12/19/2012
Crueldad sin pena ni clemencia
Por: Gerardo E. Alvarado León
Dos lacras de la sociedad puertorriqueña –el narcotráfico y la violencia intrafamiliar– se manifestaron de forma implacable en los pasados dos días, cuando dos niños murieron en sendos incidentes que ayer seguían siendo investigados por la Policía.
En el hecho más reciente, informado ayer pasadas las 2:00 p.m. en la urbanización Caparra Terrace de Puerto Nuevo, un bebé de cinco meses fue hallado muerto dentro de un congelador luego de que supuestamente su padrastro lo colocara allí. El hombre habría tenido un incidente de violencia de género con su esposa y madre del menor.
En el otro caso, ocurrido anteanoche en la comunidad Antigua Vía de Cupey, un niño de 11 años murió en un tiroteo supuestamente dirigido a un tío suyo, quien estaba libre bajo fianza por delitos relacionados con sustancias controladas. El tío también fue ultimado.
Si bien aún se debate que el narcotráfico y la violencia intrafamiliar pueden o no estar relacionados, no cabe duda de que ambos males están acabando con gente que ni puede defenderse, o sea, vidas inocentes.
Las explicaciones pueden ser muchas, pero sobresalen dos: mentes que piensan que los niños, ancianos y otros grupos vulnerables no aportan a la sociedad; y criminales cada vez más jóvenes –posiblemente hijos de delincuentes– que no miden ni analizan las consecuencias de sus actos.
“Para algunos, los viejos, los niños y las personas con impedimentos son seres innecesarios en la sociedad porque no producen riqueza y no participan activamente en la toma de decisiones. Por ende, se genera cierta marginación hacia estos grupos al considerarlos inútiles, inferiores o prescindibles. De ahí que a algunas personas les dé igual que los maten o no”, indicó la psicóloga social comunitaria María de Lourdes Lara, directora ejecutiva de la Fundación Agenda Ciudadana.
Médicamente está comprobado que la parte del cerebro encargada de la toma de decisiones –la corteza prefrontal– termina de desarrollarse entre los 18 y 20 años, por lo que las personas entre esas edades y menos no ponderan sus actos. Su cerebro está configurado para actuar impulsivamente y buscar sensaciones nuevas.
“En la juventud es cuando más se delinque porque se es más temerario. Antes los que corrían los puntos de droga eran adultos y abuelos, pero ahora es gente mucho más joven. Estos jóvenes no tienen prudencia, ni siguen los códigos de los delincuentes de antes”, dijo el criminólogo Gary Gutiérrez.
Sus palabras ejemplifican el caso del niño de 11 años y su tío, identificados por las autoridades como Christian Nieves Adams y Eric Adams. Ambos fueron ultimados por cuatro sicarios que entraron al apartamento del tío y empezaron a disparar.
Antes se hablaba de no dispararles a los niños, pero eso ya cambió. “Los criminales de hoy día han perdido el respeto hacia la institución de la familia”, agregó Gutiérrez.
Esa falta de respeto también se manifiesta en el caso del bebé de cinco meses, cuyo padrastro, identificado como José Miranda López, fue detenido e interrogado por la Uniformada en el cuartel de Puerto Nuevo. La madre del bebé, Xiomara Rodríguez López, estaba bajo la custodia en el Cuerpo de Investigaciones Criminales (CIC) de San Juan para ser entrevistada.
Según explicó el trabajador social y criminólogo Víctor García Toro, las personas involucradas en asuntos ilícitos –como narcotráfico o violencia de género– ponen en riesgo a sus familiares y allegados sin necesariamente ser conscientes de ello.
“Son personas que no tienen la capacidad de discernir. Viven en un ambiente de riesgo, pero no les da la capacidad para pensar que algo malo les va a pasar”, dijo García Toro.
Una realidad innegable es que las víctimas y victimarios del crimen son cada vez más jóvenes. Estudiosos del crimen en la Isla, como la doctora Dora Nevares, han llamado a esta nueva generación de sicarios como “los hijos de la mano dura”. Esto, en obvia referencia a la estrategia anticrimen que imperó entre los años 1993 y 2000. Nevares no estuvo ayer disponible.
Empero, el sociólogo Joel Villa afirmó que “los hijos de la mano dura” son los jóvenes que hace dos décadas se levantaban en los caseríos viendo a policías y militares, y que presenciaron el arresto de uno o ambos padres.
Esta generación, abundó Villa, creció con una “sensación de impunidad”, ya que el esclarecimiento de crímenes mayores es de apenas 30%.
“Pueden matar a cualquier persona porque sienten que no los cogerán”, dijo Villa, al recalcar que la “mano dura” falló en implementar su contraparte conocida como “mano amiga”, que consistía en programas de prevención e intervención temprana.
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