De multicolor a blanco: casi medio siglo de trazos

Por Gary Gutiérrez
Especial para La Perla del Sur

Corría el año 1967 cuando el entonces joven industrial Salvador “Chiri” Vassallo detuvo su carro frente a una humilde casa del barrio San Antón, atraído por la imagen de un joven negro que pintaba sobre un canvas en el balcón.

El adolescente manejaba el pincel y reproducía en la estirada tela su entorno social, partiendo de los conocimientos recibidos de sus maestras Nilda Monsanto y Carola Colom Covas.

Cautivado y movido por la pasión artística de aquel joven, el industrial “movió” sus contactos para conseguirle una beca de verano en la Escuela de Artes Plásticas en San Juan.

Es así que el hoy consagrado artista plástico ponceño, Wichie Torres, logró su gran oportunidad para estudiar y desarrollar su pasión, la pintura.

Dos años más tarde, sus ansias de desarrollo lo llevaron a la Gran Manzana, donde -estudiando bajo la tutela del español Rafael López Sustachi- comenzó a vender sus creaciones y a verse a sí mismo como un artista profesional.

“Allí vendí mi primer trabajo. Se llamaba ‘Pelea de Gallo’ y me la compró Badillo, el congresista. Me pagó $200”, explicó con mucha satisfacción.

La segunda oportunidad

Mientras laboraba en la ciudad de Nueva York, recibió noticias de que la Universidad Católica organizaba un concurso y que ofrecía una beca de cuatro años para el ganador.

“Como yo estaba por allá, no tenía forma de enviar una muestra y que llegara a tiempo”, recordó Wichie.

A pesar de ello, el artista finalmente entró y ganó el concurso con una pieza que hacía años le había regalado a don Florencio -el conserje de la Ponce High- y quien muy amablemente se la prestó para someterla.

Gracias a esa beca, se expuso a una educación formal y alcanzó su bachillerato.

En ese momento, su trabajo se caracterizaba por temas costumbristas y por paisajes, especialmente campiñas enmarcadas por coloridos flamboyanes.

Corría la década del 1970, las luchas sociales y la revolución de la contra cultura dominaba el mundo del arte, por lo que las obras de Wichie eran vistas como “comerciales” y “simplistas”.

“Pintores de cromos nos decían”, recordó además, mientras aclaraba que aun así, sus cuadros se vendían mucho.

Las críticas no le afectaban tanto, pues según explica, hacía lo que más le gustaba, documentar y rescatar el recuerdo de su feliz niñez en el barrio San Antón de Ponce.

Si algo caracterizaba ese recuerdo fueron los colores brillantes, típicos de las culturas afrocaribeñas.

“El color estaba en todos lados, en las casas, la ropa, los jardines, los altares… cuando único la gente se vestía de blanco o de negro era pa’ los funerales”, continuó.

Impacto de una tragedia colectiva

La década del 1980 trajo nuevos triunfos, pero también nuevos paradigmas para Wichie, como persona y artista.

Consagrado como un artista plástico con galardones que incluyen visitas a la Casa Blanca y cenas con el presidente Ronald Reagan, la vida y visión estética de Wichie cambió la noche del 7 de octubre de 1985.

Tras intensas lluvias, miles de personas -entre las que se encontraban algunos de sus compañeros de la escuela superior- yacían muertos bajo la montaña de lodo que arropó a la comunidad Mameyes en Ponce.

El evento le impactó de tal manera que toda su visión estética se tornó oscura, dramática, violenta.

Cuadros nocturnos cubiertos por una capa de pequeñas rayas blancas evocaban la tragedia.

Sin embargo, y a pesar de su tristeza, fueron estos trazos los que demostraron que Wichie no era sólo un “pintor de cromos”.

Mas al cierre de esa década fue por un error que volvió a cambiar su estilo y a desarrollar una nueva propuesta.

“Estaba pintando y se me derramaron unas gotas de color sobre el canvas. Me llamaron la atención, pues una parecía un triángulo y como que le daba dimensión al cuadro. Así nació el estilo de los triángulos”, recordó.

Esta nueva proposición artística, empero, no sólo era una nueva técnica. Era un nuevo contenido.

Regresaron los colores brillantes y los temas pueblerinos, pero esta vez más bohemio.

Escenas de clubes nocturnos con voluptuosas mujeres dominaban la plástica artística de Wichie.

La tragedia: ahora personal

La última década del siglo XX trajo nuevos retos al pintor ponceño. Con sólo 40 años, su corazón lo traicionaba y lo colocaba de frente a la muerte.

Arrancado de sus manos por la maravilla de la ciencia y con un corazón de “segunda mano”, volvió a pintar.

Lejos de ser trabajos tristes, sus pinturas en esta época se tornaron más brillantes y complejas.

Utilizando peces como bloques de construcción de las figuras, su pintura se transformó en un trabajo multidimensional, donde la combinación de pequeños animales acuáticos daban vida a las figuras deseadas.

Con la picardía y jovialidad que lo caracteriza, confiesa que la técnica de los peces surgió también por un error.

