Por Gary Gutiérrez

Llevo años defendiendo el grafiti como una forma legítima de expresión pública. 

Anteriormente he dejado claro que el mismo es el grito silencioso de aquellos a quién la sociedad condena al silencio social.

De igual forma pienso que mediante la escritura en las paredes, el grafitero se valida y empodera de un espacio del cual lo excluye el orden social impuesto por el consumo y el afán por hacer dinero.

No obstante, ese pote de aerosol puede ser un instrumento para revelarte y “defenderte” del orden que nos castra, pero también puede ser un  arma para agredir a los que son igualmente oprimidos por la estructura social.

Durante los pasados dos años, la actual administración del Municipio de Ponce desarrolla una guerra abierta contra el grafiti en la ciudad señorial.

Diariamente, escuadrones de trabajadores, pagados por fondos públicos y armados con rolos y pintura, también paga con fondos públicos recorren  la ciudad, pintando parchos de pintura donde quiera que encuentran un grafiti.

Por supuestos, excluidos de esta cruzada moralista de censura artística, quedan las decoraciones que una firma de celulares plasmaron en las paredes de los almacenes en la Playa para usarlos como fondo de su anuncio comercial.

El resultado de esta nueva temperancia estética,  es que, lo otrora fue la meca del grafiti en la isla durante la administración de Cordero Santiago, se muestra ahora como una ciudad donde parchos crises o azules dominan el paisaje urbano.

Atrás quedaron las coloridas  expresiones de verdadero arte callejero que engalanaban la entrada a la ciudad debajo del puente al costado del La Biblioteca Municipal.

Igual suerte corrieron los trabajos en la Avenida Padre Noel y en la curva de Puerto Viejo en la Playa de la ciudad; o los que engalanaban los muros aledaño a la Ceiba de Ponce.

Como resultado lógico y predecible de este proceso de fascismo estético y agresión gubernamental contra los artistas callejeros, estos se atrincheran más en el clandestinaje, desde donde lanzan su contraofensiva.

Ante un gobierno que, a diferencia del dirigido por Cordero Santiago, no valora su trabajo artístico y  mucho menos les deja espacio para realizar los mismos, los grafiteros pululan la ciudad en una incursión  de “bombín” y “tagueo” sin los controles que se auto imponían una década atrás.

Hace unos diez años atrás, la política no oficial de no intervenir contra los artistas que escribieran fuera del caco urbano y en sitios públicos o deteriorados, tuvo como resultado un “código de ética” no escrito que respetaba las paredes de lugares históricos o en estructuras en uso.

De esta manera, pocas eran las ocasiones en que se veían “tags” o grafitis en el casco histórico.

De esa manera, el “orden” y el grafiti convivían en la ciudad partiendo del respeto mutuo.

Sin embargo, tras la cruzada de censura contra estos artistas urbanos; ¿Cuál es el resultado?

El casco histórico es un campo de batalla, donde los escritores callejeros luchan por reclamar como suyas las paredes de esa sociedad que los excluye, pero donde la agresión no solo se dirige al poder que los censura.

Como un ejército que se vuelca sobre una ciudad conquistada, los artistas urbanos parecen intoxicados en un frenesí que les impide ver las consecuencias de sus actos.

De esa manera, el aerosol y el mercador son fusiles artísticos para  mancillar  al sistema.

El problema es que en vez de agredir al “orden” que los censuran, victimizan  a sus posibles aliados naturales como son los pequeños comerciantes que también, aunque de distinta manera, son aplastados por el sistema.

La actual ofensiva insurgente contra los cruzados de la estética que rechazan y pretenden borrar al grafiti del imaginario colectivo es entendible y desde la visión anárquica de la sociedad es aplaudible como estrategia.

No obstante, la misma debe llevarse a cabo con tácticas que le generen simpatía y apoyo de los que pueden ser sus aliados naturales.

¿Pintar las vitrinas de un pequeño comercio es una buena táctica? 

Si la respuesta es no, creo que los grafiteros y grafiteras de la ciudad deben establecer su agenda y repudiar a los que no la cumplan.

Si al grafiti, no al vandalismo….