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Plaza del Mercado Isabel II en Ponce, Puerto Rico (Fotos: Florentino Velázquez)

La historia está llena de leyendas que describen lugares místicos, de energía o repletos de riquezas materiales y espirituales. El Dorado de los Muiscas del altiplano colombiano, la fuente de la juventud y la Tumba del Rey Salomón son solo algunos de esos lugares.

Si bien la existencia de estos sitios no puede corroborarse, en el Casco Histórico de Ponce sí hay uno que de solo entrar, el visitante sabe que allí cohabitan la energía de la historia y el ardor de la vida contemporánea.

Esta estructura habla de historia y de estéticas pasadas, mientras que sus altas columnas sostienen un techo lleno de ventanales por donde se cuela una difusa y siempre cambiante iluminación que arropa y reconforta a visitantes.

De igual forma, caminar sus pasillos es experimentar los olores que excitan la sensibilidad.

Allí los perfumes de las plantas medicinales, el olor a carnes frescas y la fragancia de los aromatizantes utilizados en la cocina compiten con los sabrosos aromas de la más tradicional cocina criolla puertorriqueña.

A pesar de que este espacio es real, para la mayoría de los ponceños la Plaza del Mercado Isabel II es tan mitológica y lejana como la propia tumba del Rey Salomón.

No siempre fue así.

Herencia ponceña

Por más de 100 años, “La Plaza” fue el corazón económico y social de la Ciudad. Diariamente, miles de ponceños convergían en su interior, para emerger más tarde con todo lo necesario para el sustento alimenticio de sus hogares.

La historia de esta plaza comenzó al final del siglo XIX y su estructura es un tesoro único en la Isla, según la página cibernética de la Sociedad Puertorriqueña de Arquitectura Histórica.

“(La) Plaza del Mercado Isabel II (fue) edificada en el 1863 según el diseño del ingeniero militar Timoteo Lubelza de San Martín. Su primera estructura fue un modelo reducido de la Plaza del Mercado de París. Fue ampliada en 1903 y 1941 de acuerdo al diseño del arquitecto Pedro Méndez Mercado”, estipula la publicación.

Durante su primer siglo, la estructura experimentó múltiples cambios y remodelaciones que aseguraron su pertinencia como espacio social.

No obstante, entrada la década del 1960, los cambios sociales, la proliferación del automóvil, el desplazamiento de la población hacia fuera de los cascos urbanos y el surgimiento del concepto de “supermercado” deterioró la imagen de “La Plaza”.

Tras el declive de su pertinencia social, en 1980 el edificio fue remodelado con la intención de que resurgiera como plaza artesanal para consumo turístico.

El concepto nunca prosperó y más tarde la majestuosa estructura terminó albergando una tienda por departamento.

Dos décadas más tarde, nuevamente remozada y con su tradicional tejido de pequeños comerciantes, la vieja estructura renació con esplendor y nuevas expectativas para exigir su espacio en el Ponce del siglo XXI.

A seis años de esa remodelación del 2006, la noble Plaza Isabel II no logra reconquistar el corazón de los consumidores ponceños, a pesar de las delicias que en ella encierra.

Si bien la mayor parte de los espacios o “puestos” están desocupados y de que un número de los activos se dedican a la venta de billetes de lotería, no es menos cierto que la oferta de carnes frescas, embutidos, viandas y vegetales es de excelente calidad y precios.

En el local de Millie Rivera, Millie Bistró Café, se especializan en carnes al horno y pastas bajas en grasa y sal.

Pero si buenos son esos productos, el verdadero tesoro que alberga “La Plaza” es su gastronomía.

Santuario para foodies

En este sentido, la Plaza Isabel II sigue siendo un museo viviente donde diariamente se preserva la sabiduría culinaria que distingue nuestra cocina en todo el mundo.

Sin pretensiones, alejados de los egos que distinguen la cultura de celebridades que hoy se apoderan del mundo culinario, placeros y placeras, casi todos segunda o tercera generación, mantienen vivas las recetas que hace décadas desarrollaron sus antepasados.

