varón, propietario, de apariencia heterosexual y cristiana (Villa y Gutiérrez, 2013).
Además de los factores ya detallados, hay quienes miran otras perspectivas y complican más el análisis entendiendo que la prohibición de las drogas fue solo un peón más en el tablero por el control social entre dos facciones del poder económico en un Estados Unidos que pasaba de ser una sociedad agrícola a una industrial. Al igual que con la Guerra Civil estadounidense, que no se trató de liberar los esclavos, sino que fue un enfrentamiento de dos visiones de ordenamiento económico; la lucha por la prohibición de las drogas se puede analizar como otro campo de batalla entre el viejo capital agrícola con una cosmovisión rural y conservadora, y el capital industrial con una mirada urbana, cosmopolita y libertina.
Partiendo de autores como Courtwright (2002), Escohotado (2003), Foster (2002), Gusfield (1983) Manjó-Cabeza (2012), Musto (1999) queda más que claro que la prohibición de “las drogas” no tuvo nada que ver con los usos, efectos o peligro de las mismas, sino que fue un intento para que el desvalorizado capital agrícola conservador mantuviera un poco de prestigio social frente al impulso arrollador de los capitales industriales libertinos y corruptos que construían una nueva nación en la que Dios y lo viejos valores agrícolas no tenía un espacio prominente
En resumen y partiendo de la llamada criminología crítica entonces, cuyo enfoque es el estudio del orden social como productor y constructor de la desviación (Baratta, 2002), se puede entiende que estas leyes prohibicionistas se aprobaron como parte de luchas de poder social u económico en medio del cambio social que vivió Estados Unidos al comienzo del siglo veinte cuando mutó de un país agrícola a una potencia industrial y no por la preocupación de los efectos o peligros de las sustancias prohibidas. (Courtwright, 2002; Escohotado, 2003; Foster, 2002; Gusfield, 1983; Manjó-Cabeza, 2012; Musto, 1999).
Partiendo de lo antes expuesto entonces, es fácil entender que tan pronto alguien trata de discutir y evaluar críticamente cuán efectiva es la prohibición para controlar y reglamentar el uso de una u otras sustancias, para evitar que los niños tengan acceso a las mismas, o para controlar la violencia producto del trasiego ilegalizado, estos grupos respondan con una cruzada mediática simplista sobre los peligros o daños que dependiendo de a quién usted consulte, se relacionan con el consumo de las drogas.
Por tanto la discusión pública no puede seguir siendo si la marihuana, o el resto de las sustancias, son buenas o malas, si hacen daño o no, si son adictivas o no. Esos supuestos daños y peligros se pudieran estipular, pues al fin y a la postre, lo que se tiene que discutir es cómo esa prohibición lleva casi cien años fracasando en la empresa de controlar el uso de unas sustancias independiente de la peligrosidad de las mismas. Nadie puede honestamente decir que la prohibición es exitosa. Lo único que estas leyes lograron tras casi un siglo de prohibición es criminaliza a millones de ciudadanos libres que, sin hacer daño a nadie, deciden ejerce su derecho a buscar la felicidad como ellos o ellas la entiendan. Igualmente, la discusión pública debe girar críticamente en cómo estas leyes hacen más difícil que aquellos para quienes el uso de estas sustancias representa un problema de salud puedan recibir las ayudas médicas necesarias sin el peligro de ir a la cárcel. Esa conversación en torno a estas políticas prohibicionistas debe también girar en cómo estas fracasadas prohibiciones alimentan económicamente a los carteles criminales internacionales y cómo durante los pasados cuarenta años, Estados Unidos viene regalando al complejo industrial correccional casi mil millardos de dólares sin tener un solo logro concreto que justifique ese gasto (Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012 ). Más urgente aún, se debe discutir cómo las leyes que prohíben las sustancias triunfan fracasando pues, a pesar de no controlar el uso y trasiego de las mismas, sirven de excusa para la intervención y control en las comunidades marginales en Estados Unidos y Puerto Rico. De Igual manera es imprescindible analizar cómo estas prohibiciones se convirtieron además, en licencia de corzo que permiten a Estados Unidos intervenir como nación imperial en otros países so color de la llamada guerra contra la droga (Manjón-Cabeza 2012).