“Estaba pintando, se me fue el pincel y salió como un ojo de pez. Me di cuenta que se veía interesante, así que por ahí me fui”, rememoró.

Diez años más tarde, y con otro corazón nuevo -el segundo que le implantaron-  Wichie volvió a evolucionar como artista.

Su obra ahora era madura, los temas seguían siendo los mismos -quijotes, mujeres voluptuosas y placeres como el vino, la comida y las fiestas-  pero esta vez, la técnica se centraba en fuertes trazos producto de la espátula.

Por supuesto, los colores brillantes de su amado barrio de San Antón permanecían constantes, aunque eso también iba a cambiar.

“Blanco”

A sus 57 años, con tres corazones en su historial médico, además del padecimiento de gota y otras dolamas… con sobre cinco mil cuadros producto de sus manos, 400 exposiciones y más de 250 reconocimientos y premios a su haber, Wichie ahora enfrenta un nuevo reto.

Sus ojos se cubren con un velo que le reduce su capacidad de distinguir los colores.

Pero como aquel caballero de triste figura que protagoniza muchos de sus cuadros, el artista no se rinde.

Por el contrario, utiliza su adversidad personal para reinventarse y generar una nueva oferta.

Una propuesta permeada ahora por el blanco, por colores pasteles y los grises claros que dan vida a sus temas de siempre: los quijotes, las mujeres fuertes y los placeres de la vida.

De eso dan fe los casi 50 años de trabajo artístico.

 

 

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Inunda de blanco la espátula y el pincel

 Por Gary Gutiérrez
Especial para La Perla Del Sur

“La maldición blanca”, dramático término utilizado por el inmortal José Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera”, describe un misterioso velo luminoso que le cerró la visión a los habitantes de una ficticia ciudad en un país desconocido.

Aquella trágica condición visual redujo a los ciudadanos -de bien o delincuentes- en animales salvajes, protagonistas y víctimas de las más negras aberraciones y sufrimientos.

Paradójicamente, una similar situación ataca la vista del artista plástico ponceño Wichie Torres.

Sin embargo -a diferencia de los personajes de Saramago-  el velo que reduce la percepción a los colores no ha destrozado el espíritu y la humanidad del pintor oriundo del barrio San Antón.

Al contrario, esta  nueva forma de ver da paso a una novel propuesta plástica que produce resultados dramáticamente opuestos a los descritos por el premio nobel portugués.

Producto de sus múltiples dolencias físicas -que incluyen dos trasplantes de corazón, gota y acido úrico- desde hace más de un año Torres ha venido perdiendo su capacidad de percibir y distinguir los colores.

La otrora brillante y diversa paleta de matices afrocaribeños -los cuales por más de cuatro décadas definieron el sello de Torres- se ve ahora reducida a blancos y tonalidades de grises y marrón, explicó el siempre jovial pintor a La Perla Del Sur.

“¿Ves ese rojo? Yo sé que es rojo, pero lo veo Brown y esos azules los veo en tonalidades de grises. Los amarillos y esos colores cercanos los veo blancos”, dijo usando de ejemplos algunos de los cuadros almacenados a su alrededor, como niños que se acomodan en torno a su padre.

De igual forma, la condición le abrió la puerta a nueva una gama tonalidades de blancos, los que cada vez toman un papel protagónico en sus trabajos.

No obstante, y a pesar de las señaladas diferencias cromáticas, el característico sello del maestro ponceño es fácil de reconocer.

Utilizando los fuertes y característicos trazos de la espátula, las nuevas pinturas de Wichie -como todo el mundo le conoce- encarnan los temas que por las pasadas décadas han dado vida a la prolífera obra plástica del cincuentón pintor.

Entre estos se destacan interpretaciones sobre el Quijote, el caballero de la triste figura, cuyas esbeltas líneas son parte de la obra de Wichie desde hace más de 30 años.

De igual forma, la voluptuosidad de la fuerte mujer descendiente de las madres africanas también surge de las dramáticas texturas casi monocromáticas resultantes de la espátula y el pincel.

Por supuesto, los epicúreos placeres del vino y el buen comer -temas omipresentes tanto en su carrera como en su vida-  también asumen un rol prominente entre las 60 piezas que hasta ahora componen su nueva cosecha.

Propuesta que se siente como en casa colgando en las paredes de la nueva  sede de La Bodega de Méndez en el Centro Histórico de Ponce. 

La tenue iluminación de lugar, así como el sobrio y elegante espacio perfectamente diseñado para la protección y el cuidado del vino, las complementan de maravilla, mientras fungen como galería perfecta para estas obras que sirven de “ventanas” luminosas de paz y tranquilidad, que balancean la atmósfera del local.

Es precisamente esta paz y tranquilidad lo que Wichie pretende compartir con su pintura y sus seguidores, en este momento de su vida.

Si para los residentes de la desconocida ciudad descrita por Saramago la ceguera blanca fue la más terrible de las maldiciones, para la historia del Arte en la ciudad de Ponce, esta blanca propuesta de Wichie puede ser una de sus más interesantes bendiciones.