El trabajo tiene un objetivo primario, dar de comer a los comensales que de toda clase social y edad llegan hasta los puestos. Sin embargo, los placeros del siglo XXI rinden tributo a las abuelas y mantienen la esencia de la cocina criolla.

“Es un centro gastronómico de suma importancia, pues guarda la escancia de nuestra cultura culinaria. Hace unos días llevamos a “La Plaza” a unos “celebrity chefs” que visitaron Ponce para una actividad auspiciada por La Bodega de Méndez. Quedaron locos cuando vieron la habilidad con que doña Santia preparaba con sus manos los rellenos de papa”, explicó David Talavera Albarrán, próximo presidente de la Cámara de Comercio de Ponce y Sur de Puerto Rico.

De hecho, Talavera admitió su debilidad por las frituras que venden en “La Plaza”, sobre todo las de pollo en el puesto Big Boy de doña Santia.

“Imagínate, ella prepara todo allí, el sofrito, el pollo que lo cuece y lo desmenuza a mano. Esas empanadillas son una deconstrucción del pollo guisado”, dijo con la picardía que le caracteriza.

Ell Big Boy, junto a la Cafetería El Coquí y a la Cafetería Rosin componen la propuesta de frituras en la Plaza Isabel II. Su oferta incluye empanadillas de todas clases, como las de jueyes en El Coquí, así como alcapurrias, domplines y sorullos.

En la actualidad, “La Plaza” aloja una decena de propuestas gastronómicas que se dividen entre los tres puestos de frituras, dos de comida criolla, una de comida criolla vegetariana, una refresquería de jugos naturales, una “sandwichera”, otro de papas horneadas, burritos y “hot dogs”, así como una arepera venezolana y un acogedor bistró.

La arepera Génesis y el Millie Bistro Café son de reciente inauguración y vienen a enriquecer la propuesta gastronómica de “La Plaza”.

Las arepas venezolanas son una especie de “domplin”, pero se preparan con harina de maíz molida especialmente para esa delicia, que regularmente es horneada, y se puede rellenar con la proteína de predilección.

Por su parte, un bistró o bistrot es el nombre que los franceses le dan a los pequeños negocios donde se sirven comidas. Es decir, una fonda que en el caso de Millie Bistró Café sirve carnes al horno y pastas preparadas bajas en grasa y sal, con muchos vegetales.

Otra de las ofertas no tradicionales, pero igualmente interesante es la del Joe Fast Food, un puesto con alma de carrito callejero, donde el comensal encuentra comida rápida y económica.
Su oferta se concentra en las papas al horno, los ‘hot dogs” y los burritos complementados por variedad de vegetales y proteínas, como el guiso de carne molida y los jamones.

Si bien las frituras son las preferidas para el desayuno, la hora de almuerzo es una verdadera sinfonía de olores y sabores.

Mucho antes de la hora de almuerzo, Iris Vega prepara su cocina para otra intensa rutina vegetariana. Los puestos de comida criolla Carmen Sweet & More, El Mesón Criollo y Viva Restaurant son una pasarela para el cerdo y el pollo al horno o frito, los pescados, las sopas y los guisos tradicionales. Y por supuesto, el arroz y habichuela.

En el caso de Viva Restaurant, la oferta criolla se interpreta desde la óptica de la cocina “saludable”, por lo que sus guisos son bajos en grasa y sal.

Claro, decirle eso a cualquier foodie que se respete es razón suficiente para descartar la propuesta. Sin embargo, nada más lejos de la verdad.

¡Qué clase de pollo guisa’o! Un delicado pero sabroso caldo que engalana el sabor del pollo con los condimentos frescos que doña Iris Vega, compra allí mismo por la mañana.

Como si eso no fuera suficiente, todos los viernes ofrece vianda con guanimos, -sí leyó bien: no dije vianda o guanimos, dije vianda con guanimos- servidos con bacalao.