Eso es lo que tiene que estar discutiendo independientemente de lo que usted crea sobre los peligros y riesgos del uso de la marihuana y otras drogas.
Desde esta perspectiva, la pregunta es si los y las puertorriqueñas debemos seguir tomando la pastilla azul y mantener unas leyes que, no solo vienen fracasando desde el siglo pasado a pesar de su costo multibillonario, sino que sus únicos logros son el aumento de la población carcelaria, la criminalización innecesaria de cientos de miles de ciudadanos mayormente jóvenes pobres en su edad más productiva, la militarización de las fuerzas policíacas, así como el deterioro de las libertades constitucionales (Alexander, 2012; Balko, 2013; Escohotado, 2003; Manjó-Cabeza, 2012;).
Esa es la discusión que se tiene que dar. Lo contrario es hacerles el juego a los mercaderes del templo. Estados Unidos y Puerto Rico llevan casi un siglo discutiendo las sustancias, ya es hora de tomar la pastilla roja y comenzar a discutir el verdadero problema: es decir “la prohibición”.
Referencias:
Baratta, A (2002) Criminología Crítica y Crítica al Derecho Penal. Buenos Aires, Siglo XXI
Courtwrght, D. (2012) Las Drogas y la Formación del Mundo Moderno: breve historia de las sustancias adictivas. Buenos Aires, Paidos Contextos.
Davis, A. (2005) Abolition Democracy: Beyond Empire, prisons and torture. New York, Seven Stories Press
Ferrell, J.; Hayward K.; Joung Y. (2008) Cultural Criminology: An Invitation. London, SAGE Publications Ltd.
Ferrell, J y Sanders C. R. (1995) Cultural Criminology. Boston, Northeastern University Press
Escohotado, A.(2003) Historia Elemental de las Drogas. Barcelona, Compactos Anagrama.
Foster, G. M. (2002) Moral Reconstruction: Christian lobbyists and the Federal Legislation of Morality. Chapel Hill, The University of North Carolina Press.
Fonseca, J (2013) Banquete Total: Cuando la corrupción dejó de ser ilegal. San Juan, Sinónimo
Grandin G, (2006) Empire’s Workshop: Latin America, the United States, and the Rise of the New Imperialism. New York, Metropolitan Books
Gray, J. P. (2001) Why Or Drug Laws Have Failed and What We Can Do About It. Philadelphia, Temple University Press.
Goode, E., Ben-Yehuda, N. (2009) Moral Panics: The Social Construcion of Deviance. Oxford, Wiley-Blackwell
Gusfield J. R. (1983) Symbolic Crusade, Urbana, Univeristy of Illinois Press.
Manjó-Cabeza A. (2012) La Solución. Barcelona, Debate.
Musto, D. (1999) The American Disease: Origins of Narcotic Control. New York, Oxford University Press.
Riggs M (2012) 4 Industries Getting Rich Off the Drug War Reason.com Acedido el 24 de febrero de 2014 en http://reason.com/archives/2012/04/22/4-industries-getting-rich-off-the-drug-w/singlepage
Szasz T. (1992) Our Right to drugs, Syracuse, Syracuse University Press
Szasz T. (2003) Ceremonial Chemistry, Syracuse, Syracuse University Press
Villa-Rodríguez, J.A. y Gutiérrez-Renta G. (2013) Criminología Crítica y Aplicada. Ponce, Piano di Sorrento.
Zavala-Zegarra DE, López-Charneco M, Garcia-Rivera EJ, Concha-Eastman A, Rodriguez JF, Conte- Miller M. (2012) Geographic distribution of risk of death due to homicide in Puerto Rico
2015-03-24 at 21:52
Excelente! Gracias por todos sus esfuerzos hacia el fin de la prohibición que tanto daño hace.
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