El Mesón Criollo tiene una oferta que honra su nombre y para dejarlo claro, exhibe como trofeo de guerra en su vitrina una fuente de pega’o que para un “mingolito” no tiene precio.

Un “mingolo” es un servicio de pega’o aderezado con la salsa que sobraba de los guisos o de las habichuelas.

Por su parte, Carmen Sweet & More complementa su oferta de guisos, sopas y carnes con postres hecho en casa.

Definitivamente, cada uno de estos negocios es digno de ser experimentado, tanto juntos como por separado.

Ahora, algo debe quedar claro. Las Joyas de la Corona de Isabel II tienen que ser Thillet Dine & Deli, y Dolce y Amargo.

El primero una ‘Sanwichera Old School’ donde Marcos Pérez Gómez mantiene viva la tradición ponceña del sándwich “con todo”.

Para los que no son de Ponce, “con todo” quiere decir con ensalada y en todos sitios significa una combinación diferente de hojas, aderezos y aromáticos.

Su oferta de sándwiches incluye todos los tradicionales como el jamón, queso y huevo; el cubano y su especial: jamón ahumado, chorizo y pernil. Definitivamente, un sándwich que no es para neófitos.

Y Thillet Dine & Deli todavía usa queso de verdad. Así como lee, solo usan queso cheddar, suizo o Edam holandés que, al igual que todas las carnes, también se los despachan por libra.

Si hasta ahora la oferta culinaria de la Plaza Isabel II le parece muy pesada o demasiado criolla, entonces su refugio es Dolce y Amargo.

Una frutería y refresquería donde don Gilberto Pacheco y doña Carmen Del Valle llevan sacando zumos por más de 40 años.

En la actualidad, como es el caso de varios establecimientos aquí reseñados, es su hijo Gilberto quien corre el negocio.

Claro, el hecho de haberse criado en el negocio, tener un grado en nutrición y una Maestría en Consejería no significa que don Gilberto no esté allí desde la madrigada, para velar que las cosas se hagan como son.

Su refrescante propuesta incluye diversas ensaladas de frutas y nueces, así como batidos y frappes de frutas confeccionados a base de agua, leche o jugos procesados allí mismo, en el local.

Como puede ver, la gastronomía de la Plaza es compleja, intensa y gratificante, pero a diferencia del Reading Market en Filadelfia, La Boquería en Barcelona o La Placita de Santurce, este maravilloso espacio todavía tiene -y merece- encontrar su nicho en el imaginario comercial de la Ciudad.

Sobre su potencial para desarrollarse como centro gastronómico, Talavera Albarrán resaltó que es incalculable.

Por ello, apuntó a mejoras simples como desarrollar facilidades cómodas para sentarse, tanto dentro de la estructura como en el Paseo Atocha, al costado oeste de la plaza.

Incluso sugirió la instalación de gazebos en el exterior que permitan a las personas comprar sus alimentos en los “puestos” y consumirlos de forma segura en las áreas comunes.

De paso, una de las quejas que tienen los placeros es que desde hace meses, la Policía Municipal de Ponce removió la vigilancia en el área y a diario tienen problemas con personas que interrumpen a los comensales para pedir limosnas.

Por otra parte, Talavera Albarrán entiende que “La Plaza” tiene que desarrollar “tascas o bodeguitas que permitan el compartir y el consumo de alimentos livianos y picadera”, durante la noche.

De igual forma se mostró abierto a buscar junto a las autoridades municipales una forma más dinámica de administración de las facilidades.
Por ejemplo, una alianza publico privada entre el Municipio y un patronato o colectivo integrado por los placeros, representantes del sector empresarial y la academia, para explotar el potencial económico y social que tiene este espacio.

Ahora, mientras eso pasa y mientras se buscan alternativas y soluciones, no está de más darse una vueltita por allí y comerse una friturita con la batida de frutas de su predilección.

¡Buen provecho!